El
convoy que llevaba a los esclavos hasta las minas de los dioses,
estaba formado por veinticinco soldados a los que había que sumar su
jefe y dos subalternos. Era un secreto a voces que a lo largo del
viaje desde la costa a las minas, algunos soldados se aprovechaban de
los esclavos durante sus guardias, o con la complicidad de sus
compañeros, sobretodo de las mujeres, a pesar de la prohibición de
tocarlos, los mismos jefes hacían la vista gorda o participaban
ellos mismos de aquella superioridad. ¿De todas maneras, quién
creería a un esclavo? Eso era lo que parecía que había ocurrido en
un principio con la desaparición de aquellos dos soldados y la
esclava, pero cuando los encontraron muertos en el bosque y sin
ningún rastro de la hembra, enseguida supo que la esclava había
sido liberada con la ayuda de algún cómplice, probablemente y a
pesar de que las huellas se perdían en el bosque, el o los atacantes
debía ser gente del pueblo descontenta con la dictadura impuesta por
aquellos dioses. Mandó enviar a uno de sus subalternos a seguir las
huellas con otros cuatro hombres y puso patas arriba el poblado,
colocó vigilantes en las dos entradas, más para evitar que escapara
alguien que para vigilar el exterior. Sacó a todos los lugareños de
sus casas y los encerró en el templo que presidía el poblado,
fuertemente vigilados mientras el resto de sus hombres lo registraban
casa por casa. Poco importaba si para esclarecer la verdad tenía que
incendiar el pueblo entero. Al atardecer, empezó a inquietarle
la tardanza de los soldados que habían abandonado el pueblo. La gran
estrella que alumbraba a aquel mundo, estaba ya apunto de llegar a
las copas de los árboles del bosque próximo al poblado, cuando de
allí aparecieron dos monturas que se acercaron a la entrada.
Manteniéndose lo suficientemente alejados mandaron llamar al jefe de
la escuadra.
- ¡¿Quiénes sois y qué queréis?!- grito el
jefe
- ¡Mi nombre no importa! ¡Vengo con la esclava que dos de
vuestros soldados querían violar en el bosque!- dijo Fizo desde su
montura.
- ¡¿Acaso debo agradecerte que la traigas de vuelta?!
¡¿Sabes quien mato a mis hombres?! - ¡Yo maté a tus
hombres, los dioses me protegieron cuando enviaste a los otros cinco
que también están muertos! ¡Pero los dioses quieren daros una
oportunidad si soltáis al resto de los esclavos y dejáis tranquilos
a los habitantes del pueblo!
- ¿Los dioses? Ese pobre
idiota debe estar loco- dijo el subordinado.
- tal vez, pero creo
que las monturas que lleva son las de los cinco hombres que enviamos.
No me fío un pelo, me huele a una trampa.
- ¿Y qué sugieres que
hagamos?
- Envía a cinco hombres más a que los capturen y
manda llamar a los demás, que estén alerta. Poco después,
cinco monturas salieron en persecución de los dos fugitivos, pero
estos se mantuvieron en su puesto hasta que los perseguidores
estuvieron lo suficientemente cerca, entonces dieron media vuelta a
sus monturas y se dirigieron nuevamente al bosque. Todavía los cinco
soldados no se habían acercado a los árboles cuando de sus copas,
aparecieron cinco relámpagos que abatieron a los cinco
jinetes.
- ¡No pueden ser los dioses! ¡Ellos están de
nuestro lado!- dijo el subordinado asustado.
Casi todos los
soldados acudieron a las murallas al ver lo que había pasado. Fizo y
Kina volvieron a aparecer.
- ¡Ya os había dicho que los
dioses están de nuestro lado! ¡¿Qué decís ahora!? ¡¿Os
rendís?!- Grito nuevamente Fizo.
- ¡No se quien os ampara,
pero yo he estado ante los verdaderos dioses! ¡Son ellos los que nos
mandaron coger esclavos para las minas!- gritó el jefe de los
soldados.
