Aquel viernes, Jota y
Daniel ya se habían desecho de casi todo lo que perteneció a doña
carmen y tocaba comprar la pintura para las diferentes habitaciones,
fue lo único que hicieron esa tarde, ya que después decidieron
tomarse un merecido descanso, Jota quedó en un bar cercano con sus
amigos Paco y Alex.
- ¿Y qué? ¿Cuándo os traen los
muebles nuevos?- preguntó Alex
- El lunes o el martes. Este finde
tendremos que pintar a toda prisa, si lo queremos que tener todo a
tiempo y nosotros… no somos unos expertos de la brocha gorda
precisamente.
- Ni de la fina tampoco. ¡Contratad a alguien
que os lo haga, joder!- se mofó Paco.
- ¡¿Estás loco?!
Ya casi nos estamos saliendo del presupuesto- dijo
Daniel.
- Hombre, si os invitáis a una comida, tal vez me
ofrezca voluntario, incluso podría traer algo de ayuda- dijo
Alex.
- Si la comida es buena, a lo mejor también me apunto yo-
dijo Paco.
- Pues… no se- dudó Daniel.
- Si, claro que
si, terminar antes bien merece una comida, aunque sabiendo como come
Paquito a lo mejor nos saldría más a cuenta contratar a alguien-
bromeó Jota.
- ¡Vale, vale! Vosotros mismos. Que mí, eso
de llenarme de pintura y demás…- dijo Paco haciéndose el
ofendido.
- Solo estaba bromeando. Pagaré encantado la comida,
solo por verte trabajar un día- dijo Jota.
- ¿Puedo decirle
a mi amigo Santi que se venga también? Hace tiempo que no lo veo y…-
preguntó Dani
- ¡Es tu casa tío! ¿De verdad crees que
tienes que pedirle permiso a alguien?- dijo Alex
sorprendido.
- ¡Vale, vale! Entonces lo llamo y a ver si sus
padres le dejan. Al oír aquello, los tres amigos soltaron una
carcajada que hizo enrojecer al pobre Daniel.
- Perdona que
nos riamos, ¿pero qué edad tiene tu amigo, diez años?- preguntó
Alex
- No, la nuestra- contestó Dani atónito
Los
tres amigos volvieron a soltar otra carcajada, ante la mirada de los
otros clientes del bar.
Al día
siguiente volvieron a quedar en el mismo sitio, pero a las ocho de la
mañana para desayunar antes de empezar el trabajo. A Paco y a Alex,
se les habían sumado Sara y Esther, la cual se apresuró en sentarse
al lado de Daniel.
- ¿Cómo estas?- preguntó Esther en
tono maternalista, ya que la última vez que se habían visto fue en
el funeral. - ¿Yo? Pues… bien supongo- contestó
dubitativo.
- ¡No mejor que tu guapa!- dijo Paco en su habitual
tono jocoso, todos lo miraron serios- vale, vale, ya me
callo.
Poco más tarde los seis amigos llegaban al edificio,
donde les estaban esperando Santi y su padre, que se despidió de
ellos tras dejar allí a su hijo. Jota aparcó el coche en doble
fila para poder dejar la pintura y todo lo que habían comprado el
día antes, en la puerta del edificio, luego buscó un buen sitio
para el coche, mientras los demás entraban la pintura y las
herramientas en el interior. Se cruzaron con los vecinos del cuarto,
monitores en un gimnasio, que parecían haber salido de un catálogo
del decatlón, con su ropa de deporte inmaculada ambos bronceados por
los rayos uva y marcando los músculos de el y las atléticas y
voluptuosas formas de ella, sin un ápice de grasa que le sobrara, a
pesar de ello, la chica tenía el rostro un poco más pálido y
ojeroso de lo normal.
- ¿Qué te pasa hoy, Sofía? No te
reconozco esta mañana- preguntó el chico desconcertado.
-
Habré pillado algún virus, seguramente. Esta noche he dormido
fatal… con unos sueños rarísimos- contestó ella mientras salía
por la puerta.
- Yo si que tendría sueños raros y húmedos con esa
jamona durmiendo a mi lado- le susurró Paco a Alex dándole un
codazo de complicidad.
- Ya te digo colega- Sara, ante aquella
contestación de Alex, le dio un puñetazo en el brazo- ¡Era
broma!
- El puñetazo también, si quieres puedo seguir con
las bromas- dijo ella enseñándole el puño.
Dani, que
tenía las llaves del piso, subió en el ascensor junto con las
chicas, al resto del grupo le tocó subir por las escaleras a pesar
de las protestas de Paco y Jota llegó al poco rato.
Una vez en
el piso las chicas fueron a cambiarse de ropa en el pequeño cuarto
de baño, mientras los chicos empezaron a distribuirse el trabajo.
Daniel al que todo parecía darle igual le cedió la tarea de
distribuir el trabajo a Jota, que se dejaba llevar hasta cierto punto
por lo que decían sus amigos Paco y Alex y también por las chicas,
que decían tener mejor gusto que ellos, aunque a veces se pasaban de
cursis. Esther, cada vez que hacía algún tipo de sugerencia siempre
le preguntaba a Daniel su opinión. Entretanto Santi, se sentía
fuera de lugar, evitaba a las chicas, por que la atracción que
sentía hacia ellas le daba un incomprensible sentimiento de
culpabilidad, como si tan solo el roce con ellas equivaliera a pecar
en el sentido más estricto de la palabra y siempre le preguntaba a
su amigo Daniel o a Jota que podía hacer, al final siempre le
tocaban los trabajos más sencillos que a veces eran los más duros y
es que el pobre, desconocía la manera de hacerse valer por sus
compañeros.
Cinco horas más tarde, los amigos habían avanzado
bastante, dejando el trabajo casi terminado, o al menos eso pensaban.
Decidieron ir a comer algo en algún restaurante cercano al piso.
Santi se sentó en un rincón de la mesa y permaneció casi todo el
tiempo en silencio, contestando a las preguntas que se le hacían con
monosílabos para disimular su tartamudez, al único al que
consideraba su amigo de todo el grupo era a Daniel, pero la pelirroja
y voluptuosa Esther, la cual le tiraba los tejos a su amigo
descaradamente, ante la mirada del resto del grupo, lo acaparaba por
completo. La comida se alargó casi hasta las seis de la tarde.
Después Paco, Alex y Sara se fueron a sus casas, ya que otros
asuntos les ocupaban aquella tarde noche. Jota y Daniel decidieron
seguir un par de horas más y a ellos se les unieron, Santi, que
esperaba poder ser un poco más útil ahora que serían menos gente y
Esther, que se quedó con la condición de que al finalizar el
trabajo la acercaran a su casa. Una hora más tarde, apareció el
padre de Santi, para llevarse a su hijo devuelta a casa, así
quedaron solos Jota, Dani y Esther, la cual les propuso ir a cenar
alguna cosa, cuando por fin dieron la jornada por concluida, a eso de
las nueve, pero antes ocupó un buen rato el cuarto de baño y la
ducha, para quitarse el sudor y los restos de pintura. Cuando
salieron del piso, era ya casi de noche y Selina, la gata blanca de
la portera, parecía estar esperándoles en la puerta. A pesar de la
aparente docilidad del animal, Daniel, sentía un extraño escalofrío
en la espalda, cada vez que se le acercaba el animal, que los
acompañó asta el portal, restregándose por las piernas de los tres
amigos.
Jotacé.
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