lunes, 16 de mayo de 2016

EL PELOTÓN.


A continuación la historia escrita para el concurso de relatos breves organizado por el diari de Tarrassa.

Con la vista al frente, en posición de firmes junto a sus compañeros, el joven soldado miraba a los condenados, cabizbajos y maltrechos tras horas de penuria y tortura; el capitán leyó los cargos; al viejo maestro y a su joven hija, de la misma edad que el soldado, se les acusaba de traición, difundiendo ideas subversivas y contrarias al nuevo régimen; junto a ellos un chico de apenas catorce años, el mayor de su clase por sublevarse ante la injusta detención y el padre del muchacho, acusado por intentar atentar con sus propias manos, contra la vida del capitán cuando este ignoró sus suplicas.                                                
─ ¿Un último deseo? ─ preguntó el capitán a los condenados.                          
─ Perdónales a ellos, son muy jóvenes, tienen toda la vida por delante ─ suplicó el maestro, señalando con la cabeza a su hija y a su alumno.                                  
─ Por eso mismo son peligrosos; además, servirán de ejemplo ─ contestó fríamente el militar.                                                                                      
Les vendaron los ojos; el capitán se echó a un lado y el sargento dio la orden de apunten. El soldado empezó a temblar, su corazón latía a toda velocidad y volvió a bajar el fusil; el sargento se acercó a él furioso y empezó a increparle.                                   
─ ¡¿Es que prefiere unirse a ellos?! ─ le gritó señalando a los condenados.            
El soldado con lágrimas en los ojos, tragó saliva y volvió a subir el fusil, el sargento dio media vuelta complacido, pero antes de llegar a su puesto, el soldado desvió el fusil y disparó contra él, que calló en el suelo muerto; el capitán se apresuró a sacar su arma de la cartuchera, pero un certero disparo le dio de lleno en el corazón. El joven soldado miró al compañero que había disparado a su superior, salvándole la vida.                                   
Los demás soldados bajaron las armas, respirando aliviados y soltaron a los cautivos.                                                                                                                                  
─ ¿Por qué? ─ preguntó el viejo maestro.                                                             
─ Si hemos de convertirnos en asesinos, nosotros elegiremos a nuestras víctimas.


Jotacé.

lunes, 9 de mayo de 2016

EL MONSTRUO


(A continuación, el relato que envié al concurso literario organizado por la librería Skalibur, inspirado en uno de los capítulos de Misterios Nocturnos, publicada en este mismo blog).

