Los dos carromatos atravesaron la ciudad amurallada, uno fue llevado al cuartel principal de la ciudad que a aquellas horas estaba casi vacío por la cercanía de los rebeldes nativos, el otro siguió su camino hasta las celdas donde esperaban los esclavos.
Normalmente siempre que llega un nuevo cargamento de esclavos, estos suelen estar debilitados por las duras condiciones del viaje, la malnutrición y la falta de higiene en un espacio tan reducido, pero a causa del estado de alerta en el que se encontraba la ciudad, ninguno de los vigilantes se dio cuenta de que aquellos esclavos distaban mucho de estar en dichas condiciones; los grilletes y cadenas estaban sin colocar y del falso fondo del carromato habían sacado armas, con la ayuda de los mismos guardias que les habían escoltado hasta allí pudieron deshacerse de los vigilantes sin ningún problema y haciéndose pasar por ellos acceder a los calabozos donde permanecían el resto de esclavos y prisioneros para liberarlos y empezar a planificar la revuelta desde dentro.
La tensión era cada vez más palpable en toda la ciudad. También los falsos guardias que habían entrado con el convoy, tomaron sus posiciones cerca de las puertas de la ciudad amurallada. Las pequeñas naves sobrevolaban el exterior intentando abrir fuego contra las tropas enemigas sin demasiado éxito ya que estas permanecían ocultas bajo las trincheras.
En el cuartel Remcho informaba a sus superiores de una situación desesperada, las exageraciones eran innecesarias cuando la realidad era evidente, el imperio se desmoronaba, toda la tecnología aportada por los dioses de las estrellas tenían poco que hacer enfrente de la convicción de todo un pueblo guiado por los llamados dioses caídos o libertadores.
La noche se hizo más oscura y el cansancio provocado por la tensión del momento más patente, fue entonces cuando los esclavos siguiendo el plan de sus libertadores empezaron a actuar, a pesar de que la premisa era la de involucrar lo menos posible a la población civil, la mayoría de los esclavos se dejaron llevar por la sed de venganza causada por las semanas e incluso meses de encierro, por las penurias y vejaciones recibidas y a la mayoría poco le importó si entre sus víctimas habían ancianos, mujeres y niños. Una gran parte de las tropas se vio obligada a dejar sus puestos en las murallas para intentar sofocar la rebelión interna, aquella fue prácticamente la señal esperada por los rebeldes infiltrados para abrir los portones. Las tropas del exterior se reagruparon y entraron en masa en la ya de por si caótica ciudad. Las autoridades nativas fueron víctimas de un atentado perpetrado por Remcho antes de que pudieran informar de la situación a sus dioses, aunque estos terminan enterándose pronto por otros medios; solo dejó vivo a uno de esos mandos, un nativo obeso y cobarde que hacía las veces de sumo sacerdote y que por lo tanto tenía contacto directo con los dioses de las estrellas.
Para los tres humanos escondidos en el carromato había llegado el momento de actuar y aunque en un primer momento pensaron en dejar a Norma atada y amordazada en el falso suelo del carromato, temían que los rebeldes lo tomaran con él y terminaran incendiándolo con ella en su interior, también estaba el factor de que ella conocía mucho mejor el interior de las instalaciones que Hugo. Para la ocasión Robert tomó la forma física de Tigre.
- Sospechaba que eras distinto, una especie de androide o algo así- le dijo Norma.
- Pues ahora que ya lo sabes y ándate con ojo por que te estaré vigilando.
Se pusieron las capuchas para ocultar sus rostros, salieron de las cuadras del ejercito y comenzaron a avanzar por aquel caos de nativos, ascendiendo hasta el cuartel, allí los pasillos estaban casi vacíos, algún esclavo pensando que ellos eran aquellos demonios de las estrellas o huyeron despavoridos temiendo su ira o intentaron hacerles frente, pero a pesar de la escasa estatura de los humanos la fuerza del androide terminó por ahuyentarlos, finalmente se encontraron con Remcho y su prisionero, que al verlos se hincó de rodillas ante los que creía sus dioses que habían venido a salvarlo por ser un autentico creyente y tardó un rato en darse cuenta de lo que pasaba realmente. Aquel fanático había oído rumores de la existencia de aquellos dioses libertadores, pero nunca les había dado crédito hasta aquel momento en que vio caer la capital y a dichos dioses justo delante suyo, aterrado se arrodillo.
