viernes, 30 de abril de 2010

EL AGUA TEÑIDA DE ROJO (R.F.08)


...Se escurrió por el desagüe del cochambroso lavabo. Alfonso, no dejaba de pensar en lo último que le dijo su amigo antes de morir, mientras la sangre de este se escurría por la alcantarilla con la ayuda del agua de la lluvia. “Tú serás el siguiente…” Le había dicho el agonizante Ramón. Alfonso, se miró las manos, limpias por fin de la sangre de su amigo, se las secó con el destartalado aparato de aire y salió del pestilente lavabo.
Con la
tormenta que había caído aquella noche, tardo casi una hora en ir de aquella ciudad dormitorio del extrarradio, hasta el barrio antiguo de la capital, cerca del puerto. Con la tormenta y al ser un día de cada día, no había tardado demasiado en encontrar un sitio donde aparcar. El bar, era un pequeño local grasiento y cochambroso, casi vacío, a excepción del dueño y de tres amigos que se estaban tomando unas cervezas al otro lado de la barra, riendo estrepitosamente. Alfonso pidió un whisky doble con hielo. La puerta se abrió dejando entrar el aire húmedo que había traído la lluvia. Una mujer joven y atractiva se quedó un momento plantada en la puerta, dudando si entrar o no y atrayendo por un momento las miradas de los parroquianos. Finalmente se decidió, fue hasta la barra, a medio metro de donde estaba Alfonso. Mientras el camarero le servía un refresco, ella busco algo en el interior de su bolso.

Mierda. ¿Tienes un cigarro?— Le preguntó a Alfonso. — Allí hay una maquina de tabaco.- Respondió señalando la maquina. — No tengo cambio. — Pues yo no… Alfonso se quedó pensativo un momento. Luego saco una pitillera de los tejanos y se la dio a la chica. Gracias.- Dijo ella cogiendo un cigarrillo y haciendo ademán de devolvérsela. Quédatela. Yo no fumo.
Ella se
quedó un momento perpleja. Miró la pitillera y se la guardó.
— ¿De
quién era, de una novia despechada?
— De un amigo…
Está muerto. Ella se lo quedó mirando en silencio, sin saber como reaccionar.
Siempre decía que lo tenía que dejar y al final fue el tabaco quién lo dejo a él.— Dijo Alfonso sonriendo La chica lo miró seria, hasta que él estallo en una carcajada y ella le siguió.
— ¿
Cómo te llamas?
— Eva ¿Y
?
— Alfonso.
Dime Eva ¿Quieres tomar una copa?
no fumas y yo no bebo alcohol. Además, ya estoy servida.— respondió Eva señalando el vaso.
Lástima. No podré emborracharte y llevarte a la cama.
— A lo
mejor te emborracho yo a ti.- Dijo Eva haciéndole señas al camarero para que le pusiera otro baso a Alfonso. — ¿Lo de amigo, lo decías en serio?
— Si.—
Dijo bebiéndose el contenido del baso que acababan de llenarle de un solo trago.— ¿Te importaría mucho dejar la botella? El camarero se dispuso a replicar, pero Eva le puso un billete de cincuenta en la barra, haciéndole un gesto de silencio con el dedo mientras asentía con la cabeza. El camarero dejó la botella sobre la barra y cogió el billete yéndose a otro lado.
Anda, coge la botella. Será mejor que nos sentemos en una mesa.— Le dijo Eva a Alfonso agarrándolo del brazo. Una vez sentados. Él se sirvió otra copa y ella se encendió otro cigarrillo. — ¿Dices en serio lo de amigo o te estas quedando conmigo?
Antes de contestar, Alfonso suspiró, se bebió otro trago y volvió a suspirar.
— A mi amigo lo he
matado yo, esta misma noche, justo antes de venir aquí. Le he metido un navajazo en el estomago.— Dijo muy serio
— ¿Por
qué fumaba?— preguntó Eva divertida.
