miércoles, 7 de enero de 2015

(D. F. 29) REGRESO AL REFUGIO


A pesar de la visión infrarroja de su máscara de supervivencia, la copiosa lluvia apenas dejaba ver a Arturo, que tembloroso atravesaba el puente colgante, fabricado con los restos de carcasas y chapas cada vez más oxidadas, deterioradas y lleno de huecos por los que apunto estuvo de caer en varias ocasiones. Sus brazos le dolían por la fuerza con la que agarraba las lianas y cuando por fin llego al otro lado, las piernas le temblaban. Nunca debió salir de la ciudad subterránea arrastrando a la perdición al resto de la expedición, pero ya era demasiado tarde para lamentaciones y la única esperanza que le quedaba, era llegar a su antiguo refugio antes de que cesara la lluvia ácida y todas aquellas criaturas que poco a poco se estaban adaptando a aquel mundo apocalíptico, surgieran sedientos de sangre.                                 
El cansancio y el mismo miedo le impedían correr o andar más rápido de lo deseado, en varias ocasiones se vio obligado a parar y tomar un poco de ese aire reciclado que le llegaba a través del dispositivo de su máscara.                                  
A medida que se acercaba a la que tan solo unos veinte o treinta años atrás fuera una urbanización de lujo junto al mar, con playas privadas y puertos deportivos, la vegetación mutante, igual que el resto de la vida del planeta; se fue haciendo más visible entre aquellos altos edificios, desde los que acechaban los mismos mutantes,  con los que se encontró, cuando se decidió a salir de su refugio. Vio la boca del metro en la que cayó y en la que fue encontrado por los habitantes de la ciudad subterránea. Siguió andando, dejando aquella zona atrás, y por fin llego a la zona más exclusiva de la ciudad compuesta de aquellos chalets de lujo pegados a la playa, tanto que algunos, los más próximos, estaban casi totalmente inundados por la contaminada agua del mar, por suerte, su casa estaba lo suficientemente alejada. La lluvia estaba cesando y la oscuridad era casi absoluta, Arturo sacó su arma de la funda, su mano temblaba, igual que el resto de su cuerpo. Entró en las ruinas de lo que antaño fuera su vivienda. Pisó los cascotes y los restos de aquellos ostentosos muebles y adornos que antaño la decoraron, entró por el hueco que ocupara la puerta del sótano. Bajó las ruinosas escaleras, al fondo, en el suelo otra puerta a la que solo se podía acceder tecleando una contraseña. Tras aquella puerta, un profundo pozo, iluminado por unas bombillas que se habían encendido al abrir la escotilla. Bajó por unas empinadas escaleras, tras cerrar la escotilla, solo entonces empezó a sentirse por fin a salvo. Cuando llegó al final abrió otra puerta con la misma contraseña, en su interior había pequeña sala de descontaminación. Se lavó con su traje y sus pertenencias en una pequeña ducha, restregándose todo para sacar cualquier residuo que pudiera llevar consigo. Se desprendió del ajustado traje, quedándose totalmente desnudo, luego se colgó su mochila al hombro con las pocas provisiones que traídas de la ciudad subterránea, a la que dudaba mucho tener el valor suficiente para regresar. Nuevamente la contraseña en la última puerta de su refugio, un lugar inmenso, réplica de la mansión exterior, donde enormes fotografías sustituían al los ventanales del exterior. Al fondo una gran pantalla de televisión en aquel momento apagada. A pesar del lujo de Aquila vivienda subterránea, todo estaba desordenado, los desperdicios, la suciedad y los años de dejadez por parte de sus habitantes se hacía notar por doquier. Dejó la mochila en un rincón. Fue a una caja fuerte que abrió con la misma contraseña de siempre para asegurarse de que su contenido seguía intacto, la cerró y busco a su hermana Adriana, a la que encontró con suma facilidad, estaba en el mismo sitio donde la vio por última vez, en el dormitorio, tumbada sobre la cama.        
─ Ya he vuelto ─ dijo                                                                                          
La figura, permaneció silenciosa y quieta, indiferente a la presencia del recién llegado.                                                                                                                                                                                                                                                                    Jotacé.    

2 comentarios:

  1. Huyó, los dejó a quienes lo habían rescatado a su suerte. Incluso a aquella mujer que lo recibió con sensualidad.
    Y ahora vuelve a su refugio, sin intenciones de ayudarlos.
    ¿Quien será el otro ocupante?

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