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Marina
había tenido que bajar un poco su actividad cotidiana, a causa de su
ya enorme barriga. Sus padres se empeñaron en que llevara siempre
consigo un robot nodriza, por si surgían complicaciones. A aquellas
alturas y dado que ella nunca había revelado la verdadera identidad
del padre de la niña que estaba en camino, salvo a Víctor que la
visitaba siempre que podía, todos pensaban que era él, pero Víctor
evitaba confirmar o desmentir tal información asta que ella aceptara
por fin formalizar su situación.
- Te lo he repetido una y mil
veces, antes tendrás que encontrar a los asesinos de Hugo.
Probablemente es la pista de ese piloto superviviente del Cristóbal
Colón el que te llevará a sus asesinos.
- Pero… ¡Me estás
pidiendo es que me juegue el pellejo por alguien que ya está muerto!
¡Es absurdo! ¡¿Cómo quieres que consiga lo que ni tan siquiera
las autoridades planetarias han logrado?!
- Puede que tengas
razón… pero Víctor, se que tu tienes contactos de los que carecen
las autoridades, solo te pido que lo intentes… y que me des la
prueba de que lo has hecho. Entonces accederé a tus peticiones de
matrimonio… por favor.
Lo que Marina desconocía, es que
los contactos de Víctor llegaban más lejos aún de lo que ella
creía, él era uno de los que estaba detrás de la trama del
contrabando, al menos en Oceana. Aunque desde que ella clamaba
venganza, él se desvinculó todo lo que pudo de dicha trama,
intentando borrar cualquier pista que pudiera llegar a incriminarlo,
aún así hacía tiempo que lo tenía todo planeado. Identidades
falsas y testimonios. Sabía perfectamente a quienes podía hacerles
llegar toda aquella información sin correr el riesgo de ser
descubierto y de que nadie pudiera rastrearlo hasta él, ni las
autoridades planetarias ni los que hasta hacía algunos meses habían
sido sus socios. Así lo hizo y sabiendo la que estaba apunto de
armarse, acudió nuevamente a casa de Marina a comunicarle lo que
estaba apunto de ocurrir. Para su sorpresa, ella había sido
ingresada en el hospital y estaba apunto de dar a luz.
-
¿Cómo has conseguido que te dejen entrar en el quirófano?-
preguntó Marina conociendo la respuesta de antemano.
- Les he
dicho que soy el padre.
- Pe… pero…
- Hace algún
tiempo que tenía las pruebas Marina, pero debía entregarlas sin
riesgos a represalias, dentro de unos días saltará la noticia a los
medios. ¿Accederás entonces?
- Cuando lo vea sabre que es
cierto, entonces accederé…- Víctor se acercó con la intención
de besarla, pero ella lo apartó- todavía no… Ahora limítate a
darme la mano… “papa”.
A años
luz de allí, en un mundo lejano, una guerra por la libertad de un
pueblo se extiende por todo un país, una guerra que enfrenta a seres
de la misma especie por los intereses de unos supuestos dioses de
otro mundo. Un pequeño grupo de milicianos, recorre el convulso país
con la supuesta misión de llevar a un grupo de prisioneros rebeldes
a las minas ambrosío, delante del carro de los presos otro carro que
anteriormente perteneció a los supuestos prisioneros, ahora guiado
por el nativo Remcho y en su interior, dos terrícolas a los que los
nativos tienen por dioses libertadores, pasan las interminables horas
de viaje como pueden, siempre ocultos por el bien de la auténtica
misión que han de llevar a cavo, solo salen por las noches y nunca
más de una hora.
- Prefería el barco, allí al menos
podíamos salir a cubierta sin peligro de que nos viera ningún
transeúnte despistado, eso sin contar que son muy pocos los de la
expedición que saben de nuestra presencia- dijo Hugo
- Para mi
gusto, demasiados. Mañana pasaremos por una gran ciudad, según
dicen dividida por un río enorme. Un puente de dura roca, que según
dicen, los dioses ayudaron a construir, une las dos partes de la
ciudad. Es la manera más segura de atravesar el río, después
estaremos tan solo a cuatro días de nuestro destino.
-
¿Rob, nunca te aburres?
- Eso no está en mi programa,
siempre estoy ideando nuevas estrategias o analizo todo lo que hay a
mi alrededor, por insignificante que sea.
- Vaya, pues que suerte
que tienes- dijo Hugo con cierto tono de resignación.
-
Si quieres, puedo hacerte un chequeo médico a ver como estás de
salud, ya sabes que puedo hacerlo de un modo muy agradable para ti-
dijo Rob, adoptando la forma de Marina y empezando a
desnudarse.
Esa noche, los agentes que Remcho había enviado a la
ciudad, les informaron de que estaba tomada por un gran ejercito,
comandado según decían por dos dioses, los registros para acceder a
la ciudad eran enormes por el temor del ataque de los
rebeldes. - En principio, no hay nada que temer, ahora piensan
que estamos en su bando- Les comunicó Remcho en un lugar apartado
del campamento. Los dos terrícolas permanecían ocultos bajo sus
largas túnicas con capucha, que les ocultaba el rostro. A pesar de
que la mayor parte del campamento permanecía dormido. También los
falsos prisioneros habían salido de su jaula para descansar con el
resto de sus compañeros. Fizo y Kina asistían a los planes para
atravesar la ciudad y el puente.
- Si, tienes razón, pero esta
misión es demasiado importante y si las medidas de seguridad son tan
restrictivas como parece, cualquier precaución es
poca.
Al día siguiente cuando por fin llegaron a las
puertas de la ciudad, a pesar de sus disfraces, los guardianes
hicieron sus registros.
- No se preocupe señor, es pura rutina-
le dijo el oficial de guardia a Remcho que viajaba con uno de sus
hombres en la carreta.
Dos soldados se encargaron de registrar la
carreta a fondo, tanto en el interior, como en el exterior y por
debajo sin llegar a encontrar el falso fondo, oculto por todas las
provisiones que habían dispuesto, también echaron una ojeada a los
esclavos. Fizo y Kina permanecían ocultos entre sus compañeros con
la cabeza baja, ocultos a las miradas inquisitivas de los vigilantes.
- Esto no me gusta, estamos demasiado limpios para ser
esclavos- susurró Kina.
También el jefe de la guardia se
quedó mirando un rato el carromato en el que eran transportados los
esclavos.
- ¡Tienen aquí unos bonitos ejemplares!- comentó a
Remcho.
- Gracias.
- Serán buenos trabajadores en las
minas. Sin embargo hay algo extraño en ellos.
- ¿Algo…
extraño? ¿Qué quiere decir?
- No lo se, deben ser
imaginaciones mías… en fin pueden pasar. Vayan al centro de esta
parte de la ciudad, al cuartel general, les dirán donde pueden dejar
a los prisioneros hasta mañana y donde se pueden alojar.
- Gracias
de nuevo- dijo Remcho haciendo reanudar la marcha a sus hombres.
Una vez dentro de la ciudad, todos los del grupo
suspiraron aliviados, habían pasado uno de los obstáculos, ahora
solo les quedaba pasar la larga noche, pasar al otro lado del río y
salir de aquella ciudad, cuyos habitantes les miraban con cierto
temor, como al resto de los
soldados.
Jotacé.
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