viernes, 2 de octubre de 2009

(R.F.04) LA NOCHE NO ES PARA LOS TIMIDOS.


“…Una compuerta se abrió y el cuerpo paralizado de John entró en el interior del objeto, que dejó de proyectar su intensa luz para finalmente ascender hacia el cielo y perderse en la inmensidad del espacio.

¿Fin…?” Jota terminó de teclear con una sonrisa de satisfacción, siempre se le había dado bien inventar historias y aquella le había quedado cojonuda para el fancine que publicaba con unos amigos. Cogió el vaso y se lo llevó a los labios, pero estaba tan vacío, como la botella de whiskey. ¿Qué más daba? Saldría a celebrarlo. El problema era, que no tenía con quién. La vecina nueva apenas le había mirado aquella tarde, Donia, la chica de origen rumano con la que salió dos años atrás hacía tiempo que no daba señales de vida, esperaba que estuviera bien, la mayor parte de sus amigos estaban con sus novias o mujeres, los únicos amigos que estaban solteros eran Paco, que trabajaba en el turno de noche y Santi, que gracias a una educación estrictamente religiosa, sabía que le sería imposible sacarlo de casa aquella noche. La próxima noche, sábado, era el cumpleaños de Santi y teniendo en cuenta que sus padres estaban de vacaciones, Jota y Paco tenían planeado hacerle una fiesta que no olvidaría fácilmente. Pero aquella noche de viernes… Jota tenía algo que celebrar y lo haría aunque tuviera que salir solo. Tal vez vería algo interesante para su próxima historia.

Sonó el teléfono sacándolo de sus divagaciones.

- ¿Diga?

- Hola. Mi nombre es Arturo Pérez. ¿Dígame tiene Internet en casa?- Dijo una voz con acento argentino.

Jota colgó el teléfono un tanto desconcertado, eran las ocho y media de la noche y los vendedores argentinos de Internet, todavía trabajaban.

Apagó el ordenador y empezó a prepararse la cena, dos huebos fritos con cebolla. Luego abrió una lata de cerveza y empezó a comer mientras hacía zapping, esperando encontrar algo interesante en la televisión. Luego llamó a Santi para intentar convencerlo de salir a tomar algo, misión que resultó completamente imposible, pero no importaba, había tomado la determinación de salir y seguiría adelante. Era extraño, esa misma determinación le hizo ponerse nervioso. “¿Y si lo dejo para otro día?” Pensó para si. “No, tiene que ser ahora”.

Se dio una ducha, se afeitó y se puso la ropa más nueva que tenía. Pero cuando salió a la calle la duda volvió a atenazarlo. No tenía ni idea de adonde ir, así que terminó en el bar donde siempre quedaba con sus amigos.

La gente que había estaba cenando o tomando el café de después, ya que todavía era muy temprano. Jota que aquella noche no esperaba encontrarse con nadie en particular, le pidió una copa a la camarera. La chica era morena de ojos verdes muy guapa y con un vestido muy ajustado, era casi imposible dejar de mirarla, sobre todo su impresionante escote. Mientras le servía, Jota aprovechó para preguntarle por algún sitio a donde ir que no estuviera excesivamente lejos, ya que quería beber sin tener que coger el coche. Ella le dio propaganda de un pub cercano.

- ¿Cómo está el sitio, has ido alguna vez?

- Un par de veces, no está mal.- Contestó ella antes de alejarse para atender a otro cliente.

Jota la miró, mientras ella se dirigía hacia dos recién llegados a los que abrazó efusivamente, no pudo evitar una pequeña punzada de celos. Desvió la mirada hacia el televisor que estaba junto al techo y en la que hacían una de esas películas sobre veinteañeros salidos, con un montón de chicas en bikini. No sabía muy bien por que pero estaba ligeramente nervioso, desviando la mirada de la tele a la puerta cada vez que entraba alguien, y de la puerta a la camarera. Su pierna se movía incontroladamente a causa de sus incomprensibles nervios. Apuró su bebida, pagó y se fue, con un cierto remordimiento por verse incapaz de decirle algo más a la camarera, la cual por otro lado, estaba más pendiente de los otros clientes.

