lunes, 3 de diciembre de 2012

(H.C. 11) A AÑOS LUZ

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Desde la posición donde estaba escondido, podía ver sin ser visto a sus presuntos secuestradores. Marina tomaba el sol, vestida tan solo con un pareo, también el individuo desconocido, de aspecto moreno, por los vientos de Oceana, tenía el torso descubierto y vestía tan solo unos pantalones, muy cortos y ajustados. 
- ¿Cómo has conocido al piloto y por que os persiguen esos individuos?- preguntó el desconocido. 
- Me hice pasar por uno de esos androides camareros, que tiene mi padre en el local…- contestó Marina, bajando la cabeza.- les oí decir que querían lavarle le mente y que espiara para ellos en la nave en la que está destinado. 
 - ¡Creía que habías dejado de hacer ese tipo de cosas! Si tu padre se entera. 
 - Si tu no se lo cuentas, no tiene por que saberlo… 
- Ya claro… Eso explica por que lo persiguen a él, pero… ¿y a ti? Marina, le contó al desconocido como había ocurrido todo, incluyendo la persecución por los barrios portuarios de la isla. - Y por eso desconfía de ti. ¿Qué piensas hacer ahora? Él no se fía de ti y tú por muy buenas intenciones que tengas no puedes retenerlo en contra de su voluntad. 
 - Si tenéis tan buenas intenciones como aseguráis, tal vez no me quede más remedio que confiar en vosotros.- dijo Hugo, que en ese punto de la conversación, ya había escuchado suficiente y decidió salir de su escondite. 
 - ¡Vaya, estabas ahí!- dijo Marina irguiéndose, mientras se hacía sombra en los ojos con las manos.- Me alegra que por fin hayas entrado en razón. 
En realidad Hugo seguía desconfiando, pero decidió seguirles el juego. Si estaban dentro de aquella extraña conspiración, tal vez podría conseguir información y darle la vuelta a lo que fuera que estaban intentando. 
 - Hola amigo, soy Víctor Vargas. Siento haber tenido que dejarte inconsciente. 
- Tranquilo, probablemente yo habría hecho los mismo. Soy Hugo Cortes, piloto en la nave estelar Cristóbal Colón- los dos hombres se estrecharon las manos.- El Colón no llegará a Oceana hasta dentro de cuatro días, necesito permanecer oculto hasta entonces, luego intentaré ponerme en contacto con ellos para que vengan a recogerme. 
 - Siento que no podamos ayudarte Hugo, pero tu presencia nos pone en peligro y más con ese uniforme. Además tengo negocios que atender… 
 - ¡Víctor! No pluralices, nos puedes dejar en la isla Utópica, allí no nos encontrarán y nos recoges dentro de cuatro días. 
 - ¿Estás loca? Además, ¿qué pasa con tus padres? 
- Ahora mismo me pondré en contacto con ellos y les contaré cualquier cosa para que no se preocupen, además olvidas que nuestros perseguidores también me vieron a mí y que también necesito desaparecer. 
- Está bien cabezota, haré lo que me pides. Entretanto será mejor que tú piloto se quite el uniforme… llama demasiado la atención. 
Víctor y Marina fueron a la cabina de control del yate, ella para hablar con sus padres y el para poner rumbo a la isla de Utópica.


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Dos años más tarde, desde la proa del barco nativo, Hugo miraba las estrellas recordando todo aquello. Dos océanos en dos mundos separados por años luz de distancia y Hugo seguía con el rostro de Marina grabado a fuego en su memoria, la esperanza de volverla a ver era la única razón por la que seguía a la capitana Yumi Otomo en su misión suicida. Dos semanas atrás el barco, había tenido que salir de puerto precipitadamente, después de que unos aborígenes que les habían atacado con oscuros propósitos, vieran sus rostros humanos, debajo de los harapos con los que se habían aventurado a bajar a puerto y el capitán se vio obligado a recorrer la costa, haciendo escala en los diversos puertos, para mal vender su mercancía, en todo ese tiempo, por precaución, ellos habían permanecido abordo y más teniendo en cuenta que en su tercera escala, el capitán les informó de que se estaban extendiendo los rumores de extraños seres vistos en el lugar donde habían sufrido el ataque. Aquello preocupaba a la capitana, ya que si dichos rumores conseguían atravesar el océano y llegar a las tierras donde estaban refugiados los piratas espaciales, las cosas podrían ponerse muy difícil para ellos. Hugo vio como oscuros nubarrones de tormenta empezaban a tapar el manto de estrellas que solía cubrir el cielo de aquél mundo por las noches. 
- ¿Todavía piensas en esa chica de Oceana?- dijo Robert poniendo la mano en el hombro de Hugo. 
 - Si… No… En fin supongo que pienso un poco en todo. 
 - La capitana te espera en su camarote, será mejor que vayas. 
 Hugo se dirigió al camarote que los aborígenes les habían asignado para que se sintieran más cómodos. Desde que la auténtica naturaleza robótica de Robert, había quedado al descubierto, la capitana prefería compartir su lecho con Hugo, después de todo, ellos eran probablemente los únicos humanos, en aquel planeta, o al menos en aquella parte. Aunque ninguno de los dos estuviera enamorado, sus mutuas y casi silenciosas caricias durante el coito les hacían recordar a sus amantes perdidos. Era imposible saber si para la capitana era un consuelo, el tener la certeza de que nunca más vería al verdadero Robert Rico, en vez de al androide médico que había tomado prestada su imagen, Hugo en cambio, sentía estar traicionando a Marina a la cual tenía una pequeña e intensa esperanza de volverla a ver, si alguna vez lograban salir de aquel planeta con vida. 
Un rayo lejano, convirtió por un segundo la noche en día, la tormenta se estaba acercando. El capitán nativo, tomo personalmente el mando del navío intentando evitar una tormenta, que ya se les echaba encima y que ni siquiera la presencia de aquellos tres dioses parecía favorecerles. Hugo y Yumi, salieron del camarote para ayudar al resto de la tripulación. Mientras se arriaban las velas, grandes holas hacían tambalearse al barco de un lado a otro, dificultando la labor de todos, tanto fue así, que la fuerza del mar y del viento terminaron partiendo uno de los palos mayores, dos de los nativos quedaron heridos y el joven Fizo cayó al mar, Robert saltó al rescate, pero las aguas estaban demasiado enfurecidas y a pesar de la fuerza sobrehumana del androide, fue imposible hacer algo por ellos, que desaparecieron entre las turbulentas aguas. 
Cuando amainó la tormenta, Hugo y Yumi pudieron retirarse a su camarote, exhaustos y con el temor de que la desaparición de Robert hiciera evidente para sus anfitriones nativos que su presencia en aquel planeta, tuviera poco que ver con lo divino. 
A la mañana siguiente, cuando se atrevieron a salir del camarote, los nativos los miraban con más reverencia y admiración que antes. Por lo que pudieron entender, les daban las gracias a ellos, de que la tormenta respetara al navío, con tan solo un par de bajas leves. En cuanto a la desaparición de Robert y Fizo, creían que ahora estaban en el reino mágico del que ellos como dioses procedían. Para colmo el navío había amanecido junto a las costas de una isla desconocida, incluso para el capitán, alejada del continente y probablemente desierta, en la que podrían tomarse un par de días o tres para reparar el barco. 


 Jotacé.

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