lunes, 16 de diciembre de 2013

(M.N. 20) ME PERTENECERAS EN LA MUERTE


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Sara, cada vez pasaba menos tiempo en el piso que compartía con sus amigas María y Esther, y más en el pequeño estudio de Alex, a pesar de lo pequeño y desordenado que este lo tenía, llegaba el fin de semana y ella desaparecía, a veces incluso sus ausencias se prolongaban a lo largo del resto de la semana, pero aquél domingo a ella le tocaba regresar al hogar. Alex aparcó justo enfrente del piso, en doble fila, se dieron un largo y húmedo beso de despedida, la cosa hubiera ido a más, pero el coche que había detrás les pitó con cierta impaciencia, la pareja se separó entre risas y “te quieros” y Sara salió lo más rápido que pudo, ante los cada vez más insistentes pitidos del nervioso conductor que tenían detrás. 
 - ¡Ya va, ya va! ¡Gilipollas!- dijo Alex poniéndose en marcha mientras le lanzaba un beso a su chica. 
Sara le devolvió el beso, luego dio media vuelta, en dirección al portal mientras metía la mano en el bolso para buscar las llaves del piso. Los gemidos de una niña la hicieron girarse hacia su derecha donde vio como una niña, una de sus vecinas se dirigía al portal, agarrándose una mano con la otra, estaba sangrando. Sara corrió hacia ella. 
 - ¡Cariño! ¡¿Qué te ha pasado?! 
- Es mi perro, Milu… Me ha mordido y a salido corriendo…- contestó la niña sorbiéndose los mocos. 
 - Está bien, seguro que no es nada. Te acompañaré a tu casa. ¿Están ahí tus padres? 
 La chica asintió con la cabeza, Sara abrió la puerta del edificio, el recibidor estaba a oscuras, Sara le dio al interruptor, pero la bombilla permaneció apagada. Cogieron el ascensor, cuya luz parpadeaba como si también estuviera a punto de fundirse. Una vez salieron nuevamente al pasillo, este también a oscuras, llamó al timbre de la casa de la chica, abrió su padre. 
 - ¡¿Dios mío, qué te ha pasado?!- exclamó el hombre al ver a su hija agarrándose su mano ensangrentada. 
- Es Milu, me ha mordido y se ha escapado- contestó la chica sin dejar de gimotear. 
 - La encontré en el portal cuando estaba apunto de entrar… En fin, si puedo hacer algo por vosotros…- dijo Sara. 
- No, muchas gracias- contestó el hombre. 
- ¡Oh, Dios mío!- exclamo la madre de la chica que en ese momento apreció en el recibidor. La chica entró en su casa, sin dejar de llorar y el padre cerró por fin la puerta. 
Sara, sin la luz que salía del interior del piso y con la rara avería que parecían sufrir las luces de la escalera, se vio obligada a recurrir a su teléfono móvil para poder llegar a su piso. En el interior del apartamento, las luces, parecían alumbrar menos de lo acostumbrado, se quitó el abrigo y lo dejó en la percha que había al lado de la puerta. En el salón, María se había quedado dormida delante del televisor y tubo que zarandearla un poco para que por fin abriera los ojos. 
- ¡María, despierta hija! 
 - ¿Eh, qué? ¡Ostras! Me he quedado traspuesta y ni siquiera son las diez. 
- Claro, después de la juerga de anoche- dijo Sara con una sonrisa malévola. 
- Juergas más bestias nos hemos corrido. ¿Hoy no te quedas con Alex? 
-No, hoy nos toca descansar ¿Y Esther? 
 - En su habitación… con su novio. Al parecer han tenido un accidente doméstico en su piso nuevo y… bueno que te lo explique él luego. Anda siéntate, un rato a ver la tele con migo- dijo María haciéndole sitio en el sofá a su amiga. 
Sara se sentó al lado de su amiga dando un resoplido. 
 - ¿Qué te pasa? ¿Has discutido con Alex?- preguntó María suspicaz. 
- No, que va. Es que al llegar abajo, me he encontrado con la hija de la vecina de abajo, al parecer su perro le ha dado un buen mordisco en la mano y después ha salido corriendo. 
- ¡¿Esa mierda de chucho?! ¿Pero tiene dientes? 
- Parece que si, la chica estaba sangrando. 
 - Valla, lo siento por ella. 
- Ya y yo. 
Las dos amigas permanecieron calladas un momento sin saber que decir, luego María rodeo a Sara con un brazo y le dio un achuchón. 
- Seguro que no es nada, anda vamos a ver un rato la tele- dijo María. 
 Poco después, un extraño sopor se apoderó de ellas, empezaron a bostezar, los parpados se les hicieron cada vez más pesados y la luz pareció menguar por momentos, incluso la que provenía del televisor, junto con el volumen del aparato, hasta que se les hizo imposible mantener los ojos abiertos y se quedaron finalmente dormidas. 
 También en el pequeño dormitorio de Esther, el sopor que había venciendo la voluntad de Sara y María, se apoderó de los dos amantes que se quedaron dormidos abrazados el uno al otro. Las luces del apartamento se apagaron todas a la vez y una presencia que asta ese momento había permanecido oculta en las sombras, como el fantasma que en cierto modo era, terminó materializándose. Doña Carmen se acercó a la cama, y contemplo a la pareja. Con una uña, se arañó una vena de la muñeca contraria, que colocó a pocos centímetros de la boca de Esther, apretó la herida que empezó a gotear sangre de un rojo negruzco, las gotas cayeron sobre los labios de la chica, que inconscientemente empezó a lamer con la lengua. 
- Eso es, vamos bebe- susurró la anciana de forma un tanto imperativa, como si la hubiera oído, Esther abrió mas los labios, dejando entrar en su organismo el espeso líquido.- Ahora ya me perteneces, zorra estúpida. Vístete y ve al piso de Daniel. 
 Esther abrió unos ojos vidriosos y sin voluntad, ahora estaba en la oscura pesadilla impuesta por el vampiro. Se levantó, se vistió y como si de una marioneta se tratara, salió de la habitación, pasó al lado de sus inconscientes compañeras, que seguían sentadas enfrente del televisor y salió del piso tal y como le había ordenado doña Carmen, al cerrar dio un leve portazo, que apenas agitó a sus compañeras de piso, bajó por las oscuras escaleras, cruzándose con sus vecinos que en ese momento subían al ascensor para llevar a su hija a urgencias. 
En la habitación, doña Carmen se puso a cuatro patas, sobre el que había sido su nieto, se inclinó sobre su descubierto cuello y empezó a lamer habidamente. Tan solo con el contacto hizo que la sangre emergiera pos los diminutos poros de la piel, pequeños y amoratados coágulos de sangre se formaron bajo el cuello de Daniel, asta que empezó a respirar con cierta dificultad. 
 - Tú me pertenecerás en la muerte…- susurró la anciana- ahora, sigue durmiendo, que pronto vendrás a mi. 
La anciana se convirtió en una oscura sombra, que recorrió toda la habitación hasta llegar a la ventana, por cuyos resquicios pasó sin problemas a pesar de estar cerrada, para materializarse en el alfeizar, transformada en una lechuza blanca, que emprendió el vuelo hacia la noche. 
De pronto las luces, tanto del piso como de las escaleras y descansillos del bloque, se encendieron de golpe, también la televisión volvió a encenderse, despertando de golpe a las dos amigas que dormían en el sofá, ignorantes de lo que acababa de ocurrir. 


 Jotacé.

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