Una vez en la calle, respiró hondo antes de encaminarse al pub que le habían recomendado. El local estaba todavía vacío. Y es que para ciertas cosas era todavía temprano, o al menos eso es lo que le había dicho el barman, asegurándole que hasta las doce de la noche no empezaría a llegar la gente. Por un momento, dudó entre pedirse una copa o marcharse a su casa, finalmente se decidió por un Balantines con cola. Mientras esperaba a que empezara a llegar la gente, empezó a beber lentamente, mientras le entraba cierto sopor.

Poco a poco, empezaron a llegar los clientes, al principio muy tímidamente, luego en grupos más numerosos. Jota se vio forzado a abandonar su cómoda posición en la barra para que los nuevos clientes pudieran pedir. Sus nervios por la solitaria salida nocturna y su natural timidez, le hicieron retirarse hacia un rincón, del local, desde el que no perdía detalle de lo que ocurría a su alrededor.

Un pequeño grupo de chicas, se colocaron cerca de donde el estaba, sin percatarse de su presencia. “¿Existe eso que llaman amor a primera vista?” Se preguntó Jota sin saber muy bien cual de aquellas cinco chicas le gustaba más. Una de las chicas, por fin pareció fijarse en él. No era la más guapa, pero tampoco era fea. En seguida el corazón de Jota empezó a palpitar a toda velocidad. Toda una serie de absurdos pensamientos empezaron a cruzarse por su cabeza. “¿Qué hago? ¿Le pregunto el nombre y después qué? Aquello de estudias o trabajas esta muy pasado de moda. ¿Le pregunto si viene mucho por aquí? ¡Ah no! ¡Ya sé! Le contaré un chiste… ¿Pero que chiste le cuento? Ahora mismo no se me ocurre ninguno.”

Ella le sonrió dos veces, tal vez esperando a que el pobre Jota reaccionara, pero a él, aparte de devolverle la sonrisa, seguía sin ocurrírsele que decir. Finalmente, después de tres cuartos de hora allí plantado, otro grupo de chicos comenzaron a entablar conversación con las chicas y Jota lo dio todo por perdido. Se dirigió a la barra, dejó el baso vacío y fue un momento al lavabo. Mientras orinaba, seguía pensando que todavía era temprano y que tal vez pudiera tener otra oportunidad.

Cuando salió del lavabo, se pidió un chupito de tequila, sabiendo que al día siguiente lo iba a lamentar. Pero lo realmente importante era, que en aquel preciso momento necesitaba algo que le diera valor.

Ligeramente mareado, se dirigió a la esquina en la que creía que estaban las chicas aquellas, pero si no se había equivocado de sitio, significaba que ellas ya se habían ido, tal vez con los otros chicos.

Eran cerca de las dos y media y las pocas chicas que quedaban en el local, todas parecían acompañadas, el resto de la gente ya estaba empezando a ir a discotecas que cerraban a las cinco o a las seis de la mañana.

Jota, ya estaba cansado de dar vueltas y para ir a cualquier discoteca, necesitaba coger el coche. “¿Y para que, para estar plantado en una esquina bebiendo mientras veo como otros se dan el lote?” Pensó mientras encaminaba sus pasos hacia su casa. Para él la noche ya se había terminado.

Entró en el bloque y se encaminó hacia el ascensor. Se sentía un perdedor y justo cuando estaba cerrando la puerta del ascensor, vio pasar una sombra que le recordó algo de su pasado reciente. Abrió la puerta del ascensor, pero la portería estaba bacía, salio nuevamente a la calle, y allí estaba nuevamente aquella sombra esquiva, apunto de desaparecer detrás de una esquina y detrás de aquella esquina… nada, solo una neblina ascendiendo hacia el cielo.

Todo aquello, le trajo recuerdos de dos años atrás y pensó en ella, en Grecia, en las noches que pasó con ella, pensó en las chicas que había visto en el pub y finalmente en su guapa y probablemente paranoica vecina.

Cuando por fin llegó a su casa, se quitó la ropa, apagó la luz, se tumbó en la cama y se masturbó pensando en todas aquellas chicas, luego se quedó profundamente dormido.

Juan Carlos Fernández