sábado, 31 de julio de 2010

(R.F.13) UNA NUEVA RELACIÓN



Al día siguiente del encuentro con Iván, cuando Mónica salio del trabajo, esta vez en el horario de siempre y con el resto de sus compañeros. Apunto de irse a la parada del autobús como cada día, cuando una voz a su espalda la hizo pararse en seco.
— ¿Necesitas que te acerque a tu casa?— Preguntó Luis, que estaba apoyado en su flamante coche deportivo, aparcado en doble fila, que parecía estar esperándola.
— ¿Qué hace aquí?— Dijo Mónica sorprendida.
— Esperarte para asegurarme de que llegas bien a tu casa. Mónica fue hacia él.
— Oiga Don Luis. Le agradezco que ayer me ayudara con aquel individuo. Pero, de momento no creo que necesite escolta.
— Bueno, aparte de eso, ayer disfruté mucho de tu compañía y…
— Oiga, no se lo que pretende, pero como ya le dije ayer que acabo de salir de una relación bastante tormentosa y prefiero estar sola de momento.
— De acuerdo, pero antes de irte escúchame un momento. Primero deja de llamarme de usted, no soy tan viejo; segundo solo quiero ser tu amigo y tercero, si tanto te molesta, me voy y en paz.
— De acuerdo, pues entonces adiós.— Dijo Mónica dando media vuelta y yendo a la parada del autobús.
— ¿Ya esta? ¿Eso es todo?— Dijo Luis viendo como Mónica se alejaba.
Ella siguió su camino si hacerle el más mínimo caso. Luis subió en su coche y lo aparcó también en doble fila, cerca de la parada del autobús donde esperaba Mónica. Cuando llegó el autobús, Luis lo estuvo siguiendo hasta que paró cerca de la casa de Mónica, luego la siguió hasta que entró en el portal.
Ella que en todo momento se dio cuenta de que él la seguía, antes de subir a su casa se asomo un momento al portal, para ver como Luis daba media vuelta y se iba en dirección contraria.
La cosa se repitió durante los dos días siguientes. El viernes cuando salio del trabajo se fue directa hacia él.
— Mire Don Luis, si continua siguiéndome, le denunciaré por acoso.
— ¿A quién, a mí? Vamos Mónica, sabes que sería incapaz de hacerte daño. Además el hecho de que sigamos el mismo camino puede ser una mera coincidencia. Pero te propongo un trato. Tú me acompañas a cenar esta noche y si después de eso no quieres nada más conmigo yo dejo de seguirte, si no aceptas estaré aquí como todos los días, y no me importa que llames a la policía. Además tengo amigos que pertenecen al cuerpo.
Mónica respiró con resignación.
— Supongo que no tengo elección.
— No.
— Está bien, pues ya que esta noche vamos a cenar juntos, supongo que no te importará acercarme a mi casa, ya que te sabes el camino.
Luis le abrió la puerta del coche sonriendo.
— Ya veras como no te arrepientes.
Esa noche, la cena fue bastante agradable. Para empezar la llevó a uno de esos restaurantes con barias estrellas michelín en su currículum, durante la cena estuvieron hablando largo y tendido, él le preguntó si le gustaba el teatro, ella le dijo que si, pero que pocas veces tenía la oportunidad de ir, casualmente, Luis tenía entradas para el teatro esa misma noche. Finalmente fueron de copas a uno de los locales más pijos de la capital. Lo cierto es que hacía mucho tiempo que ella no se lo pasaba tan bien con un hombre, ni siquiera con Ramón antes de saber quien era realmente.
Cuando llegaron a su casa, ella estuvo apunto de invitarlo a subir, pero se abstuvo.
— Entonces… ¿Qué?
— Adivínalo tú.— Contestó ella dándole un beso en los labios.
Fue a la puerta con él siguiéndola a cierta distancia, abrió, entró, dio media vuelta y le dio a Luis que venía detrás, un suave empujón hacia fuera.
— Todavía no campeón, otro día.— Dijo guiñándole un ojo y cerrando seguidamente la puerta mientras él se marchaba algo decepcionado.
Apoyada en la puerta estuvo apunto de volver a abrir. Pero se decidió tarde. El sonido del motor del coche fue el resorte que la hizo reaccionar, pero cuando volvió a salir, el deportivo ya se alejaba a toda velocidad.
En todo el interminable fin de semana, estuvo pensando en la oportunidad perdida, pero a Luis parecía que se lo hubiera tragado la tierra.
Cuando el lunes volvió al trabajo todo parecía que había vuelto a la normalidad, hasta que terminó y lo vio allí plantado como había echo la semana anterior. Fue hacia él y lo besó.
— ¿Dónde te habías metido?
— Bueno, no me dejaste muy claro que era lo que querías, así que…
— Anda llévame a casa.— Dijo ella subiéndose en el deportivo de Luis.
Esa misma tarde hicieron el amor y durante las semanas siguientes, todo fueron viajes de fin de semana y regalos que iban desde cajas de bombones, ramos de flores y osos de peluche a caros colgantes, pulseras y alguna que otra sortija. Ningún hombre la mimado tanto como Luis. Lo único extraño es que nunca iban a la casa de él. Evidentemente debía de estar casado.
— Si y no.— Le dijo Luis cuando ella le preguntó.— Estamos en proceso de separación y las cosas están un poco tensas, por suerte, la casa es lo suficientemente grande para convivir sin estorbarnos mucho hasta que nuestra situación se resuelva definitivamente.
Pero hubo una tarde que él le dijo que aquel fin de semana tenía un viaje de negocios y que tendría que ir solo en aquella ocasión.
— Voy a darme una ducha.— Dijo Mónica levantándose desnuda y dirigiéndose al cuarto de baño.
El se levantó, con la intención de seguirla.
— Si no te importa, hoy preferiría ducharme sola.
Era evidente que Mónica se había enfadado y que tal vez pensaba que las cosas entre él y su mujer iban mejor de lo que él le había dicho, lo cierto es que cualquiera sabía lo que pasaba por la cabeza de una mujer.
Luis había empezado a vestirse, cuando sonó el timbre de la puerta, Mónica probablemente ni lo había escuchado con el sonido del agua. Cuando abrió la puerta, al otro lado había un chico joven, más o menos de la misma edad de Mónica, que se quedó bastante sorprendido al verlo, antes de hablar, miró el número que había encima del marco de la puerta.
— Es… está Mónica.
— Está en la ducha, saldrá de aquí un rato.
— Bueno, dígale que soy Jota… Su vecino de arriba. Que ya he vuelto y… que si necesita algo, ya sabe donde encontrarme.
— Vale, ya se lo diré.— Dijo Luis cerrándole la puerta en las narices al pobre Jota.
En ese momento salió Mónica del cuarto de baño.
— ¿Han llamado a la puerta? Me ha parecido sentirla.
— Una vecina.
— ¿Una vecina? ¿Qué quería?
— Sal, le he dicho que no teníamos.
— Seguramente era Maruja, la portera. Es una cotilla.
Mónica entró en el dormitorio, cerrando la puerta a su espalda y Luis cogió el teléfono móvil y salió al balcón ha hablar.

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