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Todos
en la ciudad pensaban que fizo era un esclavo escapado de las minas
de las montañas, más allá del gran río que atravesaba aquella
parte del continente. Que la rebelión se estuviera extendiendo por
todo el territorio, explicaba como el esclavo pudo llegar tan lejos
en su huida y la razón por la que los militares que allí había,
les fuera imposible destinar a nadie para llevar de vuelta a un solo
esclavo de vuelta a las minas. Toda la ciudad se movilizó en los
preparativos para la ejecución de aquel “enemigo”, para ellos
era como un espectáculo, una fiesta en honor de los dioses. Hacía
tiempo que Fizo estaba preparado para morir, pero lo último que
esperaba es que su sacrificio fuera el motivo de festejo para un
puñado de fanáticos ávidos de sangre. Tan solo deseaba que sus
amigos a los que él mismo creía dioses consiguieran llevar a cavo
la misión, sin su ayuda.
Sus carceleros y verdugos, lo habían
torturado y despojado de todo cuanto llevaba encima, su ropa se
convirtió en harapos, que apenas le cubrían el cuerpo y tenía frío
encerrado en aquel agujero infecto, esperando su última hora, o tal
vez uno de aquellos milagros a los que los dioses le tenían
acostumbrado.
Poco faltaba para medio día, cuando un
leñador acudió al cuartel general de la milicia, para informar de
que en el bosque cercano a la ciudad se estaba reuniendo un pequeño
grupo de rebeldes.
- Por lo que pude escuchar, están planeando
rescatar al esclavo, no se como lo piensan hacer, pero apenas son
cuatro o cinco- dijo el leñador
- Jajaja… Está bien. Entonces
habrá que aplazar la ejecución para cuando atrapemos a todos esos
traidores. Iré personalmente a cogerlos- dijo esperando ser tratado
como un héroe a su regreso.
Poco después todo un destacamento
de soldados nativos salía de la ciudad, siempre guiados por el
leñador, el destacamento se internó en el bosque. Llegaron a las
proximidades de un claro, donde podía verse un carromato y tres
figuras alrededor del fuego. Antes de caer sobre los rebeldes, el
leñador les señaló dos figuras que parecían hacer guardia en las
proximidades mientras sus compañeros descansaban antes de la misión
de rescate. Los soldados inmovilizaron a los dos vigilantes y el
resto de la guarnición rodeó al los tres rebeldes restantes, entre
los que se encontraba Kina.
- ¡Oiga jefe! ¡¿Por qué no
nos deja disfrutar un rato de esta hembra antes de regresar a la
ciudad?!- digo uno de los soldados acariciando a la hermosa nativa
que intentaba zafarse de las garras de su captor.
- ¡¿Es qué no
has visto que es una salvaje inferior?! ¡En la ciudad hay hembras
hermosas, de pura raza!
Como el jefe de los soldados
esperaba, su regreso fue celebrado con gran algarabía. Lo que nadie
sabía es que mientras el grueso de la tropa se había desplazado al
bosque para atrapar a esos pocos rebeldes, la mayor parte de ellos,
aprovecho dicha ausencia para infiltrarse en la ciudad. Esa noche,
mientras se celebraba la victoria contra los rebeldes de las
montañas, sin ser vistos los infiltrados, echaron una sustancia
narcotizante, creada por Robert con las distintas plantas que había
encontrado en el bosque tanto en el agua de los pozos, como en las
distintas bebidas que se sirvieron durante la celebración. Pronto
toda la ciudad estuvo sumida en un profundo sueño.
El leñador que
había conducido al jefe de la guarnición asta los rebeldes, se
encargó de suministrarle personalmente la bebida la cual estaba
libre de narcóticos, cuando vio como todos en la ciudad caían presa
del sueño, intentó huir creyendo estar sufriendo algún tipo de
encantamiento. Pero en ese momento dos pequeños dioses se le
aparecieron, eran Robert, que decidió adoptar para la ocasión la
forma Yumi y Hugo. A pesar de la corta estatura del humano y del
androide multiforme que lo acompañaba, el jefe de la milicia local
se arrodilló aterrado ante lo que para él eran dos criaturas
fantásticas, ya que a pesar de su fanatismo nunca antes había visto
a ninguno de aquellos dioses que veneraba, venidos de las
estrellas.
- ¡No se quienes sois, pero tened piedad de
mi!
- ¿Acaso no reconoces a tus dioses?- dijo Hugo.
- No
temas nada, pues nada te va a pasar si cumples fielmente nuestra
voluntad- dijo ahora Robert, con la voz de Yumi.- Mañana llegará
una guarnición enviada por nosotros con la orden de llevarse a todos
los prisioneros rebeldes que pensabais sacrificar en nuestro
nombre.
-A dichos prisioneros no debe pasarles nada o responderás
con tu vida y con tu alma. Así mismo la guarnición se llevará
también el carromato que pertenecía a los rebeldes- dijo ahora
Hugo.
- Haré todo lo que me digáis.
- Pero recuerda
que esto no es más que un sueño, a través del cual nos comunicamos
contigo como fiel seguidor nuestro, eso será lo que dirás si te
preguntan- dijo Robert sacando una poción de la túnica que llevaba
para la ocasión.- Ahora bebe y duerme, ya que has sido bendecido por
los dioses.
El jefe de la milicia obedeció a los que él creía que
eran sus amos y como el resto de la ciudad, quedó profundamente
dormido.
Los rebeldes que habían organizado aquello y que eran una
quincena entre los que se encontraba Remcho, robaron uniformes de la
milicia y regresaron a su escondrijo en el bosque para preparar su
entrada en la ciudad. Hugo y Robert, visitaron a sus
amigos, en las mazmorras, esperando su liberación. Ellos habían
evitado beber líquidos durante todo el día, ahora que veían como
el plan se estaba cumpliendo como se había planeado, sin
derramamientos de sangre y sin ver comprometida su misión original,
pudieron beber agua limpia. Hugo y Robert que ahora por
petición del primero adoptó la apariencia de Marina, recorrieron la
ciudad para ellos alienígena.
Si todo iba bien aquel plan les
facilitaría el camino asta su objetivo sin levantar sospechas en la
población local del planeta. Al amanecer, antes de que los efectos
del narcótico desaparecieran, los dos terrícolas regresaron a su
escondite en el carromato. Aquella mañana, todos los
habitantes de la ciudad, amanecieron con la boca seca y una gran
sensación de resaca, pero aún con ganas de continuar con el
espectáculo, que implicaba el sacrificio de los rebeldes. Sin
embargo a la hora señalada para dicho acontecimiento, el jefe de la
milicia se presentó en el centro de la ciudad, hablando de sueños
en los que los dioses le ordenaban mantener con vida a los
prisioneros. A pesar de su fanatismo, el gentío se
negaba a creer en las palabras del militar y reclamaba el espectáculo
prometido, amenazando con rebelarse. En ese momento un disparo,
realizado con una de aquellas armas que los dioses les habían
enseñado a hacer con pólvora, estalló en el aire y una quincena de
soldados venidos de nadie sabía donde, aparecieron para confirmar
las palabras del jefe de la milicia y reclamar a los
prisioneros.
Jotacé
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