jueves, 9 de junio de 2011

LA HIJA DEL REVERENDO.


Los Ángeles 1951.
Aquella noche, había recibido una llamada de mi última cliente. Quería invitarme a cenar después de haber resuelto su caso, una cosa llevó a la otra y finalmente terminé pasando la noche con ella. La ropa me olía a perfume, alcohol y tabaco, en definitiva una mala combinación de olores si tenías que recibir a un nuevo cliente y más teniendo en cuenta, que el cliente en cuestión era un reverendo de un pequeño pueblo de Wisconsin.
El reverendo, era un tipo de aspecto un tanto siniestro, que a mi, personalmente, me recordaba a Boris Karlof. Era alto, extremadamente delgado, pálido y dudo que su vestimenta negra de cura ayudara a tranquilizar demasiado las almas de su parroquia, allá en Wisconsin.
- Siento el desorden reverendo, pero Hellen, mi secretaria se fue ayer por la tarde, después de dejarme su recado, un tanto indispuesta y hoy no se ha presentado a trabajar.
- Yo lo único que quiero es que encuentre a mi hija, Rebeca. Desde la muerte de mi esposa, que Dios la acoja en su seno, es lo único que tengo. – Dijo el reverendo.
- Necesitare una descripción exacta de la chica y sobre todo una fotografía, lo más reciente posible. ¿Dígame, cuanto hace que se fue?
- Hace dos años… Justo al cumplir los dieciocho.- Dijo sacando una fotografía.
Observe la foto detenidamente, con cierto asombro.
- ¿Ocurre algo? – Dijo el reverendo al ver mi expresión.
- No, solo que me ha recordado a alguien. Dígame donde le puedo localizar y en cuanto sepa algo, me pongo en contacto con usted.
- Desde luego.
El reverendo me dio la dirección del motel donde se hospedaba y yo le pase el presupuesto.
Media hora más tarde me encontraba en la estación de autobuses. Aquel parecía un caso muy sencillo. Allí estaba ella, con su gabardina una gran pamela que la ayudaba a esconder su rostro.
- ¿Creía que estabas enferma Hellen? ¿O debo llamarte Rebeca?
- ¡Dios mío Raimond! Que susto me has dado.
- Siempre supe que ocultabas algo. Dime. ¿Por qué huyes de tu padre?
- Ese cerdo. Siempre abusó de mí. Cuando se lo dije a mi madre, no me creyó. Hasta que un día lo sorprendió, abusando de mi… Ella intentó impedírselo y él le dio una paliza de muerte. Al día siguiente el se disculpó ante las dos, pero poco después, ella se suicidó… El estuvo una temporada tranquilo… Ni me miraba, se pasaba el día rezando. Hasta que una noche volvió a las andadas. Casi llegue a enloquecer. El día que cumplí la mayoría de edad, fue brutal. Al día siguiente salí de allí. ¿Qué piensas hacer?- Dijo todavía con lágrimas en los ojos.
En ese momento como salido del mismísimo infierno, apareció el reverendo.
- Creo que prescindiré de sus servicios.- Dijo agarrando a Hellen por el brazo.- Vamos, nos volvemos a casa.
- ¡Yo no voy a ninguna parte! ¡Raimon, no creí que fueras capaz de traicionarme!
- Y no lo he hecho. Dígame que hace aquí, le dije que ya le llamaría.
- ¿Cree que no reconocí la voz de mi hija al teléfono? La expresión de su rostro, cuando le enseñé la foto me lo confirmó. Luego solo tuve que seguirlo hasta aquí. ¿Además, realmente me hubiera llamado para decirme donde estaba mi hija, si no fue capaz de decírmelo, en cuanto la reconoció?
- Probablemente. Pero eso no hubiera cambiado nada. Su hija es mayor de edad y no tiene que ir con usted si no quiere.
- Se equivoca. Ella es mi hija y me pertenece.- Dijo el reverendo sacando de la levita un revolver. -Y ni usted ni nadie me lo va a impedir.
Hellen se soltó del brazo y forcejeó con su padre. Yo intenté separarlos, pero el arma se disparó hiriendo a Hellen que calló al suelo, en un pie. El reverendo todavía con el revolver en la mano, salio huyendo, pero la policía de la estación no tardó en detenerlo.


Jotacé

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