Los
expedicionarios se apresuraron en entrar en las ruinas de de la
ciudad, aquellos oscuros y perpetuos nubarrones acortaban las horas
de luz diurna más de lo deseable y pronto todo tipo de criaturas
mutantes saldrían a cazar.
Cesar
y Casandra, conducían a sus compañeros por estrechos y sinuosos
callejones, instándoles a permanecer en todo momento en silencio,
para evitar atraer a las acechantes miradas de los siniestros
habitantes de la ciudad. Buscaron con la ayuda de un rastreador de
vida, algún posible refugio donde pasar la noche; finalmente
encontraron el sitio perfecto en uno de los barrios de la periferia,
en el sótano de una de aquellas casas adosadas, lleno de viejos
muebles e inservibles utensilios con los que camuflar sus tiendas de
supervivencia.
Cesar
y Casandra, salieron al exterior para borrar un posible rastro que
delatara su escondite. Arturo, Julia y Pablo montaron las dos
pequeñas tiendas, cada una en un rincón y ocultas bajo todo aquel
montón de basura por precaución. Siempre ablando en susurros, Julia
se acercó a Arturo.
-
No nos has hablado demasiado de tu compañero en el refugio.
-
Compañera. No hay mucho que contar, era… es mi hermana, dos años
menor que yo, muy inteligente y astuta, ella… ella…- Arturo
pareció derrumbarse ante los recuerdos.
-
No te preocupes, pronto estaréis otra vez juntos- Julia lo abrazó
para consolarlo.
De
pronto un ruido proveniente del exterior los paralizó, haciéndoles
mirar hacia la entrada de su refugio, por donde para su alivio,
aparecieron los dos líderes de la expedición.
-
¿Todavía estáis así? ¡Vamos apresuraos a terminar, ahí fuera
probablemente ya a empezado la cacería!- Les apremio Cesar
Cesar
y Casandra atrancaron la puerta del sótano. La oscuridad allí
dentro era casi absoluta, pero gracias a sus gafas de visión
nocturna pudieron prescindir de la delatora luz de las linternas para
trabajar. Una vez terminadas de montar las dos tiendas fueron
ocultadas como les había ordenado Cesar.
En
una de las tiendas dormirían las mujeres y la otra sería ocupada
por los hombres. Una vez en el interior y conectados los filtros de
aire, pudieron prescindir de sus ceñidos trajes protectores, lo
último que se llegaron a quitar ya después de cenar y una vez
metidos en sus sacos de dormir, fueron sus gafas de visión nocturna.
La
noche en el exterior se llenó de ruidos, para empezar la lluvia hizo
como casi cada tarde acto de presencia, con sus rayos y truenos, lo
cual retrasó la salida de todos los mutantes, humanos y animales,
cuando esta cesó dos horas más tarde y tras unos minutos de tensa
calma, pronto toda clase de siniestros, chillidos, rugidos y
aullidos, pudieron entrar ahogados eso sí, en los improvisados
refugios de los expedicionarios a los que les costaría demasiado
coger el sueño esa noche.
Jotacé
No es un lugar propicio para dormir. Y al mismo tiempo, es lo que hay que hacer. Para estar alerta, algo imprescindible, hay que estar bien despierto.
ResponderEliminarHasta en territorio comanche hay que buscar un lugar seguro para reponer fuerzas
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