lunes, 9 de enero de 2012

ANTES DE AMANECER


Los lunes son terribles, sobre todo, los que vienen después de un periodo de fiestas como semana santa, verano o navidades. Pero ese lunes después de reyes, viendo en perspectiva que la fiesta más próxima esta a meses y digo meses de distancia, es tal vez el peor. Para empezar acostumbrado a acostarte tarde, esa noche tienes que forzarte a ir a la cama un poco más temprano. El sueño tarda en llegar, en parte por la falta de costumbre y en parte, por el empacho de comilonas a las que has sometido a tu cuerpo. Cuando por fin parece vencerte el sueño, este apenas dura unos minutos y crees despertarte habiendo dormido toda la noche y esperando a que suene el despertador, así que intentas mantenerte en la cama, a pesar de tener la boca seca y pastosa por la sed. Finalmente, viendo que el despertador no suena, te resignas a encender la luz para asegurarte de que lo pusiste correctamente y entonces ves que ni si quiera es la una de la madrugada y que efectivamente el despertador, está puesto a su hora. Te levantas, vas a la cocina y bebes un baso de agua, saciando tu sed y te vuelves a la cama, que se ha enfriado a una velocidad increíblemente rápida. Nuevamente el sueño tarda en llegar y cuando lo hace, es en forma de extrañas e indigestas pesadillas, que te aran despertar una vez más. A la sequedad de la boca le acompaña esta vez unas ganas tremendas de orinar, así que, cuando te decides a ir al lavabo, comprobando que apenas han pasado un par de horas y queda mucha noche por delante, apenas te remojas un poco la boca para evitar que se te vuelva a llenar la vejiga y así en ese terrible duerme vela transcurre una larga noche, que parece terminar cuando suena el despertador justo en el momento que parecías conciliar el sueño, así que después de parar, ese terrible artilugio, que a simple vista es inofensivo, pero que seguramente debió ser una invención de la santa inquisición, decides quedarte cinco minutos más en la cama, evidentemente, esos cinco minutos se convierten en un cuarto de hora, que te hará saltar de la cama, perdiendo el sueño. Un enjuague rápido de la cara, con agua fría y un café con leche ardiendo, que en el primer sorbo, te quema los labios, la lengua y la garganta; y del que evidentemente te dejas más de la mitad en la pila del fregadero, junto con todos esos platos que quedan pendientes de la cena.
Sales a la calle con un frío que pela y tienes que rascar toda una capa de hielo que se ha formado en el parabrisas del coche, para luego comprobar que te has quedado literalmente sin batería, miras el reloj y piensas que todavía puedes llegar a tiempo de coger el autobús y efectivamente, llegas a tiempo de ver como el transporte público se marcha sin ti y piensas irremediablemente que el universo conspira para que empieces una o dos horas tarde el primer día del resto de tu vida.

Jotacé

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