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-->Aun
que hay quien piensa lo contrario, casi todos cambiamos al morir, nuestros
rostros se vuelven rígidos e inexpresivos, incapaces emitir emoción alguna, igual
que tampoco podemos respirar. Curiosamente, doña Carmen, si parecía estar igual
que cuando estaba viva, o tal vez cuando vivía, ya parecía estar muerta, ya que
nunca fue capaz de emocionarse por nada, de sentir nada por nadie, ni tan
siquiera por su nieto Daniel, siempre seria e inexpresiva, incluso su sonrisa
era tan falsa como una moneda con dos caras. Todos los que la conocieron en
vida y se acercaban al féretro a verla salían con el rostro libido, con la
extraña sensación de que la anciana seguía viva y captando todo lo que ocurría
a su alrededor.
La
madre de Santiago entró al solitario velatorio y le explicó a doña Carmen, con
pelos y señales, como su nieto desapareció con aquella chica pelirroja y como
había sido tratada por el otro amigo de Daniel y por la madre de este. En un
momento determinado del monólogo, se detuvo a contemplar a la difunta y por un
breve momento, tuvo la extraña sensación de que la anciana se giraba para
prestarle más atención. La mujer, salió de allí lívida, olvidándose de todo el
asunto.
En
cierto modo, era verdad que doña Carmen
aún estaba un poco viva, tal vez por que siempre había estado un poco
muerta.
Dos noches
atrás, cuando tomó la determinación de quitarse la vida, atando uno de los
cordones de tender la ropa en una lámpara y pasando la cabeza por el nudo
corredizo del otro extremo, para después en un último esfuerzo tirar la silla
en la que se había subido al suelo y quedarse con los pies colgando, sintió la
única cosa que había sido capaz de sentir durante toda su vida, dolor. Dolor
cuando la cuerda empezó a apretar, cortándole la respiración, el flujo
sanguíneo y rompiéndole las vértebras del cuello hasta que finalmente dejó de
respirar y el dolor cesó por completo, todo su cuerpo se puso rígido y notó
como todos sus flujos intestinales le recorrían por la entrepierna, estaba
muerta y sin embargo seguía siendo consciente de todo lo que pasaba a su
alrededor, de la llegada de su nieto y de las llamadas que realizaba a sus dos
únicos amigos, desde el teléfono fijo, ya que el móvil seguía desconectado, primero
a Jota, dos veces seguidas, sin ningún resultado, luego a Santiago con el mismo
resultado. Pero al ver una llamada perdida del primero, volvió a intentarlo y
esta vez si que contestó.
Al
rato llegó la policía y los sanitarios, que se encargaron de bajarla de allí,
para meterla en una bolsa de plástico. Notó como su viejo cuerpo era desnudado,
lavado y manipulado durante la autopsia. Finalmente se la llevaron de allí, a
otro lugar, donde los encargados de la funeraria se ocupaban de volverla a
vestir, le ponían aquella mortaja y la maquillaban para que pareciera más viva
y ser exhibida en una vitrina de cristal ante conocidos y vecinos en el
velatorio. En el ataúd, fue llevada a la iglesia, donde escucho la misa, que
hicieron en su nombre y decían de ella lo religiosa que había sido en vida, en
ese momento fue consciente de que nunca había creído en Dios y que muerta como
estaba seguía sin creer. Si la hipócrita madre de Santi la cual había creído
amiga supiera lo que le ocurría en ese momento, pensaría que aquello era un
castigo divino, por su falta de fe, pero sobre todo, por el suicidio, que
consideraba pecado mortal.
Finalmente
la comitiva fúnebre fue al cementerio y su ataúd introducido en uno de los
numerosos nichos. Escucho como poco a poco la gente se fue alejando. Unas horas
más tarde el cementerio cerraba sus puertas a los visitantes y la noche se
adelantaba con la ayuda de las nubes que durante todo el día habían encapotado
el cielo, agobiando el ambiente, sin dejar caer una sola gota de lluvia. Fue en
ese momento en el que la rigidez de la muerte desapareció y como si de un
fantasma se tratara se vio transportada al exterior. Todo aquello era nuevo
para ella, nunca había creído en fantasmas y sin embargo allí estaba ella, vagando
sin rumbo por entre los nichos del cementerio, hasta llegar a la verja que daba
a la calle y que ya estaba cerrada. Viéndose atrapada agarró los barrotes y los
zarandeó con fuerza e impotencia, entonces volvió a ocurrir lo mismo que cuando
había salido del nicho y se vio transportada al exterior. Comenzó a andar por
la carretera que conducía a la ciudad, una leve lluvia empezó a caer y un coche
paró en el arcén, el conductor bajó la ventanilla y se dirigió a ella.
