lunes, 2 de septiembre de 2013

(H.C. 29) REINICIANDO EL VIAJE


Aquella fue la última noche que Hugo pasó con Yumi, tanto ella como Robert, habían decidido que si la revolución fracasaba, la última oportunidad para los habitantes de aquel mundo era que Hugo y Robert, se infiltraran en la base de los piratas espaciales y les robaran una nave con la que poder avisar a las tropas espaciales.                                                                              
 Se levantaron antes del amanecer, ya que su camino les hacía atravesar aquella escarpada cordillera montañosa, donde los rebeldes de Yumi habían montado su base. Algunos aborígenes, sobretodo, ancianos, mujeres y niños, también partirían aquel día para mezclarse con otros pueblos y ciudades del continente. Pero la mayoría, cogían el camino inverso al de ellos, el que se alejaba de los malignos dioses que les mantenían esclavizados. Algunos hombres, también habían partido, para escoltar a los refugiados y para expandir las llamas de la revolución, reclutando a todo el que estuviera dispuesto a luchar por la libertad del pueblo. Yumi, con la ayuda de Xalor, entrenaría a los aborígenes en el arte de la guerra de guerrillas. Atacarían y robarían toda esa nueva tecnología que les estaban proporcionando los “dioses” a los soldados.                                                                                    
 En cuanto a Hugo y Robert, acompañados de Fizo y Kina, viajaban en un enorme carromato para las proporciones humanas, tirado por las bestias que los aborígenes usaban normalmente como animales de carga y transporte, dotado de un falso fondo en el que humano y androide se esconderían cuando se cruzaran con otros aborígenes, ya que ahora se hacía más imprescindible el pasar inadvertidos para el éxito de la misión. Las sofisticadas armas humanas con su munición inacabable, alimentada por la luz del sol, mantenía a raya a las innumerables bestias que poblaban aquellas tierras salvajes, proporcionándoles asimismo, comida y pieles con las que abrigarse en aquellas frías noches y con las que más tarde podrían comercializar. Un día fueron atacados por unas insidiosas aves, que veían en ellos una presa fácil. Difíciles de abatir a pesar de la puntería casi infalible de Hugo y Robert, aquellos bichos voladores, tardaron en darse por vencidos.                        
 En los aislados pueblos de las montañas por los que pasaban, descubrieron que por la difícil vida de sus habitantes, permanecían ajenos a todo, tanto a los dioses venidos de las estrellas como, al movimiento que se estaba formando en contra. Habían oído hablar de ellos pero los secuaces de los “dioses” les dejaban bastante tranquilos, su vida era ya por sí lo bastante dura, sin  tener que pensar en guerras y revoluciones. En cambio en las llanuras, los soldados reclutaban forzosamente a los jóvenes aborígenes que se habían quedado en sus casas, ignorando las advertencias de los rebeldes. Algunos de ellos, consiguieron desertar y unirse a la rebelión o huir a algún sitio donde poder vivir en paz con sus familias.                                                     
 En el camino, una vez dejaron atrás las montañas, se encontraron con una patrulla a la que les fue imposible eludir ya que hubiera resultado sospechoso. Hugo y Robert se escondieron en el falso fondo de la carreta nada más avistar a los soldados que se acercaban corriendo hacia ellos.                              
- ¡¿Quiénes sois, extranjeros?!- preguntó el jefe de la patrulla.                       
- Pacíficos comerciantes- respondió Fizo.                                                      
 - Con que pacíficos comerciantes, ¿eh? Solo hay que veros para saber que sois de una raza inferior, los dioses sabrán de donde habréis salido. En otras circunstancias seríais esclavizados y llevados a las minas, sin embargo la situación ha cambiado, necesitamos jóvenes fuertes como tú extranjero, para reforzar nuestro ejército y combatir contra los rebeldes de las montañas.                       
 - No es mi guerra y aunque lo fuera ¿Qué sería de ella?- dijo Fizo señalando a Kina.                
 - Es una hembra hermosa, para ser inferior. Cumplirá bien su papel satisfaciendo a las tropas- dijo el líder, acercándose a Kina y acariciándole el rostro, ella le escupió en la cara.- Claro que antes tendrá que aprender a respetar a los hombres ya que es evidente que tú no le has enseñado modales.           
