Poco a poco el superviviente fue
recuperando la consciencia, una intensa luz lo iluminaba todo tras el
barro pegado al visor de su casco protector y parecía estar tumbado
en una superficie blanda.
- Parece que reacciona, quitémosle el
casco- dijo una voz de mujer.
El hombre sintiéndose amenazado,
empezó a dar manotazos y puntapiés al aire, unos brazos fuertes lo
agarraron de las extremidades inmovilizándolo por
completo.
- Tranquilo soldado, no vamos a hacerte nada malo-
lo calmó la suave y sedosa voz de mujer.
Cuando por fin
pudieron quitarle el casco y vio a aquella mujer, joven, de pelo
negro, corto pero abundante, parecía salida de un sueño. Aquello
era distinto a las mugrientas y sucias madrigueras de los mutantes;
de un blanco aséptico y rodeado de hombre y mujeres normales como el
sin las atroces deformidades de los mutantes.
- ¿Qui…
quiénes sois? ¿Donde estamos?- preguntó aturdido y respirando
todavía agitadamente.
-
Supervivientes, igual que tú. Estamos en una de las muchas ciudades
refugios existentes por todo el mundo.
El hombre intentó
incorporarse.
- Despacio, te has dado un buen golpe. Por
cierto soy Julia- la mujer sonreía amigablemente.
- Arturo-
contestó el hombre llevándose su enguantada mano a su dolorida y
zumbante cabeza.
- Ahora estas en una habitación especial.
Cuando estés mejor desnúdate, puedes dejar tu traje en ese armario
para la reparación y descontaminación; tras esa puerta hay una
ducha, procura frotarte bien para descontaminarte. Te esperamos al
otro lado para la revisión médica.
La mujer hizo ademán de
alejarse pero el la retuvo sujetándole el brazo.
- Espera. ¿Dónde
están el resto de mis cosas?
- Al igual que tú están siendo
descontaminadas y revisadas.
La mujer siempre sonriente volvió a
alejarse, sus compañeros los habían dejado solos mientras hablaban
sin que Arturo fuera consciente de ello. La mujer se desabrochó el
mono blanco que le cubría el cuerpo y lo dejó caer al suelo, debajo
del mono estaba totalmente desnuda, cogió el mono del suelo
metiéndolo posteriormente en el inmenso armario, donde estaban el
resto de monos y trajes protectores de sus compañeros, luego se giró
un momento mirando a Arturo antes de desaparecer en la puerta de la
ducha y que salía al centro médico. Arturo permaneció
tendido unos minutos más, hasta encontrarse mejor, luego ya con más
cuidado empezó nuevamente a incorporarse sin dejar de mirar la gran
estancia en la que se encontraba. Habían más comillas como la suya
y el armario donde debía guardar su ropa parecía inmenso con unas
perchas ahora vacías ya que un mecanismo automático las hacía
desaparecer tras una cortinas de plástico, al otro lado de la
estancia había una enorme puerta de hierro como las de las cajas
fuertes de los bancos… como la que él mismo tenía en su propio
refugio, pero más grande aún y que sin duda daba al exterior.
Como le dijo la mujer, fue al armario, se quitó con
mucho cuidado su traje protector y lo colgó en la percha cuyo
mecanismo se acciono inmediatamente, su casco desapareció después
de que se lo quitaran. Tras el traje vino el resto de su ropa, capa
tras capa, el grueso jersey, la camisa, camiseta, los pantalones, los
gruesos calcetines y los calzones, quedándose completamente desnudo,
la repisa donde dejaba la ropa que no podía colgar, también resultó
ser una especie de rampa automática y tal como ocurrió con las
perchas se acciono para hacer desaparecer su ropa tras las cortinas.
Finalmente le tocó el turno a él y se dispuso a entrar en la ducha
para terminar de atravesar aquella frontera a posiblemente un mundo
nuevo.
Jotacé.
Y aquí está la continuación, la semana que viene más.
ResponderEliminarNo podía faltar una hermosa mujer, que es amable con el protagonista.
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