El piso estaba a oscuras
y lo más probable era que siendo sábado noche, las compañeras de
Esther estuvieran fuera, aún así ella prefirió entrar con cuidado
por si acaso, silenciosamente, con las luces apagadas y llevando Dani
cogido de la mano. Aún así fue inevitable que él se diera en la
espinilla con una silla, causando el lógico
estruendo.
-¡Ay! - Sssssshhh… ji ji ji
ji… Finalmente llegaron al cuarto, donde Esther pudo
encender la luz, después de cerrar la puerta de la habitación.
- Bueno ¿y ahora qué?- preguntó Dani, que era la primera
vez que se encontraba en aquella situación.
- Tonto, ¿tú
que crees?- dijo ella cogiéndole de la camisa y besándolo en los
labios.
- Me gusta- dijo Dani sonriendo.
Esther
empezó a desabrocharle la camisa, despacio, besándolo en el cuello
y en el pecho, lanzó la prenda lejos y de un empujón tumbó a
Daniel en la cama, se desprendió de la camiseta de tirantes, que la
arrojó junto con la camisa a los que se les unió el sujetador, se
echó encima de Daniel con las piernas abiertas.
- ¿Llevas
condones?- preguntó Esther después de mordisquearle la
oreja.
- No… digo si, si, en el bolsillo de los
pantalones- dijo Daniel acordándose de los preservativos que le dio
Jota, antes de salir del bar.
Esther le desabrocho los pantalones a
Daniel y se los bajó mientras buscaba los preservativos en los
bolsillos. Bajo los slips, Daniel tenía una prominente erección,
que Esther dejó al descubierto quitándole la única prenda que le
quedaba, le puso uno de los preservativos, se terminó de desnudar y
se le volvió a subir encima, moviéndose convulsivamente, ambos
gimieron de placer.
A través de la persiana entreabierta,
los ojos de un ave nocturna observaba toda la escena, tras esos ojos
la mente de la que una vez fue la abuela de Daniel se daba cuenta que
su nieto estaba cambiando, convirtiéndose en la persona que tenía
que haber sido desde siempre, si ella se lo hubiera permitido. Ahora
ya daba igual, pronto todos los del piso le pertenecerían y él si
regresaba como tenía planeado también volvería a caer en su red.
La lechuza dio media vuelta y salió volando del alféizar de la
ventana, donde había estado posada.
- ¿As oído algo en la
ventana?- preguntó Daniel.
- No. Anda echemos otro polvo, que te
has corrido muy rápido.
En el cielo, la vieja cazadora nocturna,
sobrevolaba la ciudad, para regresar nuevamente a su hogar, donde
todavía tenía asuntos pendientes que
atender.
Como solía ocurrir
muchos fines de semana, Víctor y Sofía, habían ido a cenar con
amigos y compañeros del trabajo, pero el estado de cansancio en el
que parecía encontrarse Sofía, desde hacía unos días, les hizo
regresar esa noche temprano a casa.
- Estoy agotada, me boy a
acostar y a ver como me levanto mañana- dijo Sofía.
-
Muy bien cariño, yo veré la tele un rato si no te importa, que
descanses bien.
Se besaron en los labios y luego ella se
fue al cuarto de baño y de allí al dormitorio, se puso el pijama
corto de verano y se metió en la cama, donde cayó rendida, al menos
durante unas horas, ya que pronto unas voces la despertaron, eran las
voces de Víctor y de una mujer mayor.
- ¿Qué hace usted aquí?
¿Cómo ha entrado?- oyó que preguntaba Víctor.
- Vivo aquí y
todo lo que hay aquí me pertenece, incluido tú…
Un escalofrío
recorrió la espalda de Sofía, que se levantó y entreabrió la
puerta del dormitorio para ver una escena que le heló la sangre. Una
anciana de pelo blanco y vestida de riguroso luto, se hacía una
herida en la muñeca con la alargada y negruzca uña del dedo pulgar,
que enseguida empezó a sangrar.
- ¡Ven aquí y bebe!-
ordenó la anciana.