— Por una
mujer, su exnovia. Se enteró de lo que no debía y lo dejó. Pero el pobre imbécil no se dio por vencido y nos pidió a y a otro que le acompañáramos para ir en busca de la chica. La cosa salió mal y terminamos en el cuartelillo, cosa que no le hizo ni pizca de gracia a nuestro jefe, el cual, no se como, consiguió que ella nos retirara la denuncia y luego nos mandó llamar. Nos hizo entrar en su despacho por separado. Primero a él, cuando salió, me dijo que solo le había dado una reprimenda y le prohibió acercarse a la chica. Cuando yo entré en el despacho del jefe, este me preguntó si había hablado con mi amigo, si sabía lo que le había dicho, le dije que sí y le repetí lo que mi amigo me había dicho. “Ambos sabemos, que en cuanto pueda, volverá a buscarla, lo más seguro que esta misma noche. No quiero riesgos, o lo matas, o os mando matar a los dos”. Yo solo soy un matón de poca monta, nunca he matado a nadie, ¿Cómo iba a matar a mi propio amigo? Sin embargo mi jefe no se equivocaba y esta misma noche, con unas cuantas copas de más, me hizo conducir hasta donde vive su ex. El piso se veía completamente cerrado y no se veía luz entre las rendijas de la persiana, sin embargo el decía estar seguro de que ella estaba allí. Salió del coche a pesar de la fuerte lluvia que estaba cayendo, con la intención de entrar en la casa. Sin embargo, nunca terminó de cruzar la calle, antes de llegar al portal, yo me abalancé sobre él y le asesté varios navajazos por la espalda… Antes de morir, mi amigo me dio la pitillera, para que se la llevara a su ex con el mensaje de que no volvería a molestarla, pero yo he preferido dártela a ti.— Alfonso, volvió a llenar el baso y bebérselo de un trago.— Metí el cuerpo dentro de unos contenedores de basura… Todavía puedo ver la sangre escurriéndose por una alcantarilla con la ayuda de la lluvia que no dejaba de caer… ¡Y lo hice con esta navaja!
Alfonso,
sacó su navaja automática y la abrió como si de un truco de magia se tratara. Eva se sobresaltó asustada e inmediatamente después le entró un ataque de risa, del que el se contagió.
Anda, será mejor que nos vayamos.— Dijo Eva.
— Espera un
momento.— Dijo bebiéndose todo el contenido de la botella de un solo trago. Eva condujo a Alfonso por las oscuras y sucias callejuelas del barrio antiguo. El olor a orines y a podredumbre lo inundaban todo. En un destartalado y viejo bloque de pisos se encontraba el pequeño apartamento de Alfonso, un infecto y cochambroso cuartucho de escaso mobiliario. Eva tumbó a Alfonso en la cama y empezó a desabrocharle los botones de la camisa. El contacto de los dedos de Eva sobre su piel, le pareció extraño, le agarró las manos y se las miró. Llevaba puestos unos guantes de látex, color carne, como los de un cirujano y el corazón empezó a latirle con fuerza. — ¿Cómo piensas matarme? Vamos, contesta. Estoy muy borracho, pero no soy tan tonto. Ella lo miró muy seria, con los ojos inyectados en sangre.
Pensaba que estabas más borracho. Te iba a meter en la bañera con agua tibia y cortarte las venas con propia navaja. ¿Cuándo lo sospechaste?
Todo el rato, las mujeres como no se acercan a los tipos como yo… Eso solo pasa en las películas.- La apartó a un lado, se quitó la camisa y los zapatos, cogió de un armario otra botella de whiskey y le dio un trago.- No te preocupes, normalmente solo sirvo para intimidar a la gente y dar alguna que otra paliza de vez en cuando.- Cogió la navaja y se acercó a la chica.- Solo he matado una vez y he descubierto dos cosas. La primera, que es demasiado fácil, la segunda, que yo no soy un asesino.
Entonces, no te me acerques.- Le dijo ella amenazándolo con una pequeña pistola.
Dale la pitillera a Mónica, la ex de mi amigo y dame un beso, quiero saber como besa la muerte.— Ella le dio un beso en los labios.- ¿Sabes? Tengo una ducha.— Dijo riéndose.— Ahora lárgate. Quiero morirme tranquilo.
Eva
vio como Alfonso fue al cuarto de baño. Se metió debajo de la ducha y después de darle un buen tiento a la botella, se cortó las venas y se sentó en el plato de ducha para ver por tercera vez aquella noche como el agua teñida de rojo se escurría por el desagüe.