- ¡Tened piedad de mi pues creía estar haciendo lo correcto!- suplicó tembloroso.
- Muéstranos la entrada a la guarida de tus falsos dioses- dijo Robert imponente.
- Por aquí- contesto el sacerdote levantándose.
- Traidor- murmuró Norma refiriéndose al sacerdote.
Robert le apretó el brazo fuertemente para silenciarla. Siguieron al sacerdote por los pasillos pasillos de aquella especie de cuartel amurallado hasta llegar a una especie de enorme capilla; tras unas enormes cortinas rojas tras el altar de ceremonias, se escondía un pequeño y estrecho pasillo que se detenía en una gruesa puerta de madera, el sacerdote sacó una llave de sus ropajes y abrió la puerta que daba al interior de las montañas. Ante las luces artificiales que lo iluminaban todo, al sacerdote le entró un repentino pánico, estaba traicionando a sus dioses capaces de traer la mismísima luz del sol al interior de la montaña y temía su ira.
- Está bien Remcho podéis iros y guia a tus hombres asta aquí.
Los dos nativos obedecieron y los humanos penetraron en el interior de la montaña.
El auténtico Tigre había caminado durante días escondiéndose de los nativos rebeldes, hasta que un día fue descubierto por uno de ellos y confundido por uno los náufragos a los que llamaban dioses libertadores, a partir de ese momento se hizo con una escolta de fieles seguidores que le acercarían a sus supuestos compañeros pero sin revelar su auténtica identidad; cuando por fin estaba cerca de su objetivo ya era tarde, la capitana Yumi Otomo había ordenado el ataque a la ciudad capital sin que él pudiera cumplir con su misión, pero tal vez podía sofocar aquel ataque matando a la supuesta diosa y revelando así su verdadera identidad, a pesar de que su estatura y el color de su piel era distinto al de los humanos náufragos del Cristóbal Colón, los nativos de aquel mundo eran incapaces de distinguirlos, algunos incluso pensaban que todos los humanos eran en realidad un mismo ente. Yumi veía el desarrollo de los acontecimientos desde una cierta distancia junto con uno de sus lugartenientes al que sus subordinados también empezaban a considerar como un dios, Tigre se acercó por detrás con una enorme y afilada espada que para sorpresa de todos los presentes blandió con rabia arrancando la cabeza de un tajo a la antigua capitana del Cristóbal Colón.
- ¡La rebelión a terminado! ¡El auténtico poder es de los dioses de las estrellas!- gritó a los rebeldes- ¡Rendiros! ¡Uniros al imperios y seréis perdonados!
Antes de que empezara la confusión entre las tropas rebeldes, el lugarteniente de Yumi, comprendió que aquellos dioses que creían inmortales podían ser abatidos y temiendo perder ese estatus divino que estaban empezando a otorgarle cogió su arma de pólvora y sabiendo que la cabeza era el punto débil del dios, apuntó y disparó contra él.
El humano contrabandista y mercenario calló abatido y muerto.
- ¡El tiempo de los dioses estelares ha terminado! ¡Que vuelvan a las estrellas de donde vinieron!- gritó
En ese momento las naves a las que los nativos confundían con dragones voladores empezaron a ascender al cielo. En su guarida el Bíraro al conocido como Dios, viendo como su imperio se derrumbaba ya había ordenado la evacuación de las instalaciones. Pero aquel planeta era muy grande y tenía otras vetas del preciado mineral y sino había infinidad de estrellas con infinidad de mundos por explorar, con recursos por explotar.
Jotacé.
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