 Algunos de los soldados rieron y Fizo aprovecho para abalanzarse sobre el líder, tirándolo al suelo, rodaron los dos. Hugo y Robert observaban expectantes desde su escondite, preparados para actuar y temiendo que su coartada se fuera al traste. Los soldados intentaron intervenir, pero uno de los que se había reído con más fuerza, recibió un mosquetazo. Alzaron la mirada hacia la hembra, que los apuntaba con cara de rabia con su arma de fuego, dispuesta a matar al primero que interviniera en la pelea.                                    
 - ¡Tirad vuestras armas lejos!- les gritó.                                                  
Fizo aplicó las técnicas de lucha terrestres que el androide le había enseñado, inmovilizando a su adversario en el suelo.                                           
 - ¡¿Y ahora que piensas hacer rebelde?! ¡Si me matas no llegarás demasiado lejos y si me dejas vivir menos todavía! ¡La única opción que os queda es matarnos a todos y sabes que eso es imposible!- gruño su presa apretando los dientes de rabia.                                                  
 - ¡Si sois rebeldes! ¡¿Es verdad que hay dioses con vosotros?!- preguntó uno de los soldados.                                                                                              
 - ¡Si, es cierto!- contestó Kina                                                                      
 Hugo desde su escondite estaba sudando a chorros, temiendo que finalmente se verían obligados a dar la cara para salvar la situación.                       
 - ¡Yo siempre quise vivir en paz y vinieron a reclutarme a la fuerza!- dijo el soldado            
 - ¡Y yo!- dijo otro de sus compañeros a los que se les sumaron otros dos.                            
 - ¡¿Y qué pensáis hacer, sumaros a esa pandilla de esclavos inferiores y renegados?!- dijo el líder desafiante, viendo que derepente se estaban cambiando las tornas.                                                                                          
 - ¡Este “esclavo inferior” al que hace un momento estabas dispuesto a reclutar por la fuerza para tu ejercito, te tiene inmovilizado en el suelo! Además, dudo mucho que esos dioses a los que veneras se os parezcan y os consideren sus iguales- dijo Fizo.                                               
 - ¡Es cierto, son diferentes, superiores! ¡Pero nos eligieron a nosotros, para confiarnos su sabiduría! ¡¿Es que no os dais cuenta?!                              
 - ¡Si, a cambio de vuestra libertad!- dijo Kina.                                        
 - ¡Yo me uno a los rebeldes!- dijo el soldado de antes- los que quieran se pueden unir a nosotros, los que no vendrán como prisioneros.                               
Finalmente, todos los soldados recogieron sus armas, siendo el líder, al que ataron y amordazaron, el único que permaneció como prisionero.                        
 - Si realmente sois rebeldes, podemos acampar todos juntos esta noche, nos sentiríamos honrados de compartir nuestra comida con vosotros- dijo el soldado que se había erigido como nuevo líder                              
- El sentimiento es recíproco para Kina y para mi, pero tenemos una misión que cumplir y no podemos entretenernos. Además cuando reparen de vuestra ausencia querrán averiguar lo que ha pasado y eso nos pondría a todos en peligro- contestó Fizo sonriendo.                                                                      
 - Si, supongo que tienes razón. Por cierto, ¿quién te ha enseñado a luchar así?                                                                                                              
 - Un dios.                                                                                                    
El soldado miró a Fizo sorprendido, luego soltó una carcajada a la que le siguieron sus compañeros.                                                                                 
 - Está bien, que tengáis suerte en vuestra misión.                                           
 - Y vosotros.                                                                                               
Se dieron la mano en señal de amistad. Fizo subió a carromato, junto con Kina y los soldados a sus monturas.                                                              
- ¡Por cierto! ¡Si veis a la diosa, decidle que vais de nuestra parte, contadle lo que ha pasado, que estamos bien y que seguimos con la misión!                 
 -¡Se lo diremos!- dijo el soldado estrechando la mano de Fizo.               
Reemprendieron la marcha, en direcciones opuestas, Fizo y Kina alejándose de las montañas a las que se dirigieron los soldados. Cuando perdieron de vista a la patrulla, Hugo y Robert pudieron salir de su escondite y felicitar a sus compañeros de viaje por su actuación.                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                         Jotacé.       

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