lunes, 23 de diciembre de 2013

(H.C. 37) UNA NOCHE AGITADA


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El grupo de nativos rebeldes disfrazados de milicianos, llegó a la parte de la ciudad ocupada por el ejército. Toda una manzana, con los edificios más importantes, incluyendo la casa del gobernante y el templo principal de la ciudad, que rendía culto a los dioses de las estrellas. También las calles que daban acceso a estos edificios fueron tomadas, de tal manera que los vecinos que vivían en esa zona, necesitaban de un permiso especial para poder entrar en sus casas. Los falsos prisioneros fueron enviados a unos insalubres calabozos que había bajo tierra, Kina tuvo que vestirse como un nativo macho para poder mantenerse con el grupo, allí para su pesar, cogerían el aspecto de auténticos esclavos. 
Remcho, junto con el resto de falsos soldados fueron alojados en uno de los edificios que servía de lugar de descanso para las tropas. Los animales en las cuadras y los carros, tanto el que llevaba a los esclavos como el que servía de escondite a Hugo y a Robert, se quedaron en un patio interior, junto con otros carros pertenecientes a la milicia, entre ellos alguno de esos nuevos aparatos a motor, que podían andar sin ningún animal, aportados por “la sabiduría” de los dioses de las estrellas. 
 Ya era noche cerrada, cuando Remcho se metió en el oscuro carromato, donde lo esperaban sus dioses. Hugo intentaba dormir bajo el incomodo interior del doble fondo, pero Robert permanecía despierto. Sin ninguna luz, parecía capaz de verlo todo y ayudó a subir a Remcho en el interior y acomodarse. Hugo al escuchar la llegada de Remcho, salió del escondite y se acomodó con sus compañeros. 
 - Hay dioses en la ciudad… y por lo que me han dicho son como vosotros, aunque a veces usan extrañas ropas o armaduras que les hacen parecer tan altos como nosotros. Están refugiados en el edificio más alto y dicen que pronto llegarán más tropas de las minas, donde son entrenados los soldados. 
- Es evidente que se están preparando para una ofensiva contra los rebeldes de las montañas, esta noche intentaré averiguar algo más, ven a verme antes del alba, por la mañana tendrás que enviar a alguien, para que avise de lo que pasa a los rebeldes de las montañas- dijo Robert. 
 - Ya tengo a un par de nuestros hombres seleccionados para dicha misión, saldrán al amanecer en misión especial. Ahora he de volver o sospecharán. 
Remcho se aseguró de que los guardias miraban para otro lado antes de salir del carromato en dirección al cuerpo de guardia. 
- ¡Joder, que ganas de salir de este ataúd y estirar las piernas un rato!- dijo Hugo intentando incorporarse en el poco espacio que ofrecía el carromato. 
 - Con suerte, mañana atravesaremos la ciudad y estaremos a salvo. Ya queda poco para llegar a nuestro destino. 
- Si, si, lo se. 
- Será mejor que vuelvas al escondite y trates de dormir un poco. Yo iré a ver si localizo a esos… “dioses” quiero saber que aspecto tienen. 
- Robert, si te descubren estaremos perdidos, la misión estará perdida. 
El robot sonrió, mientras el color de su piel se oscureció a un marrón tan oscuro que parecía negro y se desnudó quedándose dejando tan solo con la ropa interior negra, con aquel aspecto, sus movimientos ágiles y silenciosos de felino y ayudado por su visión robótica, que le permitía ver como a plena luz del día, era totalmente invisible en la oscuridad de la noche. Tapó a Hugo en el interior de su escondite y luego salió, encaramándose de un salto en la fachada del edificio, que escaló sin ninguna dificultad. Saltó de tejado en tejado, de ventana en ventana hasta llegar al lugar que le interesaba, una habitación cuyos muebles y decoración eran de proporciones humanas. Sus dedos, fuertes como garfios, podían mantenerlo allí suspendido en el vacío durante horas si era preciso. Por suerte, pronto se abrió la gran puerta de la habitación y entraron en ella dos humanos, uno negro, alto, con aspecto feroz y una mujer, blanca, morena, atractiva, eran Tigre y Norma. Llevaban puestas armaduras robóticas, que les hacían más altos incluso que a los nativos del planeta, lo cual hacía que sus cabezas parecieran desproporcionadas. Tras cerrar la puerta de la habitación, las armaduras se encogieron hasta la altura humana y sus ocupantes pudieron salir para estirar sus auténticas articulaciones. Se sentaron en una mesa con llena de comida local, tanto carne como fruta fresca, a su disposición. 
