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-
¿Empiezas a creerte todo lo que te estamos contando?- preguntó
Diana.
Poco antes el enano o Rudiguer, como lo llamaba
Diana, había desaparecido en una extraña y espesa niebla que
ascendió hacia el cielo dirigiéndose a la ciudad. En ese momento,
ella y Jota volvían a estar en el coche.
- No, pero
tampoco puedo ignorarlo- contestó Jota.
- A eso algunos lo llaman
conocimiento- dijo Diana sonriendo al volante del coche.
-
Pero hay algo que no acabo de entender, ¿Cuál es tú papel en esta
historia? ¿Eres una especie de Buffy cazadora de vampiros?
- No,
soy una especie de investigadora de cosas raras y paranormales.
Escritora igual que tú, publico tanto mis estudios como historias de
ficción con distintos seudónimos y digamos que la gente para la que
trabajo, me proporcionan los fondos y la cobertura para viajar por
todo el mundo recopilando información.
- Pues que bien. ¿Y
como piensas resolver todo esto? ¿Vas a volver al edificio y
cargarte a la abuela de Dani?
- Algo así, pero
preferiblemente de día y a ser posible con tu ayuda.
- ¡¿Estás
loca?! ¡Yo allí no vuelvo! ¡Además mañana me tengo que levantar
temprano para ir a currar! ¡Ay, Joder…!
- ¡¿Qué?! -
Tengo la ropa del curro en esa casa, de echo tengo todas mis cosas
allí.
- ¿Lo ves como si que tienes que volver?
-
No importa, compraré cosas nuevas.
- El problema Jota, es que
si no hacemos algo, la anciana se irá apoderando además del
edificio donde vives, de la calle, barrio entero y más tarde de la
ciudad. Jota hay que pararla antes de que la cosa vaya a más o no
tendrás un sitio donde huir.
- Pues que bien. ¿Y que digo en
el trabajo, que no puedo ir por que tengo que matar
vampiros?
- No, digas disparates… di simplemente que te has
puesto enfermo.
- Si, ya lo había pensado, será lo
mejor.
Jota había conseguido huir, con
la ayuda de aquella bruja extranjera, salida de nadie sabía donde y
aunque a doña Carmen le abría sido fácil seguirlos, había algo en
Diana que la hacía intocable y peligrosa, dos cosas por las que
había que eliminarla en cuanto le fuera preciso, pero antes, tendría
que tomar medidas para protegerse de los intrusos. El tiempo
apremiaba, pero ella podía permitirse estar en varios lugares a la
vez con el cuerpo de sus víctimas, tanto de las vivas, como de las
muertas. Por la noche era fácil, nadie se atrevería a atacarla, ni
siquiera la bruja, era el día lo que la preocupaba, pero también
para eso se estaba preparando.
Daniel, el que había sido su
nieto en vida, se había ido antes del anochecer, intuyendo lo que
estaba pasando y ella sabía que a pesar del pánico que él le tenía
o precisamente por eso, si lo dejaba huir, también podía terminar
convirtiéndose en una amenaza. Pero ella sabía donde encontrarlo,
ya lo había visto allí en otras ocasiones, en casa de la que se
había convertido en su amante. Con la intención de espiarlos, como
si de una lagartija se tratara, se deslizó bocabajo desde la azotea
hasta la ventana de aquella “furcia”, como a ella le gustaba
llamar a Esther.
Daniel había dejado su bolsa de viaje encima de una
silla, para después sentarse en la cama, con su novia con la que
empezó a hacer carantoñas y tocamientos, acompañados de risas, que
a ella en otro tiempo le habrían parecido de lo más indecentes. Se
desplazó a otras ventanas del piso, siguiendo a una de las
compañeras de la chica, del cuarto de baño al salón, que estaba
conectado con la cocina. La chica se preparó un bocadillo de pan de
molde, se sirvió zumo de la nevera y se sentó delante del
televisor. Abajo, en la calle vio a una chica joven, casi una niña,
con su perro al que llevaba atado a una correa, dirigirse al portal
del edificio. La había visto salir hacía media hora y desde su alto
punto de observación, la esperaba paciente. Antes de llegar
al portal, el perro de la chica se puso a ladrar y gruñir nervioso,
intentando alejar a su dueña de allí, media hora antes le costó
que el animal saliera a la calle y solo se tranquilizó cuando se
alejaron, ahora al regresar, se obstinaba en alejarse de
allí.
- ¿Se puede saber que te pasa? Estamos en casa- dijo su
dueña, intentando arrastrarlo hasta el portal.
El animal
estuvo apunto de revolverse contra ella, pero en ese momento apareció
aquella anciana y el perro se encogió aterrorizado, metiéndose
entre las piernas de su joven dueña.
- ¿Qué pasa bonito? No
voy a hacerte daño- dijo doña Carmen.
La anciana se inclinó
sobre el animal y lo acarició sin que este ofreciera resistencia, de
pronto el animal se había vuelto dócil como un cachorro. La niña
cogió a su mascota y se quedó mirando a la extraña mujer de
mejillas sonrosadas, había algo raro en aquella anciana, pero la
niña ignoraba que podía ser.
- Siento que mi perro se
comporte así, normalmente no lo hace.
- No te preocupes guapa, a
lo mejor lo que tu perro nota es la muerte rondándome, yo soy muy
mayor y los animales detectan esas cosas.
Un escalofrío le
recorrió por todo el cuerpo a la niña, que instintivamente se
apartó unos pasos de la anciana.
- ¿Sabes? Voy a visitar a mi
nieto, que está pasando unos días con su novia aquí cerca.
- Ah, muy bien- dijo la niña, empezando a andar cada vez
más deprisa.
La anciana se puso a su lado y caminó junto a la
pequeña.
- ¿Dónde dice que vive su nieto?- preguntó la niña
viendo que la anciana seguía junto a ella.
- En ese portal
de ahí- contestó doña Carmen señalando el mismo portal de la
pequeña.
- Yo… yo también.
- Estupendo guapa,
así no tendré que llamar al interfono, se en que piso vive, pero no
recuerdo demasiado bien el número de la puerta- dijo fingiendo una
sonrisa.
La niña abrió la puerta y entro en el edificio,
sin embargo la anciana se quedó esperando en la puerta, mientras el
perro se ponía nuevamente a gruñir, nervioso.
- ¡Milú
calla! ¿No entra?- preguntó la pequeña desconcertada.
- Si, si me
das tu permiso- dijo la mujer con extraña sonrisa.
- claro…
pase- dijo la pequeña dudando de estar haciendo lo correcto.
Nada
más entrar en el edificio, el perro saltó de los brazos de su ama y
corrió nuevamente a la calle aterrorizado.
- ¡Milu, ven aquí!-
gritó la pequeña, que salió detrás del animal.
En su
persecución, se giró un momento hacia el edificio, pero la anciana
mujer ya había desaparecido en el interior, como si nunca hubiera
estado allí.
Jotacé.
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