Carecía de conocimientos informáticos, tampoco navegar por las redes era lo suyo, apretando la tecla equivocada, como si de un virus se tratara, apareció aquella página llena de fotos, con adolescentes, niños y niñas de pálida desnudez, sometidos por perversos adultos. Aquel contenido era ilegal y lo sabía, pero inevitablemente se sintió atraído por aquellas imágenes, que desfilaban en la pantalla de su ordenador. Esa noche en la cama, las turbadoras y excitantes imágenes seguían en su cabeza.              
A la mañana siguiente, desconociendo como trabaja la ley y temiendo ser descubierto por la policía, cogió un martillo de su caja de herramientas y destruyó el ordenador con una rabia inusitada. Algo había cambiado había en él para siempre; aquella fue la primera manifestación del monstruo asta entonces dormido en su interior y aunque intentó volver a su vida normal sin pensar en aquel incidente, al salir a pasear por las tardes, su mirada siempre se detenía en los niños, a la salida de los colegios, o cuando jugaban en el parque, los veía de otra manera; el monstruo estaba ya estaba al acecho y esperaba con hambre para volver manifestarse.           
Esa mañana salió antes del trabajo para  realizar un par de gestiones en el banco; el cielo estaba totalmente encapotado, como oscuro presagio de lo que estaba apunto de ocurrir. Sin pretenderlo se quedó mirando a un grupo de cinco niños de entre doce y trece años, haciendo pellas, sentados en el banco de un parque. Al darse cuenta de su presencia, lejos de asustarse, empezaron a insultarlo, e incluso a tirarle piedras. La rabia le consumía mientras huía a su coche. Dolorido y humillado, llamó al trabajo para decirles que esa tarde iría directo a su casa, alegando encontrarse enfermo. Siguió a los chicos a cierta distancia, siempre encubierto por el anonimato y la seguridad que le daba el interior de su vehículo. Los oscuros nubarrones adelantaron la llegada de la noche y la lluvia que empezó a caer cada vez más intensamente. La gente se retiró pronto a casa y aquel grupo de aprendices de macarras, terminó dispersándose para ir cada uno a su casa. Siguió al que parecía el líder, un chico alto de unos catorce años, con una sudadera roja con la capucha puesta y la cabeza baja para evitar que el agua le entrara en los ojos; apenas vio al hombre esperándolo en la desértica calle.           
Por fin había dejado al monstruo libre y este atacó violentamente al chaval, dejándolo inconsciente; lo maniato y lo metió en el maletero, para llevarlo lejos, a algún lugar donde poder hacerle todas las perversiones inimaginables. Cuando terminó con el chico, lo metió en un gran saco negro como la noche y lo arrojo a un foso preparado para los cimientos de un centro comercial, que se construía en las afueras; nunca lo encontrarían. 
Esa noche el hombre llegó a su casa, cansado, empapado y temblando de frío. Las imágenes volvieron a su cabeza, por un lado tenía una extraña sensación de poder y por otro el pánico de ser descubierto. A la mañana siguiente, nadie se extraño en el trabajo cuando lo vieron aparecer, tosiendo, moqueando y con síntomas de fiebre. “Tendrías que haberte quedado un día más en cama” le dijeron; nunca sospecharon nada.                    
Durante algún tiempo vivió temiendo la visita de la policía y pudo mantener al monstruo encerrado en su jaula mental. Dos años más tarde durante unas vacaciones, se le volvió a presentar una nueva ocasión de dejarlo suelto; lejos de casa, sin ningún conocido cerca, quien sospecharía nada. Siempre había sido capaz de pasar inadvertido ante todos.                           
Poco a poco, a medida que cometía sus crímenes, empezó a sentir más seguridad en si mismo.                                              
Dejaba pasar siempre un tiempo antes de dejar suelto al monstruo, eligiendo a sus víctimas en localidades alejadas de su vivienda y trabajo; adoptando falsas identidades, alquilando coches y buscando las perfectas coartadas, por si algún día se presentaba la policía.                               
Aquella semana era especial, se cumplían cinco años desde el primer asesinato y alegando ir a visitar a un pariente enfermo, en la otra punta del país, consiguió una semana libre. Preparó una de sus falsas identidades y pagando siempre en metálico; un tren le llevó lejos de casa. Alquiló una habitación en una pensión barata donde no harían preguntas y sus preparó sus herramientas habituales, los juguetes con los que tanto disfrutaba el monstruo. Durante toda aquella semana deambulo alrededor de parques y escuelas buscando a la víctima perfecta, pero la semana fue transcurriendo sin la oportunidad esperada. El monstruo atrapado en su interior, rabiaba de impaciencia.                                                 
Para su enorme frustración el penúltimo día de sus improvisadas vacaciones, transcurrió sin ver aparecer a su víctima. Ningún niño parecía haberse escapado del colegio y los padres, esperaban a la salida, siempre pendientes de ellos incluso en los parques permanecían atentos, como presintiendo el acechante peligro. Ni tan siquiera los más mayores estaban solos. El cielo se oscureció precipitando la noche, apenas interrumpida por lejanos relámpagos. Por fin grandes gotas de agua empezaron a caer del cielo, dejando las calles desérticas. El hombre, decepcionado, decidió regresar a la habitación alquilada de su pensión, conteniendo la rabia de su interior. Al pasar por una parada de autobús vio a aquel niño solitario, debía tener unos ocho años, por su tamaño, la capucha de su abrigo rojo, le cubría el rostro. El monstruo dio un frenazo y retrocedió hasta donde estaba el pequeño, abrió la ventanilla del coche y preguntó si estaba solo, el niño asintió. El hombre y el monstruo sonrieron al unísono invitando entrar al pequeño en el vehículo, este encogió los hombros se levantó y entró dócilmente. A todo lo que el hombre le preguntaba el niño siempre contestaba encogiendo los hombros, negando y afirmando con la cabeza gacha, siempre cubierta por su capucha. El hombre alegando conocer un atajo, se alejo de la población, el niño permaneció en silencio, sin moverse ni protestar, aparentemente confiado. Durante toda aquella semana, el monstruo había estudiado el terreno con sumo detenimiento, encontrando el lugar idóneo para su crimen en un ruinoso y abandonado caserón, lejos de miradas indiscretas. Desde que el niño subió al coche, el monstruo ya había puesto el seguro de la puerta para evitar que escapara.                                
Ha llegado la hora de jugar, déjame ver tu angelical rostro ─ dijo el monstruo sonriendo perverso mientras le  quitaba la capucha.                                                                                                       
Un rayo iluminó la noche para dejar ver el rostro pálido de un anciano de más de cien años. La impresión fue demasiado grande para el hombre, por un momento quedó paralizado por el terror. El anciano enano se lanzó sobre su garganta antes de que el trueno resonara, contestando al relámpago.
Satisfecho, aquel extraño ser se retiró un poco y el hombre vio como el rostro anciano se transformaba en la sonrosada y angelical cara del niño que creyó haber recogido.