 - ¡Odio todo esto! ¡Mi lugar está a bordo del Tortuga!- dijo Norma. 
- ¡Si no hubieras traído en su día al espía! 
- Lo hecho, hecho está. Además, conseguimos deshacernos del Colón y ahora es poco probable que vuelvan nuevamente aquí. 
 - Yo no estaría tan seguro. Además está el tema de esos rebeldes, es evidente que comandados por los náufragos. Ahora nuestros espías se empeñan en decir que solo hay un humano y que los otros dos dioses son nativos, eso increíblemente impulsa a más nativos a revelarse contra nosotros, supongo que es más sencillo aceptar como dios a alguien de tu propia especie. 
 -Además, siempre están cambiando de escondite, hay rumores que dicen que se están acercando. 
- A Dios no parece disgustarle esta situación, más bien diría que le divierte. ¡Ese bíraro loco e hijo de puta! Si al menos me dejara arrasar todo el territorio, terminaría con la amenaza de esos dioses libertadores. Norma se levantó de la mesa y empezó a masajear la espalda de Tigre. 
 - Yo no estaría tan segura de que se acabara el problema, los nativos tienen que ver a estos dioses muertos y humillados, solo así conseguiremos quitarles la esperanza de libertad a estos salvajes. 
 - ¿En serió? En la Tierra todavía quedan algunos cristianos venerando a un tipo que se dejó torturar y humillar por sus enemigos hace casi tres mil años- se burló Tigre. 
Mientras estaba allí encaramado, una de las ideas que se le pasó a Robert por la cabeza fue la de liquidar a los humanos y suplantarlos, pero apenas tardo una milésima de segundo en descartarla. En el carromato Hugo consiguió por fin mantener los ojos cerrados, ahora que estaba más a sus anchas. Durante aquel largo viaje, se veía forzado a salir tan solo por las noches para estirar sus doloridos miembros o hacer sus necesidades más grandes, durante el día procuraba dormir y lo único que se permitía aparte de comer y beber, era orinar en una vasija de barro. Pero en aquella ciudad, dominada por los soldados enemigos, ni si quiera podía arriesgarse a salir por la noche. 
De pronto unas voces nativas lo sacaron de aquel estado de vigilia. Si los habían descubierto, ya fuera por la insensatez de Robert o por que alguien los hubiera delatado a él, le era imposible huir. Las dos voces hablaban en susurros, a través de las tablas de su escondite vio la luz de una linterna de gas, iluminando el interior del carro y como entraba lo que parecía un soldado. 
 - Este parece el sitio perfecto- dijo ayudando a subir a su compañero, que parecía una hembra. 
- Está bien, pero será mejor que apagues eso o nos descubrirán- dijo la nativa, siempre en susurros. 
 Apagaron la linterna, quedando el interior nuevamente a oscuras, pero Hugo enseguida adivinó las auténticas intenciones de sus nuevos vecinos, tanto por la conversación, como por el velado ruido que hicieron al desnudarse y las igualmente agitas respiraciones, seguidas de tímidos gemidos, alguna que otra risita de uno u otro, acompañados del suave balanceo que produjeron en el carromato, que parecía mecerse con las convulsiones de sus dos imprevistos visitantes. Poco después, volvieron a encender la linterna, para poder encontrar su ropa y Hugo vio como aquellos dos seres, se vestían entre silenciosas risas, a toda velocidad. Una vez terminaron volvieron a apagar la linterna. 
- Parece que no hay nadie a la vista. ¡Vamos salgamos de aquí!- dijo el soldado. 
Hugo notó como bajaban del carro, para después alejarse tan silenciosamente como habían venido, pero enseguida el carromato empezó nuevamente a moverse y la trampilla del escondite se abrió, la mano de Robert le tapó la boca, para evitar que hiciera ruido. 
 - Tranquilo soy yo- dijo el robot- he tenido que esperar a que esos dos terminaran lo suyo para poder entrar. Ya, una vez en el escondite, Robert le contó lo que había visto en la habitación de los dos “dioses” humanos. 
 - Por lo que me cuentas, a esos dos los conozco, son Norma y Tigre- dijo Hugo. 

Jotacé.

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