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El
grupo de nativos rebeldes disfrazados de milicianos, llegó a la
parte de la ciudad ocupada por el ejército. Toda una manzana, con
los edificios más importantes, incluyendo la casa del gobernante y
el templo principal de la ciudad, que rendía culto a los dioses de
las estrellas. También las calles que daban acceso a estos edificios
fueron tomadas, de tal manera que los vecinos que vivían en esa
zona, necesitaban de un permiso especial para poder entrar en sus
casas. Los falsos prisioneros fueron enviados a unos insalubres
calabozos que había bajo tierra, Kina tuvo que vestirse como un
nativo macho para poder mantenerse con el grupo, allí para su pesar,
cogerían el aspecto de auténticos esclavos.
Remcho, junto
con el resto de falsos soldados fueron alojados en uno de los
edificios que servía de lugar de descanso para las tropas. Los
animales en las cuadras y los carros, tanto el que llevaba a los
esclavos como el que servía de escondite a Hugo y a Robert, se
quedaron en un patio interior, junto con otros carros pertenecientes
a la milicia, entre ellos alguno de esos nuevos aparatos a motor, que
podían andar sin ningún animal, aportados por “la sabiduría”
de los dioses de las estrellas.
Ya era noche cerrada, cuando
Remcho se metió en el oscuro carromato, donde lo esperaban sus
dioses. Hugo intentaba dormir bajo el incomodo interior del doble
fondo, pero Robert permanecía despierto. Sin ninguna luz, parecía
capaz de verlo todo y ayudó a subir a Remcho en el interior y
acomodarse. Hugo al escuchar la llegada de Remcho, salió del
escondite y se acomodó con sus compañeros.
- Hay dioses en
la ciudad… y por lo que me han dicho son como vosotros, aunque a
veces usan extrañas ropas o armaduras que les hacen parecer tan
altos como nosotros. Están refugiados en el edificio más alto y
dicen que pronto llegarán más tropas de las minas, donde son
entrenados los soldados.
- Es evidente que se están
preparando para una ofensiva contra los rebeldes de las montañas,
esta noche intentaré averiguar algo más, ven a verme antes del
alba, por la mañana tendrás que enviar a alguien, para que avise de
lo que pasa a los rebeldes de las montañas- dijo Robert.
- Ya
tengo a un par de nuestros hombres seleccionados para dicha misión,
saldrán al amanecer en misión especial. Ahora he de volver o
sospecharán.
Remcho se aseguró de que los guardias
miraban para otro lado antes de salir del carromato en dirección al
cuerpo de guardia.
- ¡Joder, que ganas de salir de este ataúd
y estirar las piernas un rato!- dijo Hugo intentando incorporarse en
el poco espacio que ofrecía el carromato.
- Con suerte,
mañana atravesaremos la ciudad y estaremos a salvo. Ya queda poco
para llegar a nuestro destino.
- Si, si, lo se.
-
Será mejor que vuelvas al escondite y trates de dormir un poco. Yo
iré a ver si localizo a esos… “dioses” quiero saber que
aspecto tienen.
- Robert, si te descubren estaremos perdidos, la
misión estará perdida.
El robot sonrió, mientras el color de su
piel se oscureció a un marrón tan oscuro que parecía negro y se
desnudó quedándose dejando tan solo con la ropa interior negra, con
aquel aspecto, sus movimientos ágiles y silenciosos de felino y
ayudado por su visión robótica, que le permitía ver como a plena
luz del día, era totalmente invisible en la oscuridad de la noche.
Tapó a Hugo en el interior de su escondite y luego salió,
encaramándose de un salto en la fachada del edificio, que escaló
sin ninguna dificultad. Saltó de tejado en tejado, de ventana en
ventana hasta llegar al lugar que le interesaba, una habitación
cuyos muebles y decoración eran de proporciones humanas. Sus dedos,
fuertes como garfios, podían mantenerlo allí suspendido en el vacío
durante horas si era preciso. Por suerte, pronto se abrió la gran
puerta de la habitación y entraron en ella dos humanos, uno negro,
alto, con aspecto feroz y una mujer, blanca, morena, atractiva, eran
Tigre y Norma. Llevaban puestas armaduras robóticas, que les hacían
más altos incluso que a los nativos del planeta, lo cual hacía que
sus cabezas parecieran desproporcionadas. Tras cerrar la puerta de la
habitación, las armaduras se encogieron hasta la altura humana y sus
ocupantes pudieron salir para estirar sus auténticas articulaciones.
