lunes, 9 de mayo de 2016

EL MONSTRUO


(A continuación, el relato que envié al concurso literario organizado por la librería Skalibur, inspirado en uno de los capítulos de Misterios Nocturnos, publicada en este mismo blog).

Carecía de conocimientos informáticos, tampoco navegar por las redes era lo suyo, apretando la tecla equivocada, como si de un virus se tratara, apareció aquella página llena de fotos, con adolescentes, niños y niñas de pálida desnudez, sometidos por perversos adultos. Aquel contenido era ilegal y lo sabía, pero inevitablemente se sintió atraído por aquellas imágenes, que desfilaban en la pantalla de su ordenador. Esa noche en la cama, las turbadoras y excitantes imágenes seguían en su cabeza.              
A la mañana siguiente, desconociendo como trabaja la ley y temiendo ser descubierto por la policía, cogió un martillo de su caja de herramientas y destruyó el ordenador con una rabia inusitada. Algo había cambiado había en él para siempre; aquella fue la primera manifestación del monstruo asta entonces dormido en su interior y aunque intentó volver a su vida normal sin pensar en aquel incidente, al salir a pasear por las tardes, su mirada siempre se detenía en los niños, a la salida de los colegios, o cuando jugaban en el parque, los veía de otra manera; el monstruo estaba ya estaba al acecho y esperaba con hambre para volver manifestarse.           
Esa mañana salió antes del trabajo para  realizar un par de gestiones en el banco; el cielo estaba totalmente encapotado, como oscuro presagio de lo que estaba apunto de ocurrir. Sin pretenderlo se quedó mirando a un grupo de cinco niños de entre doce y trece años, haciendo pellas, sentados en el banco de un parque. Al darse cuenta de su presencia, lejos de asustarse, empezaron a insultarlo, e incluso a tirarle piedras. La rabia le consumía mientras huía a su coche. Dolorido y humillado, llamó al trabajo para decirles que esa tarde iría directo a su casa, alegando encontrarse enfermo. Siguió a los chicos a cierta distancia, siempre encubierto por el anonimato y la seguridad que le daba el interior de su vehículo. Los oscuros nubarrones adelantaron la llegada de la noche y la lluvia que empezó a caer cada vez más intensamente. La gente se retiró pronto a casa y aquel grupo de aprendices de macarras, terminó dispersándose para ir cada uno a su casa. Siguió al que parecía el líder, un chico alto de unos catorce años, con una sudadera roja con la capucha puesta y la cabeza baja para evitar que el agua le entrara en los ojos; apenas vio al hombre esperándolo en la desértica calle.           
Por fin había dejado al monstruo libre y este atacó violentamente al chaval, dejándolo inconsciente; lo maniato y lo metió en el maletero, para llevarlo lejos, a algún lugar donde poder hacerle todas las perversiones inimaginables. Cuando terminó con el chico, lo metió en un gran saco negro como la noche y lo arrojo a un foso preparado para los cimientos de un centro comercial, que se construía en las afueras; nunca lo encontrarían. 
Esa noche el hombre llegó a su casa, cansado, empapado y temblando de frío. Las imágenes volvieron a su cabeza, por un lado tenía una extraña sensación de poder y por otro el pánico de ser descubierto. A la mañana siguiente, nadie se extraño en el trabajo cuando lo vieron aparecer, tosiendo, moqueando y con síntomas de fiebre. “Tendrías que haberte quedado un día más en cama” le dijeron; nunca sospecharon nada.                    
Durante algún tiempo vivió temiendo la visita de la policía y pudo mantener al monstruo encerrado en su jaula mental. Dos años más tarde durante unas vacaciones, se le volvió a presentar una nueva ocasión de dejarlo suelto; lejos de casa, sin ningún conocido cerca, quien sospecharía nada. Siempre había sido capaz de pasar inadvertido ante todos.                           
Poco a poco, a medida que cometía sus crímenes, empezó a sentir más seguridad en si mismo.                                              
Dejaba pasar siempre un tiempo antes de dejar suelto al monstruo, eligiendo a sus víctimas en localidades alejadas de su vivienda y trabajo; adoptando falsas identidades, alquilando coches y buscando las perfectas coartadas, por si algún día se presentaba la policía.                               
Aquella semana era especial, se cumplían cinco años desde el primer asesinato y alegando ir a visitar a un pariente enfermo, en la otra punta del país, consiguió una semana libre. Preparó una de sus falsas identidades y pagando siempre en metálico; un tren le llevó lejos de casa. Alquiló una habitación en una pensión barata donde no harían preguntas y sus preparó sus herramientas habituales, los juguetes con los que tanto disfrutaba el monstruo. Durante toda aquella semana deambulo alrededor de parques y escuelas buscando a la víctima perfecta, pero la semana fue transcurriendo sin la oportunidad esperada. El monstruo atrapado en su interior, rabiaba de impaciencia.                                                 
Para su enorme frustración el penúltimo día de sus improvisadas vacaciones, transcurrió sin ver aparecer a su víctima. Ningún niño parecía haberse escapado del colegio y los padres, esperaban a la salida, siempre pendientes de ellos incluso en los parques permanecían atentos, como presintiendo el acechante peligro. Ni tan siquiera los más mayores estaban solos. El cielo se oscureció precipitando la noche, apenas interrumpida por lejanos relámpagos. Por fin grandes gotas de agua empezaron a caer del cielo, dejando las calles desérticas. El hombre, decepcionado, decidió regresar a la habitación alquilada de su pensión, conteniendo la rabia de su interior. Al pasar por una parada de autobús vio a aquel niño solitario, debía tener unos ocho años, por su tamaño, la capucha de su abrigo rojo, le cubría el rostro. El monstruo dio un frenazo y retrocedió hasta donde estaba el pequeño, abrió la ventanilla del coche y preguntó si estaba solo, el niño asintió. El hombre y el monstruo sonrieron al unísono invitando entrar al pequeño en el vehículo, este encogió los hombros se levantó y entró dócilmente. A todo lo que el hombre le preguntaba el niño siempre contestaba encogiendo los hombros, negando y afirmando con la cabeza gacha, siempre cubierta por su capucha. El hombre alegando conocer un atajo, se alejo de la población, el niño permaneció en silencio, sin moverse ni protestar, aparentemente confiado. Durante toda aquella semana, el monstruo había estudiado el terreno con sumo detenimiento, encontrando el lugar idóneo para su crimen en un ruinoso y abandonado caserón, lejos de miradas indiscretas. Desde que el niño subió al coche, el monstruo ya había puesto el seguro de la puerta para evitar que escapara.                                
Ha llegado la hora de jugar, déjame ver tu angelical rostro ─ dijo el monstruo sonriendo perverso mientras le  quitaba la capucha.                                                                                                       
Un rayo iluminó la noche para dejar ver el rostro pálido de un anciano de más de cien años. La impresión fue demasiado grande para el hombre, por un momento quedó paralizado por el terror. El anciano enano se lanzó sobre su garganta antes de que el trueno resonara, contestando al relámpago.
Satisfecho, aquel extraño ser se retiró un poco y el hombre vio como el rostro anciano se transformaba en la sonrosada y angelical cara del niño que creyó haber recogido.


Jotacé.

1 comentario:

  1. Hasta los monstruos se confían, y ese será su talón de Aquiles. Yo también me convertiré en un reincidente con tu blog, pero sin bajar la guardia, jeje. Un abrazo!

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