El avance de los
rebeldes era cada vez más rápido. Aunque había muchos nativos
convencidos de la divinidad y la prosperidad que les habían traído
los dioses de las estrellas, cada vez eran más los que se unían a
la rebelión. En las montañas Yumi les enseño a crear armas más
sofisticadas, basadas en la pólvora y otros elementos de la
naturaleza. Durante una de las incursiones de castigo a uno de los
poblados rebeldes, estos tendieron una trampa a uno de aquellos cazas
espaciales que creían dragones. Aquello, hizo tambalearse las
creencias de los nativos más fieles a los dioses de las estrellas.
En su fortaleza, el bíraro que se hacía llamar a si
mismo Dios, estaba tan convencido de su victoria sobre los rebeldes y
de que su derrota reforzaría la fe que les tenían a él y su grupo,
que disfrutaba incluso de los pequeños fracasos de sus tropas y ya
se veía a si mismo conquistando todo aquel mundo y apoderándose de
sus riquezas.
Entre tanto los rebeldes comandados por la
humana Yumi Otomo, ya habían logrado llegar más lejos de lo que los
dioses de las estrellas creían.
En la ciudad del gran puente, unos
falsos prisioneros eran subidos a un enrejado carromato, por sus
propios compañeros disfrazados de guardias, para continuar con su
misión, ignorantes de lo que se estaba preparando. La comitiva cruzó
sin problemas el puente que unía las dos partes de la ciudad y al
amanecer, ya estaban saliendo aliviados de la ciudad. Una vez se
alejaron lo suficiente, Hugo y Robert pudieron salir por fin de su
escondite, en el falso fondo del carromato.
- Aunque no pueda
salir al exterior, es un alivio salir de ese ataúd. ¡Me duelen
todos los huesos del cuerpo!- exclamó Hugo.
- Desnúdate y
tiéndete ahí, te haré un masaje- le contestó Robert.
Hugo
obedeció y durante un rato sintió las manos del androide frotándole
todo el cuerpo y poniéndolo a punto. Sin embargo, unos gritos que
ordenaban a la comitiva a detenerse, les hizo volver a su escondite.
Una patrulla, llegó de la ciudad con la orden de llevarlos de
regreso.
- Nuestras ordenes de llegar lo antes posible a las
montañas, vienen de lo más alto- intentó razonar Remcho.
-
Las nuestras también, los dioses que hay en la ciudad han ordenado
que nadie puede salir de la ciudad y han mandado ir a buscar a todos
los convoy que hayan salido, con soldados o esclavos.
- Esa orden
es un tanto incongruente y más viniendo de un dios, tenéis la
prueba de lo que decís. De pronto la patrulla sacó sus
armas y amenazaron a los soldados del convoy. Uno de ellos pidió la
llave que abría la puerta de los prisioneros.
- ¡Vosotros sois
libres! ¡Y vosotros, podéis elegir entre uniros a la rebelión o
morir aquí mismo como escoria!
Remcho se hecho a reír
incrédulo, a él le siguieron el resto de sus hombres y los mismos
prisioneros. Los soldados de la patrulla les miraron
incrédulos.
- ¡¿Se puede saber de os reís?! ¡¿Qué me
he perdido?!- dijo el jefe de la patrulla perplejo.
-
¡Fizo, díselo tú!- dijo Remcho.
- Todos aquí somos
rebeldes, este convoy es una tapadera- dijo Fizo saliendo del grupo
de esclavos.
Pararon a un lado del camino, para descansar y
poner al día de su misión para infiltrarse en las minas al jefe de
la patrulla, callándose la auténtica naturaleza de dicha misión y
la presencia de Hugo y Robert, que permanecían escondidos en el
carromato, atentos a todo lo que ocurría fuera.
- En la ciudad
somos más de un tercio del ejército, más los prisioneros, pero
sospechamos que hay más gente, apoyando la rebelión, tanto entre
las tropas, como entre los habitantes de la ciudad. Los dioses o
mejor dicho demonios de las estrellas no se atreverán a destruir
esta ciudad con sus dragones, es una de las más grandes del imperio
y es clave en la guerra. Además esperamos capturar a dos de esos
“demonios” antes de que se lancen con todo el grueso del ejército
hacia las montañas- explicó el jefe de la patrulla.
- ¿Y
cuando pensáis dar el golpe?- preguntó Remcho.
- Esta misma
noche… por eso temíamos que escapara alguien y consiguiera avisar
al resto del ejército en las montañas de los dioses. A pesar de las
precauciones, las señales de la lucha puede que se vean a
kilómetros, como ha ocurrido en otras batallas.
Poco
después, se pusieron nuevamente en marcha, la caravana en dirección
a las montañas y la patrulla de regreso a la ciudad.
Era noche cerrada, cuando los rebeldes se
hicieron con el mando de las tropas imperiales, el factor sorpresa
jugó un papel importante en el alzamiento, pero cuando corrió la
voz entre las tropas fieles a los dioses de las estrellas, la
resistencia se hizo feroz, los civiles, tanto si eran fieles a unos o
a otros se encerraron en sus casas, aunque ni si quiera allí podían
estar seguros.
Viendo que sus tropas empezaban a ceder,
Tigre se colocó su armadura de combate y salió a dirigir a su
guardia personal. Norma huyo hacia la azotea con su mono de piloto,
donde la esperaba una pequeña lanzadera con la intención de pedir
ayuda a sus compañeros en las montañas de los dioses.
A pesar de
que él mismo había entrenado a los soldados de su guardia y de que
su armadura lo convertía casi en invencible para la primitiva
tecnología nativa, la superioridad numérica estaba ya en aquellos
momentos a favor de los rebeldes, que hicieron retroceder al falso
dios asta el río, al que se vio empujado por sus enemigos y donde se
vio obligado a deshacerse de su armadura de combate y dejarse
arrastrar por la corriente, mientras los nativos tanto de uno como de
otro bando lo daban por muerto.
A pesar de la aparente victoria,
los rebeldes sabían que los dioses volverían a recuperar la ciudad,
si aquel dragón que habían visto huir en dirección a las montañas
de los dioses, llegaba a su destino.
Hugo, Robert y algunos de sus
compañeros, a pesar de lo lejos que estaban, podían ver el cielo
iluminado por los numerosos incendios causados en la ciudad durante
la revuelta. Al ver sobrevolar la nave de Norma, Hugo saco su arma de
largo alcance, sabía que si llevaba los escudos, aquel disparo ni
tan siquiera sería capaz de hacerle un arañazo, sin embargo Norma
creía que la mayor potencia de alcance para los rebeldes, era
producida por armas de pólvora de muy poco alcance y se olvidó por
completo de los escudos a pesar de que ya había caído algún otro
caza. Cuando el disparo de Hugo la alcanzó, miró incrédula el
panel de controles, intentó pedir ayuda, pero un segundo disparo
mientras caía inutilizó el sistema de comunicaciones. Los náufragos
espaciales a los que tenían que capturar estaban muy cerca,
demasiado. La nave dio un par de tumbos antes de hacer un aterrizaje
forzoso en medio de unos campos de sembrado.
A pesar de que se
mantuvieron ocultos, para la mayoría de los nativos que les
acompañaban en la expedición, hacia tiempo que estos murmuraban y
sospechaban de su presencia, cuando vieron caer al dragón volador y
a Hugo, empuñando su arma mágica, con la que había disparado,
todos se inclinaron ante él y Robert que estaba a su lado. Eran los
dioses libertadores, estaban con ellos, su misión ahora era de
carácter sagrado.
Jotacé.
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