Se sentaron en una mesa con llena de comida local, tanto carne como
fruta fresca, a su disposición.
- ¡Odio todo esto! ¡Mi lugar
está a bordo del Tortuga!- dijo Norma.
- ¡Si no hubieras traído
en su día al espía!
- Lo hecho, hecho está. Además,
conseguimos deshacernos del Colón y ahora es poco probable que
vuelvan nuevamente aquí.
- Yo no estaría tan seguro. Además
está el tema de esos rebeldes, es evidente que comandados por los
náufragos. Ahora nuestros espías se empeñan en decir que solo hay
un humano y que los otros dos dioses son nativos, eso increíblemente
impulsa a más nativos a revelarse contra nosotros, supongo que es
más sencillo aceptar como dios a alguien de tu propia
especie.
-Además, siempre están cambiando de escondite, hay
rumores que dicen que se están acercando.
- A Dios no parece
disgustarle esta situación, más bien diría que le divierte. ¡Ese
bíraro loco e hijo de puta! Si al menos me dejara arrasar todo el
territorio, terminaría con la amenaza de esos dioses
libertadores. Norma se levantó de la mesa y empezó a masajear la
espalda de Tigre.
- Yo no estaría tan segura de que se acabara el
problema, los nativos tienen que ver a estos dioses muertos y
humillados, solo así conseguiremos quitarles la esperanza de
libertad a estos salvajes.
- ¿En serió? En la Tierra todavía
quedan algunos cristianos venerando a un tipo que se dejó torturar y
humillar por sus enemigos hace casi tres mil años- se burló
Tigre.
Mientras estaba allí encaramado, una de las ideas que
se le pasó a Robert por la cabeza fue la de liquidar a los humanos y
suplantarlos, pero apenas tardo una milésima de segundo en
descartarla. En el carromato Hugo consiguió por fin mantener los
ojos cerrados, ahora que estaba más a sus anchas. Durante aquel
largo viaje, se veía forzado a salir tan solo por las noches para
estirar sus doloridos miembros o hacer sus necesidades más grandes,
durante el día procuraba dormir y lo único que se permitía aparte
de comer y beber, era orinar en una vasija de barro. Pero en aquella
ciudad, dominada por los soldados enemigos, ni si quiera podía
arriesgarse a salir por la noche.
De pronto unas voces
nativas lo sacaron de aquel estado de vigilia. Si los habían
descubierto, ya fuera por la insensatez de Robert o por que alguien
los hubiera delatado a él, le era imposible huir. Las dos voces
hablaban en susurros, a través de las tablas de su escondite vio la
luz de una linterna de gas, iluminando el interior del carro y como
entraba lo que parecía un soldado.
- Este parece el sitio
perfecto- dijo ayudando a subir a su compañero, que parecía una
hembra.
- Está bien, pero será mejor que apagues eso o nos
descubrirán- dijo la nativa, siempre en susurros.
Apagaron la
linterna, quedando el interior nuevamente a oscuras, pero Hugo
enseguida adivinó las auténticas intenciones de sus nuevos vecinos,
tanto por la conversación, como por el velado ruido que hicieron al
desnudarse y las igualmente agitas respiraciones, seguidas de tímidos
gemidos, alguna que otra risita de uno u otro, acompañados del suave
balanceo que produjeron en el carromato, que parecía mecerse con las
convulsiones de sus dos imprevistos visitantes. Poco después,
volvieron a encender la linterna, para poder encontrar su ropa y Hugo
vio como aquellos dos seres, se vestían entre silenciosas risas, a
toda velocidad. Una vez terminaron volvieron a apagar la
linterna.
- Parece que no hay nadie a la vista. ¡Vamos
salgamos de aquí!- dijo el soldado.
Hugo notó como
bajaban del carro, para después alejarse tan silenciosamente como
habían venido, pero enseguida el carromato empezó nuevamente a
moverse y la trampilla del escondite se abrió, la mano de Robert le
tapó la boca, para evitar que hiciera ruido.
- Tranquilo soy yo-
dijo el robot- he tenido que esperar a que esos dos terminaran lo
suyo para poder entrar. Ya, una vez en el escondite, Robert
le contó lo que había visto en la habitación de los dos “dioses”
humanos.
- Por lo que me cuentas, a esos dos los conozco, son
Norma y Tigre- dijo
Hugo.
Jotacé.
Interesante historia.
ResponderEliminarGracias.
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