lunes, 1 de octubre de 2012

(L. P. 18) ENCADENADA


La oscuridad era total, los únicos ruidos que Alicia escuchaba eran los de la cadena que le habían atado al cuello cada vez que se movía, el de su respiración agitada y el que producían sus tripas vacías. En su boca reseca, sentía el sabor de la bilis, a trabes de sus fosas podía oler una mezcla entre sudor, orina y excrementos que venían de su propio cuerpo. Acurrucada en posición fetal, notaba el dolor en todas y cada una de sus extremidades, sentía un intenso ardor en el estomago, un agudo dolor de cabeza y un nudo en la garganta que le impedía soltar sonido alguno.
El tiempo se paró para ella, atormentada por terribles pensamientos. Había matado a una persona, pero la que había muerto era ella y ahora estaba en el infierno pagando por su delito o al menos eso era lo que a ella le parecía.      
El sonido de candados y cerrojos la interrumpió de sus terribles cavilaciones, se giró hacia el lugar de donde venía el ruido, una puerta se abrió, dejando entrar cierta claridad en aquel oscuro lugar, la silueta de un hombre se recortaba en la puerta.      
- ¡Joder, que peste!- dijo la voz de Vicente - ¿No te habrás muerto, verdad?          
La luz de una bombilla la cegó por completo, casi dolía y tuvo que taparse los ojos con sus doloridos brazos.        
- Ah, ya veo que no.        
- ¿Por qué me haces esto?- consiguió decir Alicia con voz ronca.  
- Creía que los vampiros podíais ver en la oscuridad y no teníais la necesidad de cagar y mear como el resto de los humanos- dijo Vicente con sarcasmo.           
Los ojos de Alicia ya se adaptaron poco a poco a la luz y miró a su captor con odio.           
- Tranquila, solo estaba bromeando. Lo cierto es que te he traído aquí por tu propio bien, para que no te encuentre nadie, es la misma razón por la que tienes esa cadena atada al cuello, para evitar que cometas alguna tontería. Aremos una cosa, desnúdate y te traeré ropa limpia para que te cambies y algo de comer.         
- No puedo, me duele todo el cuerpo… y además no me fío de ti.  
- Ya verás como si – dijo Vicente suspirando – En fin ahora vuelvo. 
Vicente se marchó cerrando la puerta, pero dejando la luz encendida, Alicia empezó a tiritar de puro terror. Afuera, en la chatarrería, era ya noche cerrada. Vicente fue a la casa y buscó entre su ropa, algo que le pudiera servir a la chica y la metió en una bolsa de plástico, en la que también puso una esponja y gel de baño, unas tijeras y otros productos que le pudieran servir. En la cocina llenó un cubo de agua y se dirigió nuevamente al zulo donde estaba la chica.  
- ¿Qué piensas hacer con ella? Está enferma – dijo el espectro de su padre.            
- Le prometí que la cuidaría y eso haré… de momento, al menos hasta que se recupere. Además si la matara en ese estado, no me duraría demasiado.           
Vicente entró en el zulo como pudo, con las manos ocupadas. Ella, al verlo entrar, se agazapó en un rincón y forcejeó con él para que la dejara tranquila, pero Vicente tenía mucha más fuerza que ella, que además estaba débil por la fiebre y terminó por ceder y dejarse hacer. Vicente la desnudo por completo, tirando la ropa en un lado. Alicia, que hasta hacía poco tiempo había sido, una chica más bien obesa, ahora estaba en los huesos. Hasta cierto punto, a Vicente le repelía aquella extremada delgadez y más teniendo en cuenta el olor que emanaba, después de todas las horas de encierro. Por culpa del collar y la cadena que ataban a la chica al suelo, como si fuera un animal, Vicente tuvo que usar las tijeras para poder quitarle algunas prendas, también para cortarle el pelo, ya que de alguna manera que le resultaba inexplicable, algunos excrementos se le habían quedado pegados al cabello, le frotó bien todo el cuerpo, sobretodo las zonas más sensibles. Cuando termino, la secó con una toalla, en la que se quedó envuelta, se puso en cuclillas en el suelo mientras miraba las idas y venidas de Vicente por el zulo, sacó el destartalado colchón que apestaba, trajo cubo y fregona y desinfectó el lugar lo mejor que pudo, luego trajo otro colchón, limpio y esta vez más nuevo que el que se había llevado, también ropa de cama, para que la chica estuviera más cómoda y mientras preparaba aquello, le arrojó a Alicia, la bolsa de plástico con la ropa.    
- Vístete. Ya te dije antes que no te voy a hacer nada. La ropa, consistía en unos pantalones de chándal y una camisa a cuadros, no había ropa interior. Alicia se dio la vuelta, para que Vicente no pudiera verla más de lo que ya lo había hecho y cuando terminó se volvió a colocar en su posición de cuclillas. Cuando Vicente terminó de arreglar aquel lugar, trajo consigo, comida y agua.           
- No tengo hambre – dijo la chica.      
Vicente, se acercó a ella con el plato y una cuchara.   
- ¿Sabes por que vas a comer? Por que si no lo haces, te haré todo eso que temes que te haga.         
Ella abrió la boca y el sonrió, pensando que no hacía falta amenazarla con el hombre del saco, él era el hombre del saco. Terminó de cenar y él se llevó la bandeja y regresó con dos cubos, uno vacío, para que ella pudiera hacer sus necesidades, sin llenarlo todo de mierda, otro lleno de agua hasta la mitad, para que pudiera lavarse, si tenía la necesidad, con ese cubo también trajo una pastilla de jabón, papel higiénico y otra toalla limpia. Apagó la luz y se fue. Al cavo de tres cuartos de hora, regresó, con una botella de agua y otra de zumo de melocotón.   
- He pensado, que igual te entraba sed, durante la noche.   
Hizo ademán de apagar la luz.       
- ¡No la apagues! Por favor.       
- Está bien, volveré mañana por la mañana a ver como estás – dijo sonriendo a la chica. Alicia volvió a acostarse en el colchón, donde se acurrucó otra vez en posición fetal. Vicente regresó a la casa, estaba tan cansado que hasta la visión de su padre muerto, parecía haberlo dejado tranquilo. Esa noche tendría que dormir en el sofá.                                        
 
 
Jotacé.

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