Doña
Carmen abrió los ojos. Ya era de noche y necesitaba regresar al
sitio al que pertenecía, el edificio que la había visto convertirse
en lo que era y que debía transformar en su “fortaleza”, junto
con todos sus habitantes que muy pronto le pertenecerían, empezando
por su nieto. Pero antes había una parte de ella que esperaba
impaciente en otra tumba, era el hombre que la había recogido en la
carretera, ahora formaba de ella como si de un brazo o una pierna se
tratara, pero ese miembro externo de si misma necesitaba alimentarse
al igual que ella, que ahora podía estar en dos sitios al mismo
tiempo. Luego mientras ella se asentaba en su lugar, su “brazo”
por llamarlo de alguna manera, iría a buscar a aquel ser que la
estuvo espiando durante sus primeras horas. Una espesa
niebla salió de la tierra, ascendió al cielo y se transformó en
una lechuza que comenzó a volar al sur. A medida que se acercaba a
su lugar, empezó a recuperar el contacto con doña Eulalia sus
mentes se estaban volviendo a fusionar como si fueran una. Su nieto
se había ido, aunque por poco tiempo, pronto regresaría con su
amigo y ambos le pertenecerían, pero primero debía ocuparse del
resto de los habitantes del edificio, serían su alimento y sus
guardianes. Llegó a su destino, se alimentó de uno de
sus inquilinos, para terminar de recuperar las fuerzas que perdió al
alejarse de aquel lugar. Pronto saldría el sol y como un fantasma,
entró en el oscuro y profundo sótano que había en el edificio y
del que muy pocos tenían la llave.
El día
pasó con normalidad, doña Eulalia parecía estar siempre pendiente
de todo el que entraba y salía. Aquella tarde, aparecieron, Daniel y
su amigo, que subieron al apartamento, donde empezaron a seleccionar
todas las cosas que había en el piso, Daniel repartió algunas de
sus pertenencias de su abuela con algunos de los vecinos con los que
mejor se había llevado la anciana, incluyendo la ropa que estaba en
mejor estado, entre ellas estaba doña Eulalia.
- Te lo
agradezco hijo y disculpa por lo que dije ayer, ya tengo una edad en
la que se me va mucho la cabeza- dijo la buena mujer con una claridad
inusitada.
- No hay por que darlas señora Eulalia, ya sabe
que mi abuela la tenía en mucho aprecio.
- ¿Queréis
pasar a tomar una taza de té?
- No gracias, cuando terminemos
tenemos que ir a casa a descansar, que todavía nos queda mucho
trabajo por delante- contestó Daniel.
La que si aceptó esa taza
de té fue doña Maruja, que como siempre, quería ponerse al día de
todos los cotilleos tanto de la escalera como del resto del barrio
con la portera. Las nubes, habían oscurecido el cielo y
adelantado la noche mucho antes de lo habitual para aquella época
del año y con la oscuridad, Selina, la gata blanca de la señora
Eulalia hizo acto de presencia. Con su apariencia felina, a doña
Carmen le era más fácil pasar inadvertida e incluso acercarse más
a los niños que pululaban por la finca, se dejaba acariciar
dócilmente y apenas con unos lametones tenía suficiente para
conseguir lo que necesitaba. Por la noche se colaba en sus
habitaciones y se alimentaba a placer, quitándoles poco a poco la
vida. A la tarde siguiente, parecía haber una extraña
complicidad entre doña Eulalia y doña Maruja, el marido de esta
última pareció ver un cambio extraño en el comportamiento de su
mujer, pero ya era tarde, tal vez la comida o la bebida contenían
aquel ingrediente especial que también tenía el té de doña
Eulalia y derepente, Eustaquio, se encontró recogiendo de la calle
las cosas que Jota y Daniel habían sacado a la calle con la
intención de tirarlas, el hombre las bajó al oscuro sótano, donde
ahora yacía doña Carmen, en una caja de madera, consolidando poco a
poco su poder en el que se estaba convirtiendo en su reino.
El largo “brazo” de doña
Carmen, había viajado al norte y luego al este, siguiendo el rastro
de aquel que consideraba una amenaza. Finalmente lo vio entrar en un
edificio, alguien le había dado permiso. Si quería enfrentarse al
enano, debía estar fuerte, así que buscó por las proximidades a un
solitario transeúnte del se alimentó hasta hacerle perder el
conocimiento, luego, regresó a su puesto de vigilancia. El niño con
cara de anciano, salió de una ventana convertido en insustancial
niebla y se presentó ante el en la azotea de el edificio desde donde
vigilaba.
- ¿Qué es lo que quieres? He dejado la zona en la
que habitas ¿Por qué me sigues?
- Quiero respuestas,
¿Qué soy? ¿Qué somos? ¿Hay más como nosotros?
- Sabes bien lo
que eres, siempre se ha hablado de nosotros, tanto en la tradición
oral como en la escrita y el cine se ha encargado de que todo el
mundo nos conozca, aunque como ya has comprobado, de una forma muy
distorsionada. Y si, hay más como nosotros siempre los ha habido y
siempre los habrá.
- ¿Y los vivos, los hay que saben de
nuestra existencia fuera del cine y la literatura?
- Solo
unos pocos… pero sois los grandes vampiros la amenaza para los
humanos…
- ¿Y tu que eres?
- Una vez fui parte
de un vampiro mayor, como lo eres tu ahora, el sabía todo lo que yo
sabía y yo todo lo que el sabía, era como una marioneta, hasta que
alguien, mató a la mano que movía mis hilos, pero de eso hace ya
mucho tiempo, ahora solo me muevo por inercia, mi mordedura no es
contagiosa ni mi sangre puede formar los vínculos con los vivos,
pero sigo adelante, al menos por un tiempo, hasta que solo pueda
existir matando y convierta en una amenaza.
- No tendrás que
esperar tanto, para mí ya eres una amenaza- dijo el
vampiro.
En ese momento, una estaca de madera, se introdujo
por la espalda del vampiro, incrustándose con fuerza hasta atravesar
su corazón, el vampiro cayó al suelo desangrándose, mientras una
atlética mujer, la misma que le había clavado la estaca, lo
contemplaba.
- Tenías razón, este es poderoso. Será mejor
que termine el rito y me deshaga del cuerpo, luego me dirás donde
esta la verdadera mente de este ser, le dijo la mujer al pequeño
vampiro, que observaba la escena.
Doña Carmen notó a kilómetros
de distancia como si le hubieran amputado una de sus extremidades. La
presencia del pequeño vampiro había camuflado a su atacante, del
que solo empezó a intuir su presencia cuando ya era demasiado tarde.
Sabía que su enemigo vendría a por ella y debía consolidar su
poder, convertir su refugio en una fortaleza llena de soldados y ya
había puesto la vista en los que serían sus próximos siervos. Una
pareja joven que vivía en el 4º B, trabajaban en un gimnasio, el
era culturista y ella profesora de aerobic, jóvenes y fuertes, eran
los guardianes perfectos.
Jotacé.
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