Jotacé.

domingo, 1 de mayo de 2016

TODA HISTORIA TIENE UN PRINCIPIO.


Este relato fue escrito para el blog, pero al ver un concurso de TVE que pedían relatos con el mismo número de palabras decidí enviarlo, aún sabiendo que por la temática y escenas de sexo, era muy poco probable que ganara algo.

…Y la de Jota, empezó a las doce y un minuto de la madrugada de un lunes uno de enero. La entrada de un nuevo año quedo en segundo plano para sus parientes más próximos; especialmente para sus padres, que recibían con inusitado regocijo y alegría el fin de lo que hasta entonces había sido una tranquila y placentera existencia. Al día siguiente, algunos medios de comunicación se harían eco de aquel primer nacimiento del año, el primero de los mucho que estaban por llegar; pero el origen del nacimiento de Jota, podía estar relacionado con una pregunta, incrustada en el subconsciente de sus padres a base de ser repetida una y otra vez por amigos y familiares desde el mismo día de su boda. “¿Y qué… el niño para cuándo?”                                                      
Aun así, sus padres, decidieron tomarse el tema de la descendencia con mucha calma; su padre delego en su mujer la responsabilidad de tomar precauciones para retrasar el feliz acontecimiento, ella dejaría de tomar la píldora cuando encontraran el momento oportuno, después de todo aún eran jóvenes y tenían toda la vida por delante. Pero ese momento les encontró a ellos; esto sucedió después de una semana especialmente agotadora en sus respectivos trabajos, aquel viernes decidieron tomárselo con calma quedándose en casa y viendo una película de video.                                                              
Cuando su padre llegó aquella tarde, después de tomarse un par de cervezas con sus compañeros de trabajo, encontró a su mujer haciendo algo de limpieza, así que soltó los bártulos y de forma un tanto perezosa empezó a ayudarla, luego la chica se dio una ducha mientras el hombre, encendía la televisión y pedía una pizza para cenar, tardó menos  en llegar el repartidor que la mujer en salir del baño, él fue más rápido. A pesar de estar a principios de abril, por las noches aún refrescaba, razón por la que ambos se pusieron sus esquijamas y se taparon con una manta en el sofá del salón. El olor de la comida se mezcló con el del gel de baño, las cremas suavizantes de ella y el after shave de él.                     
─ ¿No había otra película más animada? Me voy quedar dormido ─ protestó él, al ver que era una comedia romántica de Tom Hanks y Meg Ryan, la pareja de moda por aquel entonces.                                                                                 
─ Me la han recomendado en el trabajo, dicen que es muy divertida. Además, siempre vemos lo que tú quieres y estoy segura de que esta te gustará.                                          
─ Bueno, está bien ─ aceptó él de mala gana.                                                                       Se comieron la pizza remojada con cerveza y luego se arroparon con la manta. Aunque la película le parecía divertida, él entrecerró los ojos y fingió quedarse dormido solo por contradecir a su mujer; pero ella conocía demasiado bien su respiración y sus ronquidos, sonrió, recostándose contra su pecho; él entreabrió los ojos, para volverlos a cerrar corriendo cuando ella se dio cuenta, sonrió pícara y metió una mano en el interior del pantalón del pijama y del calzoncillo, él se incorporó abriendo los ojos de golpe, ella también saco la mano, sobresaltada por la reacción de él.                                                                                
─ ¡¿Pero qué…?!                                                                                                             
─ ¿No estabas dormido? ─ preguntó ella soltando una carcajada.                             
─ ¿Dormido? ¿Yo? Pero que mala eres… ─ él también se echó a reír.                 
Se besaron suavemente en los labios y ella volvió a acurrucarse contra su pecho, arropándose.                                                                                                          
─ Pues vamos a terminar de ver la película ─ susurró ella, soltando un bostezo.                                                                                                                                Ahora fue ella quien se durmió pero de verdad, a él le fue imposible, la broma de hacía un momento había tenido sus consecuencias bajo sus pantalones.                                  
─ ¡Arriba dormilona! Es hora de acostarse.                                                                  
─ No estaba dormida ─ contestó ella abriendo los ojos soñolienta, incorporándose y limpiándose la babilla, a punto de escapársele por la comisura de los labios.                                                                                                               
─ ¿Ah no? ¿Y cómo acaba?                                                                                          
─ Pues… que acaban juntos los dos, claro.                                                                
─ Pues no lista, él muere.                                                                                                   
─ ¡¿Enserio…?! ¡Cabrón! ¡Te estás quedando conmigo!                                         
A ambos les entro la risa. Después de una visita al cuarto de baño, se metieron por fin en la cama; él, cansado y de bajón, le dio la espalda cerrando los ojos, ella se acurrucó contra su espalda.                                                                     
