Ahora Doña Carmen, era
Doña Eulalia, sabía todo lo que ella sabía y veía todo lo que
ella veía. Aquello era más que una conexión telepática, era como
si Doña Eulalia fuera una extensión de si misma, como un brazo o
una pierna, también era aquella enorme gata blanca o cualquier otro
animal nocturno del que decidiera tomar su apariencia, era poderosa y
lo sabía.
Hacía rato que sentía próxima una presencia extraña
y cuando la puerta del edificio se abrió para dejar entrar a su
nieto, lo vio con sus agudos y felinos y también con los de doña
Eulalia. Un niño con cara de anciano o un anciano con cara de niño,
la espiaba desde lo alto de la azotea del edificio de enfrente. Con
la puerta cerrada sería extraño que doña Eulalia se la volviera a
abrir para dejarla salir, al menos con su nieto delante y atravesarla
como atravesó la lápida de su tumba habría resultado todavía más
extraño, así que subió las escaleras de cinco en cinco, ahora el
edificio le pertenecía y sabía en que apartamentos estaban sus
inquilinos, convirtiéndose en una especie de niebla, se escurrió
entre puertas y ventanas, para salir por fin a la calle, donde se
transformó en una enorme ave, un depredador nocturno, una lechuza
blanca, que subió volando asta la azotea donde había estado aquel
ente, pero este ya había desaparecido. Convertido en una extraña
nube ascendía ya por el cielo, alejándose de la ciudad, doña
Carmen seguía notando su presencia y emprendió la persecución.
Aquel ser era parecido a ella, pero distinto, más viejo y con menos
poderes, en realidad podía notar que nunca había sido como ella.
Pero tal vez, podría darle algunas explicaciones antes de matarlo,
ya que el hecho de que la estuviera espiando, lo convertía en una
amenaza. Liberó a Doña Eulalia de su influencia, para que la mujer
pudiera seguir con sus quehaceres diarios, mientras ella se centraba
en su persecución.
El paisaje bajo sus ojos cambiaba a
medida que se alejaba de la ciudad. Aquella nube, se había alejado
muy rápidamente y le costaba mucho darle alcance, pero terminaría
haciéndolo, ella lo sabía. Sobrevoló otros pueblos y ciudades,
ríos, bosques y montañas en pos de su escurridiza presa,
acercándose milímetro a milímetro. Las horas pasaban y notaba como
sus poderes disminuían a medida que se alejaba del lugar que le
había visto renacer en la muerte. El ser que ya parecía estar a su
alcance, empezó nuevamente a alejarse y a tomar distancia, cada vez
más rápido y aunque ella, incansable no cesó en su empeño, la
claridad del inminente día la hizo descender y tomar tierra, donde
se vio transformada nuevamente en la anciana que era, o que había
sido en sus últimos días de vida, sin los achaques que suelen tener
los vivos, pero si con algunas de sus limitaciones.
El día la había
sorprendido lejos del lugar al que pertenecía y sabiendo que
continuar con la persecución era inútil, decidió emprender el
viaje de regreso, sin importarle la distancia, aunque pronto
comprendió que se había alejado más de lo que creía, un solitario
transeúnte se lo confirmó al pararse ante ella y preguntarle algo
en lo que parecía francés. Ella lo ignoró como fingiendo sordera y
el hombre se le acercó para hablarle un poco más fuerte al oído,
ella lo agarró y acercando su boca al cuello de su víctima, empezó
a succionarle la sangre a través de los poros de la piel, asta que
su presa calló inconsciente, eso le dio fuerzas para seguir andando
un rato más.
Llegó a una tumba desconocida, escondida en un bosque
y olvidada por los habitantes más próximos del lugar y por el
tiempo transcurrido. Apenas una piedra desgastada y sin señal alguna
de las inscripciones que una vez tubo, indicaba el lugar, perfecto
para el reposo de un vampiro perdido y lejos de su autentico lugar de
reposo, se arrodillo en aquel montón de tierra cubierta de hierva y
apoyando allí sus manos, se vio transportada a aquel oscuro lugar,
dos metros bajo tierra.