sábado, 10 de abril de 2010

AMENAZAS


Por culpa de una filtración en la policía y por la cotilla de su vecina, los medios de comunicación se habían enterado tanto de su identidad, como de la de su ex-novio. Así que esa noche, antes de desconectar el teléfono móvil, tubo que hacer dos llamadas importantes, la primera, a sus padres, para tranquilizarlos y decirles que en breve pasaría por su casa, la otra a su jefa para explicarle la situación, y que faltaría un par de días al trabajo.
Esa mañana, Salió temprano de casa de su hermana, con la intención de recoger su coche. Hacía un calor sofocante, nubes negras en el horizonte, amenazaban con tormenta.
El coche ya no se encontraba en el lugar donde lo dejó cuando abandonó a Ramón, probablemente él se había encargado de hacerlo desaparecer discretamente en venganza por su fuga y todo lo demás. Así que tuvo que desplazarse en los medios de transporte urbano. Pasó por una pastelería antes de llegar a casa de sus padres.
Fueron muchas las explicaciones que tuvo darles, tantas, que se tuvo que quedar a comer. Según le explicaron sus padres un abogado había tratado de ponerse en contacto con ella, cosa imposible, ya que tenía el teléfono móvil desconectado. Cuando salió de la casa, un hombre, bien vestido, con barba y corpulento se apresuró hacia ella.
— Si tiene cinco minutos Mónica, soy abogado y tengo una oferta muy interesante que hacerle.
— Si se trata de sacar trapos sucios en televisión, no me interesa, gracias.
—. Nada de eso, si me permite que la invite a un café, le cuento mi propuesta, estoy seguro que le interesará.
Mónica suspiró, pensando que no tenía nada que perder por oír la oferta de aquel hombre. Este la condujo hasta un bar cercano, donde se sentaron en una mesa para hablar más tranquilos.
— …Vera, represento los intereses de un hombre muy poderoso. Intereses que han quedado comprometidos con la detención de su exnovio. Mónica, mi cliente le ofrece cinco mil euros en concepto de indemnización por las molestias que le halla podido causar Ramón y la garantía de que no volverá a molestarle nunca más, a condición de que retire la denuncia impuesta contra Ramón y Alfonso.
Mientras hablaban, el cielo se había oscurecido por completo y un relámpago, seguido de un lejano trueno hacían patente la cada vez más cercana tormenta.
— ¡Anda que va a caer una.— Dijo el dueño del bar mientras encendía las luces.
El abogado, que no le había revelado su nombre, había sacado de su cartera de cuero negro un abultado sobre que le pasó a Mónica. Ella entreabrió el sobre y miró su contenido, luego lo volvió a cerrar y se lo pasó nuevamente al abogado. Sin decir palabra se levantó de la mesa e hizo ademán de irse. El abogado le agarro del brazo.
— ¿Mónica, que se supone que esta haciendo? No sea idiota y coja el dinero.
— Dígale a su cliente que no me interesa su oferta. Ahora si me disculpa, le rogaría que me soltara, tengo prisa.
Cuando Mónica salió del bar, el abogado volvió a meter el sobre en su cartera de cuero negro, de la cual sacó un teléfono móvil e hizo una llamada.
— No ha aceptado, es vuestro turno.
Luego se levantó y fue a otra mesa que había justo en frente, para sentarse junto con otros dos hombres que habían asistido a la escena sin llamar la atención.
Una vez en la calle, a pesar de estar a finales de agosto y de que solo eran las cuatro y media de la tarde, los negros nubarrones hacían que fuera casi de noche. Había andado apenas unos metros desde que salió del bar cuando alguien la agarró del brazo, antes de que pudiera protestar, sintió un leve pinchazo en el costado mientras una voz con acento extranjero que tenía la impresión de haber oído antes le susurraba.
— ¡Silencio! ¡No te gires! ¡Como se te ocurra gritar te rajo aquí mismo! Una furgoneta paró un momento en doble fila y el tipo que tenía a la espalda le dijo que subiera y que no intentara nada.
