lunes, 20 de mayo de 2013

(M.N. 05) OSCURO RENACER

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-->Aun que hay quien piensa lo contrario, casi todos cambiamos al morir, nuestros rostros se vuelven rígidos e inexpresivos, incapaces emitir emoción alguna, igual que tampoco podemos respirar. Curiosamente, doña Carmen, si parecía estar igual que cuando estaba viva, o tal vez cuando vivía, ya parecía estar muerta, ya que nunca fue capaz de emocionarse por nada, de sentir nada por nadie, ni tan siquiera por su nieto Daniel, siempre seria e inexpresiva, incluso su sonrisa era tan falsa como una moneda con dos caras. Todos los que la conocieron en vida y se acercaban al féretro a verla salían con el rostro libido, con la extraña sensación de que la anciana seguía viva y captando todo lo que ocurría a su alrededor.                           
 La madre de Santiago entró al solitario velatorio y le explicó a doña Carmen, con pelos y señales, como su nieto desapareció con aquella chica pelirroja y como había sido tratada por el otro amigo de Daniel y por la madre de este. En un momento determinado del monólogo, se detuvo a contemplar a la difunta y por un breve momento, tuvo la extraña sensación de que la anciana se giraba para prestarle más atención. La mujer, salió de allí lívida, olvidándose de todo el asunto.                                   
En cierto modo, era verdad que doña Carmen  aún estaba un poco viva, tal vez por que siempre había estado un poco muerta.                                                 
 Dos noches atrás, cuando tomó la determinación de quitarse la vida, atando uno de los cordones de tender la ropa en una lámpara y pasando la cabeza por el nudo corredizo del otro extremo, para después en un último esfuerzo tirar la silla en la que se había subido al suelo y quedarse con los pies colgando, sintió la única cosa que había sido capaz de sentir durante toda su vida, dolor. Dolor cuando la cuerda empezó a apretar, cortándole la respiración, el flujo sanguíneo y rompiéndole las vértebras del cuello hasta que finalmente dejó de respirar y el dolor cesó por completo, todo su cuerpo se puso rígido y notó como todos sus flujos intestinales le recorrían por la entrepierna, estaba muerta y sin embargo seguía siendo consciente de todo lo que pasaba a su alrededor, de la llegada de su nieto y de las llamadas que realizaba a sus dos únicos amigos, desde el teléfono fijo, ya que el móvil seguía desconectado, primero a Jota, dos veces seguidas, sin ningún resultado, luego a Santiago con el mismo resultado. Pero al ver una llamada perdida del primero, volvió a intentarlo y esta vez si que contestó.                                                                                                             
Al rato llegó la policía y los sanitarios, que se encargaron de bajarla de allí, para meterla en una bolsa de plástico. Notó como su viejo cuerpo era desnudado, lavado y manipulado durante la autopsia. Finalmente se la llevaron de allí, a otro lugar, donde los encargados de la funeraria se ocupaban de volverla a vestir, le ponían aquella mortaja y la maquillaban para que pareciera más viva y ser exhibida en una vitrina de cristal ante conocidos y vecinos en el velatorio. En el ataúd, fue llevada a la iglesia, donde escucho la misa, que hicieron en su nombre y decían de ella lo religiosa que había sido en vida, en ese momento fue consciente de que nunca había creído en Dios y que muerta como estaba seguía sin creer. Si la hipócrita madre de Santi la cual había creído amiga supiera lo que le ocurría en ese momento, pensaría que aquello era un castigo divino, por su falta de fe, pero sobre todo, por el suicidio, que consideraba pecado mortal.                                                                                                     
 Finalmente la comitiva fúnebre fue al cementerio y su ataúd introducido en uno de los numerosos nichos. Escucho como poco a poco la gente se fue alejando. Unas horas más tarde el cementerio cerraba sus puertas a los visitantes y la noche se adelantaba con la ayuda de las nubes que durante todo el día habían encapotado el cielo, agobiando el ambiente, sin dejar caer una sola gota de lluvia. Fue en ese momento en el que la rigidez de la muerte desapareció y como si de un fantasma se tratara se vio transportada al exterior. Todo aquello era nuevo para ella, nunca había creído en fantasmas y sin embargo allí estaba ella, vagando sin rumbo por entre los nichos del cementerio, hasta llegar a la verja que daba a la calle y que ya estaba cerrada. Viéndose atrapada agarró los barrotes y los zarandeó con fuerza e impotencia, entonces volvió a ocurrir lo mismo que cuando había salido del nicho y se vio transportada al exterior. Comenzó a andar por la carretera que conducía a la ciudad, una leve lluvia empezó a caer y un coche paró en el arcén, el conductor bajó la ventanilla y se dirigió a ella.                                                                                              
 - ¡¿Se ha perdido señora?! ¡¿Quiere que la lleve a algún sitio?!                            