- ¡¿Se ha perdido
señora?! ¡¿Quiere que la lleve a algún sitio?!
-
Si, a mi casa
- ¡Ande suba!- dijo el
hombre abriendo la puerta del copiloto.
Doña Carmen subió en el coche, sin
dejar de mirar a aquel individuo, un tipo gordo y con bigote, del que podía
oler una mezcla de loción de afeitar, cerveza, el sudor que desprendía su cuerpo
y sobretodo su sangre.
-
¿Qué viene del cementerio? ¿De visitar a un pariente muerto?
- Si, más o
menos.
-
Bueno, usted dirá donde le va bien que la deje señora.
Doña Carmen, se abalanzó
sobre el hombre, que aunque intentó resistirse aquella anciana parecía tener
más fuerza de la que parecía y se le echó al cuello absorbiéndole toda la
sangre. El coche dio un volantazo y se salió de la carretera chocando contra
una farola, otros coches que pasaban por allí pararon para ver que había
ocurrido y llamar a emergencias.
Saciada
su sed y con más poder del que nunca había tenido, doña Carmen salió del coche
igual que siempre, sin que nadie se percatara de su presencia, aparentemente el
hombre viajaba solo y probablemente había sufrido un ataque al corazón. Ahora
doña Carmen podía notar y sentir lo que ocurría en el lugar del accidente
através de su víctima, como si esta fuera parte de si misma, como un brazo o
una pierna. Se dejó arrastrar por el viento, que la llevó al sitio al que
realmente pertenecía, a aquel bloque de pisos en el que tanto tiempo había
vivido y que la había visto renacer en la oscuridad y al que sin embargo le era
imposible acceder, ni en forma física, ni gaseosa, era extraño y
contradictorio. Entonces vio a doña Eulalia, cargada con una enorme bolsa de
basura, aquella solitaria mujer, mucho más vieja que ella, seguía haciendo como
siempre las faenas de la escalera. Como cada noche, se dirigió al contenedor de
la basura, lo abrió como pudo e introdujo la bolsa dentro. En ese momento
sintió como algo le rozaba las piernas, al mirar hacia abajo vio a un enorme
gato blanco que se le restregaba maullando, esperando las caricias de la
anciana.
- Hola
bonito, ¿de donde has salido tú, eh precioso?- dijo acariciando el espeso
pelaje blanco, el gato le respondió con un sonoro maullido- Hola, hola, bonito.
La
mujer regresó al piso seguida del gato, abrió la puerta y entró dentro, el gato
se quedó en el umbral de la puerta, maullando fuertemente, como el gemido de un
niño, casi como una súplica.
-
¿Qué pasa bonito? ¿es que no tienes dueño?
El
gato volvió a maullar.
-
¿Tienes hambre bonito?- otro maullido por respuesta.
- Está bien pasa, te daré un
buen tazón de leche.
El gato entró corriendo
en el edificio y siguió a la anciana asta su apartamento, doña Eulalia lo llevó
a la cocina donde le sirvió un tazón de leche, pero el animal desaparecido como
si nunca hubiera estado allí. La buena mujer lo buscó llamándolo por todas
partes.
-
Que extraño- dijo para si- debe de ser cosa de la vejez que me da malas pasadas.
A
las tres de la madrugada, la mujer que se había quedado dormida delante del
televisor, como le ocurría muchas noches, despertó sobresaltada al oír como
alguien la llamaba desde la cocina, cuando fue a mirar, se encontró con doña
Carmen su vecina del tercero.
- ¡Doña
Carmen! ¡Debo estar soñando! Usted está muerta, yo asistí a su entierro esta
misma tarde.
-
No del todo querida. Ande siéntese conmigo y beba una infusión que he
preparado- dijo Doña Carmen mientras servía aquel té, que parecía tener un
extraño color rojo.
-
Si, eso me pareció, cuando la vi allí tendida.
La
mujer se sentó y empezó a beber aquel brebaje de extraño sabor como salado.
-
¿Qué es? Nunca había probado nada igual.
-
Beba querida, beba- contesto la anciana con una mueca que parecía querer imitar
una sonrisa.
Jotacé
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