Víctor, fue obediente hacia ella, como si de
un sonámbulo se tratara y empezó a beber la negruzca sangre que
salía de la muñeca de la anciana. Pero lo que más aterrorizó a
Sofía fue que la vieja mujer la mirara directamente, sabiéndola
testigo de lo que estaba pasando y en el rostro de la mujer vio más,
que a la responsable de sus últimas pesadillas a la que por fin
reconocía, como a una de las ancianas del edificio, concretamente la
que murió hacía poco más de una semana. Sofía se desvaneció allí
mismo, cayendo al suelo, pero aún así, con los ojos cerrados seguía
siendo consciente de lo que pasaba a su alrededor. Noto un leve peso
encima de su cuerpo y olió el pestilente aliento de la muerte
posándose en su cuello, como si de un beso se tratara, notando como
la vida se le escapaba, por todos los poros de su piel. La sensación
fue realmente aterradora, hasta que finalmente perdió totalmente la
consciencia.
Cuando, por fin despertó
Sofía estaba atada a la cama de un hospital, con el típico camisón
abierto por detrás y lo había olvidado todo. Víctor estaba con
ella, le contó que los médicos ignoraban lo que le pasaba aunque
podía deberse a una anemia. Había estado casi todo el día
inconsciente, sufriendo pesadillas, razón por la cual se habían
visto obligados a atarla en la cama.
- ¿Anemia?
¿Pesadillas? Algo me suena pero… es todo tan confuso.
- Bueno
pero ahora estas mejor, ¿verdad?- dijo Víctor acariciándola
cariñosamente- Si te pasara algo… yo…
- No seas tonto
¿Qué quieres que me pase?- contestó ella cogiéndole la mano
sonriéndole.
- Ahora tengo que irme, pero regresaré
pronto.
Cuando Víctor volvió horas más tarde, ya de noche, le
acompañaba una anciana.
- Mira quién ha venido a verte,
Sofía. Nuestra vecina, doña Carmen ¿te acuerdas de
ella? El recuerdo de las pesadillas de las últimas noches,
volvió a ella de golpe y palidecio, quedándose paralizada por él
miedo.
- ¡¿Sofía te pasa algo?!- dijo Víctor agarrándola por
los hombros y zarandeándola.
- ¡Es ella! ¡Es esa
horrible mujer! ¡Dile que se valla por favor!
- ¿De qué estás
hablando? ¡Por favor tranquilízate! Doña Carmen solo ha venido a
verte. - ¡Que se valla! Y tú con ella, anoche vi lo que
te hizo. ¡Iros!
- ¡Vítor! Será mejor que la dejemos descansar,
ya volveremos cuando esté más calmada- dijo doña Carmen
autoritaria.
Viendo el ataque de nervios en el que Sofía había
caído, las enfermeras le dieron un calmante, para que durmiera esa
noche, pero Sofía estaba aterrorizada, sabía que doña Carmen, a la
que consideraba la reencarnación de la muerte regresaría para
llevársela, se metió las pastillas debajo de la lengua,
guardándolas después en el cajón de la mesita de noche. Poco
después de que se llevaran la cena y terminara el turno de visitas
en el hospital, cuando las luces de todas las habitaciones se
apagaron, una sombra se formó en la cabecera de la cama de Sofía,
doña Carmen posó una mano en el hombro de Sofía, que saltó de la
cama, aterrorizada.
- Vete… vete de aquí Satanás- dijo
retrocediendo y dirigiéndose lentamente a la puerta
- ¡Enfermera!
¡Enfermeraaaa!- gritó Nadie acudió en su ayuda, incluso su
compañera de habitación, dormía profúndamente.
Las luces del
pasillo parpadearon y Sofía se fue al descansillo llamando al botón
de los ascensores, pero las puertas permanecieron cerradas. Doña
Carmen avanzaba hacia ella cada vez más rápido, sin tan siquiera
mover las piernas, como si flotara en el aire cual fantasma. Sofía
abrió las puertas que daban a las escaleras y empezó a bajar todo
lo rápido que podía, pero parecía imposible escapar de la
terrorífica anciana, finalmente tropezó cayendo escaleras abajo y
fracturándose varios huesos. Todavía estaba con vida para notar
nuevamente el aliento del vampiro, posándose sobre ella para
quedarse con su último
aliento.
Jotace.
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