lunes, 20 de enero de 2014

(H.C. 39) LA BATALLA DE LA CIUDAD DIVIDIDA

El avance de los rebeldes era cada vez más rápido. Aunque había muchos nativos convencidos de la divinidad y la prosperidad que les habían traído los dioses de las estrellas, cada vez eran más los que se unían a la rebelión. En las montañas Yumi les enseño a crear armas más sofisticadas, basadas en la pólvora y otros elementos de la naturaleza. Durante una de las incursiones de castigo a uno de los poblados rebeldes, estos tendieron una trampa a uno de aquellos cazas espaciales que creían dragones. Aquello, hizo tambalearse las creencias de los nativos más fieles a los dioses de las estrellas. 
 En su fortaleza, el bíraro que se hacía llamar a si mismo Dios, estaba tan convencido de su victoria sobre los rebeldes y de que su derrota reforzaría la fe que les tenían a él y su grupo, que disfrutaba incluso de los pequeños fracasos de sus tropas y ya se veía a si mismo conquistando todo aquel mundo y apoderándose de sus riquezas.
 Entre tanto los rebeldes comandados por la humana Yumi Otomo, ya habían logrado llegar más lejos de lo que los dioses de las estrellas creían. 
En la ciudad del gran puente, unos falsos prisioneros eran subidos a un enrejado carromato, por sus propios compañeros disfrazados de guardias, para continuar con su misión, ignorantes de lo que se estaba preparando. La comitiva cruzó sin problemas el puente que unía las dos partes de la ciudad y al amanecer, ya estaban saliendo aliviados de la ciudad. Una vez se alejaron lo suficiente, Hugo y Robert pudieron salir por fin de su escondite, en el falso fondo del carromato.
 - Aunque no pueda salir al exterior, es un alivio salir de ese ataúd. ¡Me duelen todos los huesos del cuerpo!- exclamó Hugo.
 - Desnúdate y tiéndete ahí, te haré un masaje- le contestó Robert.
 Hugo obedeció y durante un rato sintió las manos del androide frotándole todo el cuerpo y poniéndolo a punto. Sin embargo, unos gritos que ordenaban a la comitiva a detenerse, les hizo volver a su escondite. Una patrulla, llegó de la ciudad con la orden de llevarlos de regreso.
- Nuestras ordenes de llegar lo antes posible a las montañas, vienen de lo más alto- intentó razonar Remcho. 
 - Las nuestras también, los dioses que hay en la ciudad han ordenado que nadie puede salir de la ciudad y han mandado ir a buscar a todos los convoy que hayan salido, con soldados o esclavos.
 - Esa orden es un tanto incongruente y más viniendo de un dios, tenéis la prueba de lo que decís. De pronto la patrulla sacó sus armas y amenazaron a los soldados del convoy. Uno de ellos pidió la llave que abría la puerta de los prisioneros.
 - ¡Vosotros sois libres! ¡Y vosotros, podéis elegir entre uniros a la rebelión o morir aquí mismo como escoria!
 Remcho se hecho a reír incrédulo, a él le siguieron el resto de sus hombres y los mismos prisioneros. Los soldados de la patrulla les miraron incrédulos.
 - ¡¿Se puede saber de os reís?! ¡¿Qué me he perdido?!- dijo el jefe de la patrulla perplejo.
 - ¡Fizo, díselo tú!- dijo Remcho.
 - Todos aquí somos rebeldes, este convoy es una tapadera- dijo Fizo saliendo del grupo de esclavos. 
 Pararon a un lado del camino, para descansar y poner al día de su misión para infiltrarse en las minas al jefe de la patrulla, callándose la auténtica naturaleza de dicha misión y la presencia de Hugo y Robert, que permanecían escondidos en el carromato, atentos a todo lo que ocurría fuera.
 - En la ciudad somos más de un tercio del ejército, más los prisioneros, pero sospechamos que hay más gente, apoyando la rebelión, tanto entre las tropas, como entre los habitantes de la ciudad. Los dioses o mejor dicho demonios de las estrellas no se atreverán a destruir esta ciudad con sus dragones, es una de las más grandes del imperio y es clave en la guerra. Además esperamos capturar a dos de esos “demonios” antes de que se lancen con todo el grueso del ejército hacia las montañas- explicó el jefe de la patrulla.
 - ¿Y cuando pensáis dar el golpe?- preguntó Remcho.
 - Esta misma noche… por eso temíamos que escapara alguien y consiguiera avisar al resto del ejército en las montañas de los dioses. A pesar de las precauciones, las señales de la lucha puede que se vean a kilómetros, como ha ocurrido en otras batallas. 
 Poco después, se pusieron nuevamente en marcha, la caravana en dirección a las montañas y la patrulla de regreso a la ciudad. 
 Era noche cerrada, cuando los rebeldes se hicieron con el mando de las tropas imperiales, el factor sorpresa jugó un papel importante en el alzamiento, pero cuando corrió la voz entre las tropas fieles a los dioses de las estrellas, la resistencia se hizo feroz, los civiles, tanto si eran fieles a unos o a otros se encerraron en sus casas, aunque ni si quiera allí podían estar seguros.
 Viendo que sus tropas empezaban a ceder, Tigre se colocó su armadura de combate y salió a dirigir a su guardia personal. Norma huyo hacia la azotea con su mono de piloto, donde la esperaba una pequeña lanzadera con la intención de pedir ayuda a sus compañeros en las montañas de los dioses. 
 A pesar de que él mismo había entrenado a los soldados de su guardia y de que su armadura lo convertía casi en invencible para la primitiva tecnología nativa, la superioridad numérica estaba ya en aquellos momentos a favor de los rebeldes, que hicieron retroceder al falso dios asta el río, al que se vio empujado por sus enemigos y donde se vio obligado a deshacerse de su armadura de combate y dejarse arrastrar por la corriente, mientras los nativos tanto de uno como de otro bando lo daban por muerto. 
 A pesar de la aparente victoria, los rebeldes sabían que los dioses volverían a recuperar la ciudad, si aquel dragón que habían visto huir en dirección a las montañas de los dioses, llegaba a su destino.
 Hugo, Robert y algunos de sus compañeros, a pesar de lo lejos que estaban, podían ver el cielo iluminado por los numerosos incendios causados en la ciudad durante la revuelta. Al ver sobrevolar la nave de Norma, Hugo saco su arma de largo alcance, sabía que si llevaba los escudos, aquel disparo ni tan siquiera sería capaz de hacerle un arañazo, sin embargo Norma creía que la mayor potencia de alcance para los rebeldes, era producida por armas de pólvora de muy poco alcance y se olvidó por completo de los escudos a pesar de que ya había caído algún otro caza. Cuando el disparo de Hugo la alcanzó, miró incrédula el panel de controles, intentó pedir ayuda, pero un segundo disparo mientras caía inutilizó el sistema de comunicaciones. Los náufragos espaciales a los que tenían que capturar estaban muy cerca, demasiado. La nave dio un par de tumbos antes de hacer un aterrizaje forzoso en medio de unos campos de sembrado.
 A pesar de que se mantuvieron ocultos, para la mayoría de los nativos que les acompañaban en la expedición, hacia tiempo que estos murmuraban y sospechaban de su presencia, cuando vieron caer al dragón volador y a Hugo, empuñando su arma mágica, con la que había disparado, todos se inclinaron ante él y Robert que estaba a su lado. Eran los dioses libertadores, estaban con ellos, su misión ahora era de carácter sagrado.


 Jotacé.

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