Doña Carmen, que nunca había sido
aficionada a la lectura gótico fantástica y a decir verdad a ningún
otro tipo de literatura y que sus únicas referencias estaban en
algunas películas que había visto con su nieto, estaba aprendiendo
a las duras las reglas de su nueva existencia. A la vez que
cerraba los ojos en aquel lugar de descanso, fue consciente, de los
huesos removiéndose en otra tumba, en otro lugar ahora lejano, pero
que a pesar de la distancia los sentía como propios, lo que notaba
con todos los recuerdos de quien había sido en vida, era al hombre
que la había recogido dos noches a tras, cuando ella misma despertó
y del que se alimentó sin esperar a que parara el coche, provocando
aquel mortal accidente. Ahora aquel cuerpo, con todos sus recuerdos y
experiencias le pertenecían como el suyo propio y se agitaba en la
tumba esperando por salir y alimentarse.
Aunque doña Eulalia seguía
atada a ella y podía ver lo que ella veía y saber lo que la buena
mujer sabía, ahora doña Eulalia había vuelto a tomar el control,
eso era lo que la diferenciaba del hombre del accidente, este estaba
muerto y era ella la que movía completamente sus hilos, en cambio la
portera, aún teniendo el control sobre ella y aunque su sangre
corriera por las venas de aquella mujer, seguía viva, consciente y
la distancia hacia que hubiera perdido casi por completo el control
sobre ella.
Daniel salió aquella mañana a
trabajar como cualquier otro día y le extrañó la ausencia de la
portera en la escalera, el encuentro con ella de la tarde anterior le
había parecido demasiado extraño, como si hablara con su propia
abuela, incluso el comportamiento de Selina, la gata de aquella mujer
le había parecido raro, como si pudiera entender lo que ellos decían
y así se lo contó a su amigo Jota en el trabajo.
- ¿Y no
será que echas de menos a tu abuela? Después de todo te has criado
con ella y la acabas de perder, supongo que es normal.
- Yo, no sé
lo que es, Jota. Pero hasta que hagamos los cambios y te vengas a
vivir allí… Yo… yo…
- Supongo que si a mis padres no
les importa que vallas a comer, tampoco les importará que te quedes
a dormir una temporada, cuando llegue a casa se lo preguntaré.
- Gracias tío, te lo agradezco.
Los padres de Jota
estuvieron de acuerdo, a cambio de un pequeño alquiler por el tema
de gastos, cosa a la que Daniel estuvo totalmente de acuerdo, en
aquel momento hubiera pagado lo que fuera por salir una temporada de
aquel agobiante piso. Aquella misma tarde, fueron a buscar las cosas
más imprescindibles de Daniel. Al salir de allí, se encontraron con
doña Eulalia, la buena mujer parecía un poco trastornada.
- ¿Le
pasa algo doña Eulalia? ¿Dónde está Selina, su gata?
- ¿Mi
gata? No es una gata de verdad… es… es…
La mujer pareció
desfallecer y tuvieron que ayudarla a entrar en la casa, por suerte
para ellos, en ese momento entró doña Maruja, siempre al tanto de
todo lo que pasaba, se quedó con la anciana asta que empezó a
recuperarse.
- ¿Qué te vas de viaje?- pregunto
Maruja.
- No, voy a vivir unos días en casa de mi amigo Jota,
mientras hacemos reformas en el piso, luego él se instalará
conmigo- dijo señalando a su amigo.
- A tu abuela no le gustará-
dijo doña Eulalia levantando la vista hacia los dos jóvenes.
- Con todos mis respetos señora, creo que a doña Carmen
le gustaría saber que su nieto no está solo- dijo Jota.
- Y
no estará solo joven… eso te lo puedo asegurar… ella… ella…
sigue… aquí- dijo la anciana misteriosa. Jota le parecía
increíble lo que acababa de oír cuando salieron del edificio, pero
su amigo Daniel estaba pálido.
Jotacé.
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