Aquella
noche, que Daniel pasó con Esther, apenas pego ojo. Por la mañana,
con ella todavía entre sus brazos, su erección parecía perenne,
cosa que Esther agradeció y tras otra sesión de sexo, pudo por fin
quedarse dormido. Se levantaron tarde, desayunaron y cuando por fin
llegaron al piso de Dani, Jota casi había terminado de hacer todo el
trabajo, así que decidieron ir a comer.
- No veáis el
jaleo que había esta mañana,- les comento Jota, durante la comida-
se ve que anoche a una vecina le dio un amago de infarto o algo así
y por lo que cuentan los demás inquilino, es bastante joven.
-
Pues si que empezamos bien- dijo Dani.
Jota volvió a su casa
mientras sus dos amigos terminaban de recoger lo que quedaba en la
casa. Pero al verse solos allí, a Dani, se le ocurrió que era un
buen momento para estrenar el piso con Esther. Insaciables, parecía
que estuvieran en celo y poco les importó montárselo en el duro
suelo, cubierto tan solo por hojas de periódico y rodeados todavía
de botes de pintura. Sus gemidos de placer resonaron en las
habitaciones vacías. Se dieron una ducha, juntos, se vistieron y
bajaron las herramientas que les habían sobrado, al trastero del
edificio. Sin ser conscientes que en las oscuras sombras, del pasillo
de la sección vecina, eran observados, casi acechados atentamente
por unos ojos muertos, que esperaban pacientemente la llegada de la
noche.
Cuando terminaron de recoger, Daniel acompañar nuevamente a
su casa a Esther, aunque esta vez se despidieron en la puerta,
ninguno de los dos parecía tener ganas de hacerlo y fue gracias a la
“inoportuna” llegada de María, la compañera de Esther, que los
dos tortolitos dejaron las carantoñas para otro día.
Cuando por fin
llegó a la casa de Jota ya era de noche.
- ¡Toma hijo! Que me
parece que necesitas recuperar fuerzas- dijo la madre de Jota,
dejándole un buen plato de comida en la mesa con una sonrisa irónica
en los labios.
Aquel lunes, Jota y Daniel, se cogieron el
día libre en el trabajo, para terminar la mudanza. Sobre las once de
la mañana, llegó el camión con los muebles y pasaron toda la
mañana descargándolos, sin apenas tiempo para empezar a montarlos
antes de la comida, cuando regresaron escucharon la trágica noticia
de la muerte, la pasada madrugada de la vecina del cuarto en el
hospital.
- Una chica tan joven y guapa- les dijo doña
Eulalia en la entrada. Los dos amigos se quedaron de piedra, con
apenas unas semanas de diferencia, en aquel edificio habían
fallecido ya dos personas, la abuela de Daniel que se ahorcó de la
lámpara de araña y ahora la joven Sofía, que según decían, había
sufrido un accidente, al caerse por las escaleras del hospital cuando
corría sonámbula, o algo así era lo que se rumoreaba.
Paco y
Esther, llegaron unas horas más tarde para echarles una mano, pero
era evidente que todavía les quedarían cosas pendientes.
- ¿Y
qué, esta noche ya la pasáis aquí?- preguntó Paco
- No,
nuestras cosas están en casa de mis padres y ya es muy tarde para ir
a buscarlas, además todavía queda mucho por hacer- contestó
Jota.
- Y a mi me da muy mal royo volver, después de lo de la chica
esa.
- ¿Qué chica?- preguntó Esther. Jota les contó lo
que les había dicho doña Eulalia.
- Es extraño, con lo
deportista que era, trabajaba en un gimnasio con su marido- dijo
Dani.
- ¡¿La gimnasta esa que estaba tan buena!? Oye, tú
vivías aquí, ¿la conocías mucho?- dijo Paco.
- De pasada,
hola y adiós cuando nos cruzábamos en la puerta.
- ¿Iréis al
entierro? De todas maneras erais vecinos- preguntó Esther.
Jota y
Daniel se miraron un momento.
- A mi no me miréis,
curiosamente no recuerdo haber visto a la chica, además sigo sin
estar instalado aquí. Si voy, será acompañando a Dani, que la
conocía más que yo- dijo Jota
- Creo que paso… Lo de mi
abuela todavía es muy reciente y visitar otra vez el cementerio es
lo último que se me apetece. Además creo que ellos no fueron al
entierro de mi abuela.
- Tienes razón, no fueron, yo me
acordaría si hubiera venido- dijo
Paco.
Aunque Jota hacía mucho que dejó de
creer en supersticiones, parecía haberse contagiado de la extraña
aprensión de su amigo Daniel y para los dos era más cómodo llegar
a casa de los padres de Jota, después del trabajo y encontrarse con
la comida ya hecha. Además, siempre parecía surgir alguna cosa que
les servía de excusa para irlo aplazando, como si en el fondo ambos
intuyeran que allí pasaba algo raro. Por otro lado, aquello les
hacía coincidir el traslado definitivo con la cena que pensaban
darles a sus amigos, para celebrar su nueva residencia, ya que los
cambios eran tan radicales, que incluso para Dani que llevaba toda su
vida viviendo allí, era como entrar en una casa nueva.
Todas las tardes quedaba con Esther y por dos veces fueron
al piso aprovechando que Jota todavía no estaba allí, pero Dani,
siempre insistía en salir del piso antes de que anocheciera.
Entretanto, un extraño cambio se estaba realizando entre los
vecinos, algunos parecían estar siempre expectantes, vigilantes y
mostrándose introvertidos e irascibles ante los extraños. Otros en
cambio, parecían cada vez más débiles y atemorizados, sufriendo
extrañas e ignoradas pesadillas en las que aparentemente los
fantasmas de los recientes difuntos, regresaban de sus tumbas para
absorberles su energía vital. Dichas pesadillas parecían
materializarse con extraños moratones en distintas partes del
cuerpo, sobre todo en el cuello. Los niños eran las víctimas
preferidas del o los espectros, ya que algunos la describían como
una horrible anciana y otros como una hermosa mujer.
Pero
alguien más acechaba desde la calle, los movimientos que ocurrían
en aquel extraño e inaccesible inmueble. Por dos veces, a los largo
de aquella semana, había intentado entrar, disfrazada de testigo de
Jehová o de comercial de alguna gran empresa, pero siempre aparecía
uno de aquellos desagradables vecinos para impedirle el paso a la
misteriosa desconocida, que vio en las idas y venidas de Jota y Dani,
la oportunidad para colarse dentro del edificio.
Aquel
sábado por la mañana, acompañados por los padres de Jota, la
inseparable Esther y Santiago, el amigo de Daniel. Los dos amigos
terminaron por fin de llevar sus cosas al piso. Con la escusa
de que estaban allí los padres de Jota, tanto doña Eulalia como
doña Maruja, aprovecharon para colarse en el piso a “saludar” y
ver así los cambios realizados. Siendo con la madre de Jota, con
quien más conversación, entablaron. Luego la buena mujer le
confesaría lo extraña que le resultó la charla, más que por el
como hablaban, que por lo que decían, ya que las dos mujeres
parecían complementarse como si fueran una
sola.
Jotacé
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