- ¡¿Qué clase de dios manda matar y esclavizar
a otros nativos?! ¡¿Son dioses o demonios los que os envían a
vosotros?!- volvió a gritar Fizo.
- ¡¿Si los que te envían a ti
son tan poderosos, por que no han venido personalmente a liberar a
los esclavos?!
En ese momento como contestación a su pregunta,
se escucho un gran estruendo de voces y pisadas acercándose desde el
interior del pueblo, eran sus habitantes y los esclavos. Apenas cinco
hombres se habían quedado guardándolos y solo diez soldados
quedaban guardando las murallas, todos ellos se sentían rodeados y
derrotados.
- ¿Pero quien…?
Habitantes y esclavos
abrieron un pasillo por el que dejaron pasar a uno de aquellos
pequeños dioses, era Robert, al parecer había conseguido penetrar
en el pueblo por la parte de atrás, a pesar de su estatura, con su
fuerza y rapidez le fue sumamente fácil poner fuera de combate a los
vigilantes. El subordinado disparó su pequeño mosquete, pero el
pequeño proyectil apenas hizo retroceder al androide, que aparte de
su inmunidad como robot, tenía la de la ropa, casi indestructible
ante armas tan primitivas. El jefe de los soldados le cogió el
mosquete y lo tiró junto al suyo y el subordinado se derrumbó
pidiendo perdón por su pecado ante el dios que acababa de aparecer.
Poco después Fizo, Kina, Hugo y Yumi, fueron también asta
el pueblo y sus habitantes se inclinaron ante ellos.
- ¿Por
qué estáis aquí? ¿Qué pecado hemos cometido?- dijo el jefe de
los soldados.
- ¿Pecado? El pecado o mejor dicho el
delito no es vuestro, sino de aquellos que no deberían estar entre
vosotros y os están manipulando, obligándoos a esclavizar a los de
vuestra misma especie- dijo Yumi.
- ¿Nuestra misma especie? Fíjate
bien estimada diosa, su color de piel y hasta el lenguaje que hablan
es distinto al nuestro, que somos el pueblo elegido, ellos apenas
habían oído rumores de la llegada de los dioses- dijo el
subordinado.
- ¡A mi me parecéis todos iguales!- dijo
Hugo
- ¡Vuestras diferencias no están en el color de piel, en
el idioma o la religión que podáis profesar! ¡Vuestras diferencias
están en pensar que eso os hace diferentes! ¡Superiores o
inferiores al resto!
- Pero los que nos enviaron…- intentó
decir el jefe de los soldados.
- ¡Como ya he dicho! ¡Ellos no
deberían estar aquí! ¡Y nosotros tampoco! ¡Pero vinimos en su
busca para devolverlos al lugar al que pertenecen! ¡Por desgracia
fracasamos! ¡Ahora debemos regresar a ese lugar en las estrellas
para pedir ayuda! ¡Y eso solo lo conseguiremos con uno de esos
pájaros voladores en los que ellos llegaron!
- ¿Y nosotros
que tenemos que hacer?- dijo el sacerdote del pueblo.
-¡De vosotros
depende si queréis dejaros someter y esperar a que llegue la ayuda o
rebelaros ante unas leyes injustas por muy divina que parezca su
procedencia!- dijo ahora Robert.
Esa noche, aldeanos, soldados
y esclavos organizaron una fiesta en honor de sus libertadores. Hugo
y Yumi pudieron volver a pasar juntos la noche, como lo hacíeron
durante su viaje marítimo, también Fizo parecía haber encontrado
en Kina una compañera fiel e inseparable.
Para la mayoría de los
soldados, poco importaban ya, que aquellos dioses se hubieran visto
obligados a matar a algunos de sus compañeros para abrirles los
ojos, sin embargo, el subordinado logró convencer a tres de ellos
para huir durante la fiesta en el vehículo motorizado y advertir a
los que seguía considerando sus auténticos dioses, de lo ocurrido
en aquel pueblo.
Jotacé.
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