-->
Sara,
cada vez pasaba menos tiempo en el piso que compartía con sus amigas
María y Esther, y más en el pequeño estudio de Alex, a pesar de lo
pequeño y desordenado que este lo tenía, llegaba el fin de semana y
ella desaparecía, a veces incluso sus ausencias se prolongaban a lo
largo del resto de la semana, pero aquél domingo a ella le tocaba
regresar al hogar. Alex aparcó justo enfrente del piso, en doble
fila, se dieron un largo y húmedo beso de despedida, la cosa hubiera
ido a más, pero el coche que había detrás les pitó con cierta
impaciencia, la pareja se separó entre risas y “te quieros” y
Sara salió lo más rápido que pudo, ante los cada vez más
insistentes pitidos del nervioso conductor que tenían detrás.
-
¡Ya va, ya va! ¡Gilipollas!- dijo Alex poniéndose en marcha
mientras le lanzaba un beso a su chica.
Sara le devolvió el
beso, luego dio media vuelta, en dirección al portal mientras metía
la mano en el bolso para buscar las llaves del piso. Los gemidos de
una niña la hicieron girarse hacia su derecha donde vio como una
niña, una de sus vecinas se dirigía al portal, agarrándose una
mano con la otra, estaba sangrando. Sara corrió hacia ella.
-
¡Cariño! ¡¿Qué te ha pasado?!
- Es mi perro, Milu… Me
ha mordido y a salido corriendo…- contestó la niña sorbiéndose
los mocos.
- Está bien, seguro que no es nada. Te acompañaré
a tu casa. ¿Están ahí tus padres?
La chica asintió con
la cabeza, Sara abrió la puerta del edificio, el recibidor estaba a
oscuras, Sara le dio al interruptor, pero la bombilla permaneció
apagada. Cogieron el ascensor, cuya luz parpadeaba como si también
estuviera a punto de fundirse. Una vez salieron nuevamente al
pasillo, este también a oscuras, llamó al timbre de la casa de la
chica, abrió su padre.
- ¡¿Dios mío, qué te ha
pasado?!- exclamó el hombre al ver a su hija agarrándose su mano
ensangrentada.
- Es Milu, me ha mordido y se ha escapado-
contestó la chica sin dejar de gimotear.
- La encontré
en el portal cuando estaba apunto de entrar… En fin, si puedo hacer
algo por vosotros…- dijo Sara.
- No, muchas gracias- contestó
el hombre.
- ¡Oh, Dios mío!- exclamo la madre de la chica que
en ese momento apreció en el recibidor. La chica entró en
su casa, sin dejar de llorar y el padre cerró por fin la puerta.
Sara, sin la luz que salía del interior del piso y con la rara
avería que parecían sufrir las luces de la escalera, se vio
obligada a recurrir a su teléfono móvil para poder llegar a su
piso. En el interior del apartamento, las luces, parecían alumbrar
menos de lo acostumbrado, se quitó el abrigo y lo dejó en la percha
que había al lado de la puerta. En el salón, María se había
quedado dormida delante del televisor y tubo que zarandearla un poco
para que por fin abriera los ojos.
- ¡María, despierta
hija!
- ¿Eh, qué? ¡Ostras! Me he quedado traspuesta y ni
siquiera son las diez.
- Claro, después de la juerga de anoche-
dijo Sara con una sonrisa malévola.
- Juergas más
bestias nos hemos corrido. ¿Hoy no te quedas con Alex?
-No, hoy
nos toca descansar ¿Y Esther?
- En su habitación… con su
novio. Al parecer han tenido un accidente doméstico en su piso nuevo
y… bueno que te lo explique él luego. Anda siéntate, un rato a
ver la tele con migo- dijo María haciéndole sitio en el sofá a su
amiga.
Sara se sentó al lado de su amiga dando un
resoplido.
- ¿Qué te pasa? ¿Has discutido con Alex?- preguntó
María suspicaz.
- No, que va. Es que al llegar abajo, me he
encontrado con la hija de la vecina de abajo, al parecer su perro le
ha dado un buen mordisco en la mano y después ha salido
corriendo.
- ¡¿Esa mierda de chucho?! ¿Pero tiene
dientes?
- Parece que si, la chica estaba sangrando.
-
Valla, lo siento por ella.
- Ya y yo.
Las dos amigas
permanecieron calladas un momento sin saber que decir, luego María
rodeo a Sara con un brazo y le dio un achuchón.
- Seguro que no es
nada, anda vamos a ver un rato la tele- dijo María.
Poco después,
un extraño sopor se apoderó de ellas, empezaron a bostezar, los
parpados se les hicieron cada vez más pesados y la luz pareció
menguar por momentos, incluso la que provenía del televisor, junto
con el volumen del aparato, hasta que se les hizo imposible mantener
los ojos abiertos y se quedaron finalmente dormidas.
También
en el pequeño dormitorio de Esther, el sopor que había venciendo la
voluntad de Sara y María, se apoderó de los dos amantes que se
quedaron dormidos abrazados el uno al otro. Las luces del apartamento
se apagaron todas a la vez y una presencia que asta ese momento había
permanecido oculta en las sombras, como el fantasma que en cierto
modo era, terminó materializándose. Doña Carmen se acercó a la
cama, y contemplo a la pareja. Con una uña, se arañó una vena de
la muñeca contraria, que colocó a pocos centímetros de la boca de
Esther, apretó la herida que empezó a gotear sangre de un rojo
negruzco, las gotas cayeron sobre los labios de la chica, que
inconscientemente empezó a lamer con la lengua.
- Eso es,
vamos bebe- susurró la anciana de forma un tanto imperativa, como si
la hubiera oído, Esther abrió mas los labios, dejando entrar en su
organismo el espeso líquido.- Ahora ya me perteneces, zorra
estúpida. Vístete y ve al piso de Daniel.
Esther abrió
unos ojos vidriosos y sin voluntad, ahora estaba en la oscura
pesadilla impuesta por el vampiro. Se levantó, se vistió y como si
de una marioneta se tratara, salió de la habitación, pasó al lado
de sus inconscientes compañeras, que seguían sentadas enfrente del
televisor y salió del piso tal y como le había ordenado doña
Carmen, al cerrar dio un leve portazo, que apenas agitó a sus
compañeras de piso, bajó por las oscuras escaleras, cruzándose con
sus vecinos que en ese momento subían al ascensor para llevar a su
hija a urgencias.
En la habitación, doña Carmen se puso a
cuatro patas, sobre el que había sido su nieto, se inclinó sobre su
descubierto cuello y empezó a lamer habidamente. Tan solo con el
contacto hizo que la sangre emergiera pos los diminutos poros de la
piel, pequeños y amoratados coágulos de sangre se formaron bajo el
cuello de Daniel, asta que empezó a respirar con cierta
dificultad.
- Tú me pertenecerás en la muerte…-
susurró la anciana- ahora, sigue durmiendo, que pronto vendrás a
mi.
La anciana se convirtió en una oscura sombra, que
recorrió toda la habitación hasta llegar a la ventana, por cuyos
resquicios pasó sin problemas a pesar de estar cerrada, para
materializarse en el alfeizar, transformada en una lechuza blanca,
que emprendió el vuelo hacia la noche.
De pronto las luces,
tanto del piso como de las escaleras y descansillos del bloque, se
encendieron de golpe, también la televisión volvió a encenderse,
despertando de golpe a las dos amigas que dormían en el sofá,
ignorantes de lo que acababa de
ocurrir.
Jotacé.
Un personaje de temer.
ResponderEliminar