 - Si, a mi casa                                                                                                         
 - ¡Ande suba!- dijo el hombre abriendo la puerta del copiloto.                          
Doña Carmen subió en el coche, sin dejar de mirar a aquel individuo, un tipo gordo y con bigote, del que podía oler una mezcla de loción de afeitar, cerveza, el sudor que desprendía su cuerpo y sobretodo su sangre.                       
- ¿Qué viene del cementerio? ¿De visitar a un pariente muerto?                                
- Si, más o menos.                                                                                                                    
 - Bueno, usted dirá donde le va bien que la deje señora.                                             
Doña Carmen, se abalanzó sobre el hombre, que aunque intentó resistirse aquella anciana parecía tener más fuerza de la que parecía y se le echó al cuello absorbiéndole toda la sangre. El coche dio un volantazo y se salió de la carretera chocando contra una farola, otros coches que pasaban por allí pararon para ver que había ocurrido y llamar a emergencias.                                                                                                            
Saciada su sed y con más poder del que nunca había tenido, doña Carmen salió del coche igual que siempre, sin que nadie se percatara de su presencia, aparentemente el hombre viajaba solo y probablemente había sufrido un ataque al corazón. Ahora doña Carmen podía notar y sentir lo que ocurría en el lugar del accidente através de su víctima, como si esta fuera parte de si misma, como un brazo o una pierna. Se dejó arrastrar por el viento, que la llevó al sitio al que realmente pertenecía, a aquel bloque de pisos en el que tanto tiempo había vivido y que la había visto renacer en la oscuridad y al que sin embargo le era imposible acceder, ni en forma física, ni gaseosa, era extraño y contradictorio. Entonces vio a doña Eulalia, cargada con una enorme bolsa de basura, aquella solitaria mujer, mucho más vieja que ella, seguía haciendo como siempre las faenas de la escalera. Como cada noche, se dirigió al contenedor de la basura, lo abrió como pudo e introdujo la bolsa dentro. En ese momento sintió como algo le rozaba las piernas, al mirar hacia abajo vio a un enorme gato blanco que se le restregaba maullando, esperando las caricias de la anciana.                          
- Hola bonito, ¿de donde has salido tú, eh precioso?- dijo acariciando el espeso pelaje blanco, el gato le respondió con un sonoro maullido- Hola, hola, bonito.                                   
 La mujer regresó al piso seguida del gato, abrió la puerta y entró dentro, el gato se quedó en el umbral de la puerta, maullando fuertemente, como el gemido de un niño, casi como una súplica.                                    
- ¿Qué pasa bonito? ¿es que no tienes dueño?                                                                       
El gato volvió a maullar.                                                                                                     
- ¿Tienes hambre bonito?- otro maullido por respuesta.                                          
- Está bien pasa, te daré un buen tazón de leche.                                                          
El gato entró corriendo en el edificio y siguió a la anciana asta su apartamento, doña Eulalia lo llevó a la cocina donde le sirvió un tazón de leche, pero el animal desaparecido como si nunca hubiera estado allí. La buena mujer lo buscó llamándolo por todas partes.                                
 - Que extraño- dijo para si- debe de ser cosa de la vejez que me da malas pasadas.                                                                                                                  
A las tres de la madrugada, la mujer que se había quedado dormida delante del televisor, como le ocurría muchas noches, despertó sobresaltada al oír como alguien la llamaba desde la cocina, cuando fue a mirar, se encontró con doña Carmen su vecina del tercero.                 
 - ¡Doña Carmen! ¡Debo estar soñando! Usted está muerta, yo asistí a su entierro esta misma tarde.                                                                                                
- No del todo querida. Ande siéntese conmigo y beba una infusión que he preparado- dijo Doña Carmen mientras servía aquel té, que parecía tener un extraño color rojo.                                                                                                
 - Si, eso me pareció, cuando la vi allí tendida.                                                      
La mujer se sentó y empezó a beber aquel brebaje de extraño sabor como salado.                                                                                                                            
- ¿Qué es? Nunca había probado nada igual.                                                                   
- Beba querida, beba- contesto la anciana con una mueca que parecía querer imitar una sonrisa.                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                         
Jotacé           

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