─ Tengo sueño… ─ susurró él, que al sentirla tan cerca volvían a despertársele los instintos.                                                                                              
─ Y yo frío ─ contestó ella metiendo su mano en el interior de su pijama. Él se dio media vuelta y la abrazó, ella le sonrió, se besaron, él metió sus manos por dentro del pijama de ella, con una mano le acariciaba la espalda y con la otra el trasero, metiéndola por debajo de las bragas y entre las piernas.                
─ Espera… esta semana no he tomado la píldora y…                                   
─ Tranquila, seguro que por una vez no pasa nada.                                         
Él sonrió, le sacó el jersey del esquijama y ella hizo lo propio con el de él, se besaron, él bajó hasta el cuello, metiéndose luego bajo el edredón, besándola y acariciando sus suaves y deliciosos pechos, con sabor a crema hidratante, siguió el ombligo, para terminar quitándole el pantalón y las bragas, se las pasó y ella las lanzó contra el suelo, mordiéndose el labio inferior de puro placer;  poco después, la cabeza de él emergió junto a la de ella, con un brazo lanzó sus pantalones al suelo y empezó a penetrarla con movimientos suaves y acompasados, que poco a poco se fueron acelerando.                                            
─ ¿Qué… se te ha pasado el frío…? ─ preguntó él entre gemido y gemido.                                                                                                                      
─ Calla y sigue… ─ contestó ella, agarrándolo del pelo y rodeándolo con brazos y piernas.                                                                                                                   
Llegaron al éxtasis, se besaron sonrientes, el volvió a su lado de la cama y ella dio media vuelta y cerró los ojos con una sonrisa de satisfacción. Tal vez aquel, tampoco fuera el origen de Jota, ya que su padre estaba totalmente desvelado y el miembro más rebelde de su anatomía, seguía firmes y con ganas de seguir dando guerra; ahora fue él, quien se acurrucó contra ella, la beso en el cuello, acariciando el sedoso cuerpo de su mujer, sus pechos y la entrepierna de ella.                                                                                          
─ ¿No decías que estabas cansado y tenías sueño? ─ preguntó ella sonriente.                 
─ Ya no.                                                                                                                  
Bajo el edredón ella abrió sus piernas, enredándolas con las de él que nuevamente la penetra con movimientos acompasados, después ambos se quedaron dormidos, abrazados y aparentemente satisfechos.                         
Pero a lo mejor aquel, tampoco fue el origen de Jota; a la mañana siguiente, tras sentir medio adormilado los movimientos de su mujer en la cama, el hombre terminó despertándose con el sonido de la ducha y decidió entrar para enjabonarle la espalda a su señora y algo más.                                                         
─ ¡Caray…! ¡Pues sí… que estás cachondo esta semana! ─ afirmó ella mientras se apretujaban sus cuerpos bajo el chorro de agua caliente.                      
─ ¡Ha sido una semana muy estresante!                                                                     
Ella apoyaba un pie encima del grifo, teniendo el otro de putillas, agarrándose fuerte contra el cuello y la espada de él, que la alzó, cogiéndola fuertemente del trasero con las dos manos, apoyando la espalda contra el frío mármol de la pared, ella rodeó el cuerpo de él con piernas y brazos para evitar caerse, el sonido del agua disimulaba los suaves gemidos de la pareja.                                   
Minutos después, desayunaban hambrientos y sonrientes en la cocina.             
Unas semanas después, ella empezó a sentir náuseas y mareos matutinos, tras confirmar sus sospechas se lo hizo saber a él, que había achacado el malestar de su mujer a una simple gripe pasajera. Aquello fue inesperado, pero bienvenido y pronto la noticia la supieron familiares y amigos.           
Una decisión que tomaron sus padres antes incluso de saber el sexo de la criatura, fue su nombre, Juan si era niño y María niña, pero el día de su nacimiento, una enfermera les dijo que habían nacido varios Juanes y como el nombre de Mariano les gustaba más bien poco, decidieron ponerle Javier.                 
Años más tarde, en el instituto, coincidió en una misma clase con varios Javieres, con uno de ellos incluso compartía el apellido y así decidió auto apodarse Jota, como el cantante de los planetas.                                                                  
Pasaron todavía más años y Jota ya llevaba un tiempo viviendo con Mónica; cuando después de una dura semana laboral y quedarse dormidos en el sofá, viendo una película romanticona, ya algo más despejados en la cama él decidió entrar en acción.                                                                                                  
─ Hace varios días que no tomo la píldora, pero no creo que pase nada ─ le confesó ella mientras él se ponía en situación.                                                             
─ No te preocupes, yo siempre estoy preparado ─ la tranquilizó él abriendo el cajón de la mesita de noche y sacando un preservativo.                                    
Y es que Jota no se sentía preparado para unas cosas, pero siempre lo estaba preparado para otras.                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                               Jotacé