El corazón de Mónica latía desbocado. Dos enmascarados la ayudaron a subir al interior, le pusieron una capucha negra que le cubrió el rostro, impidiéndole ver nada de lo que pasaba a su alrededor, mientras el vehículo se ponía nuevamente en marcha. Antes de que pudiera reaccionar, la habían tumbado boca abajo en el suelo del vehículo y mientras uno de sus captores le ataba las manos a la espalda, el otro le ponía una mordaza en la boca, luego le volvieron a dar la vuelta. A lo lejos volvió a sentirse el sonido de un trueno, amortiguado por el sonido del motor del coche.
— Ahora escucha atentamente Mónica. Un abogado te ha ofrecido mucho dinero para que quitaras la denuncia de tu novio con todas las garantías y tú te has negado. ¿Es cierto?
Mónica asintió con la cabeza, mientras el corazón se le aceleraba cada vez con más fuerza y se le saltaran las lágrimas de impotencia. La mordaza y la capucha le dificultaban la respiración.
— Muy bien, tranquila, no pasa nada…
Mientras la voz de su captor hablaba, notaba como le desabrochaba la blusa, luego la fría hoja de la navaja le acariciaba el vientre hasta llegar al sujetador, el cual se soltó por la parte de delante dejándole los pechos descubiertos.
— ¿Sabes que tienes una tetas preciosas? Y estas no parecen operadas, te podrías ganar bien la vida.
Mónica gimió asustada mientras intentaba patalear.
— Sssshhh… Tranquila, si prometes hacer lo que te digamos cuando te soltemos y cumples, no te pasará nada.— Dijo la voz acariciándole suavemente los pechos para después bajar, metiendo la mano por debajo de los pantalones.— Ahora, si desobedeces, no dudes que te encontraremos y que pasaremos un buen rato contigo antes de degollarte. ¿Esta claro?
— Yo lo siento por Ramón, pero estoy deseando que desobedezca. ¡Ja! ¡Ja! ¡Ja! — Dijo otra voz de fondo mientras ella asentía obediente.
— Muy bien.— Dijo su captor mientras le volvían a abrochar los botones de la blusa.
La cogieron de los brazos y la sentaron en uno de los asientos de la furgoneta, mientras su captor le decía que lo único que tenía que hacer era quitarle la denuncia a su novio.
El resto del viaje hubo un tenso silencio. Cuando por fin paró la furgoneta, la levantaron del asiento, le quitaron las esposas y la mordaza, para arrojarla fuera del vehículo que inmediatamente después se puso en marcha. Mónica, calló al suelo, sin que le diera tiempo de ver como la furgoneta se alejaba a toda velocidad. Unos metros más adelante en esa misma calle, vio la entrada de la comisaría donde había puesto la denuncia, un par de transeúntes que pasaban por allí en ese momento le preguntaron si se encontraba bien. Ella todavía conmocionada, asintió con la cabeza, una enorme gota de agua le calló en la mejilla. Fue a un bar cercano, mientras empezaba a llover cada vez más fuerte. Entro en los lavabos para recomponerse un poco y se pidió una tila en la barra del bar antes de ir a la comisaría.
Cuando salió del bar, llovía a cantaros, lo cual provocó que su camisa se transparentase dejando ver sus pechos, sin el sujetador, el cual se lo habían quitado sus captores. En la comisaría, nadie se fijó en su estado de ánimo alterado pensando que estaba provocado por la lluvia.
Al salió de allí, fue a toda velocidad a su casa. Al llegar, empapada y aterrorizada, cerró puertas y ventanas y se dio una ducha de dos horas, se sentía sucia y el agua y el gel de baño no lograban quitarle aquella sensación de malestar. Al salir de la ducha, se tomó una aspirina y se metió en la cama, sin hacer ningún caso al teléfono ni al sonido de la tormenta que caía con mucha intensidad en la calle.
Cuando Ramón y Alfonso salieron de la prisión, donde habían estado retenidos, Ivan y el abogado les esperaban en un coche, para conducirlos hasta su jefe, él cual por lo que les dijeron estaba muy enfadado y quería hablar con ellos.
Ramón pensaba que si salía bien parado de aquel asunto, tendría que encontrar la manera de vengarse de Mónica y del entrometido de su vecino…