lunes, 21 de febrero de 2011

KONDENADOS EN LA KASA OKUPADA


Desperté como cada noche, sobresaltado por el ruido que estaba haciendo un intruso en la casa. Pero había algo más, lo que sonaba era una música, muy ruidosa, diabólica, nunca había oído nada igual. También se oían risas y gritos, cogí la pistola que Isabel había dejado encima de la mesita de noche. En una esquina de la habitación, retozando sobre un viejo colchón raído, habían dos chicos jóvenes, ambos con un extraño peinado, como si se hubieran puesto una fregona en la cabeza, era difícil distinguir al chico de la chica si no fuera por que los dos estaban completamente desnudos. Me acerqué a ellos apuntándoles con el arma, la chica gritó.
- ¡Ey tío, lárgate! ¡Estamos echando un polvo!- Dijo el chico.
Una voz gritó mi nombre en el salón. Salí de la habitación y bajé las escaleras, la casa estaba llena de jóvenes andrajosos a los que costaba tanto distinguirlos como a los dos chicos que había dejado arriba fornicando.
Abajo, entre la extraña cortina de humo de los cigarrillos de los chicos, me esperaba como cada noche él. Todo a nuestro alrededor había desaparecido y la casa volvió a ser la de siempre. Los dos interpretamos nuestros papeles. “¿Qué haces aquí?” Le pregunté. “He venido a matarte”
Nos apuntamos con nuestras pistolas y disparamos. Caí muerto al igual que el. ¿Pero como morir cuando estas muerto? Eso me hizo volver a la realidad. Los jóvenes que habían sido los involuntarios espectadores de nuestra tragedia, lejos de asustarse y salir corriendo o enloquecer, aplaudieron. Me levanté al igual que mi eterno rival totalmente ensangrentado. Nos miramos estupefactos sin saber que hacer. Uno de los jóvenes se nos acercó.
- ¡Tíos ha sido genial! ¡¿Vosotros también sabéis la leyenda?!
- ¿Leyenda? ¿Qué leyenda?- Preguntó una chica.
A nuestro alrededor se había formado todo un grupo de jóvenes.
- Mi abuelo me contó una vez, que hace cincuenta años, aquí vivió un matrimonio, la mujer del pavo, le puso los cuernos con su mejor amigo y luego los enredó para que se mataran el uno al otro. Se quedó con la pasta y no se supo más de ella. En cuando a los dos pringados aquellos, dicen que se escuchan ruidos por las noches y que por eso no vive aquí nadie.
- A mi esas cosas me dan mucho respeto.- Dijo otra chica.
- ¡No le hagas caso, se está quedando con nosotros!- Dijo otro chico. Pronto el grupo se disolvió y todos aquellos jóvenes siguieron con la fiesta como si no existiéramos.
- ¿Enserio pasó eso?- Me preguntó mi rival estupefacto.
- Lo he olvidado. Lo único que sé es que estoy cansado y esta no se parece a la casa donde vivía.
Nos sentamos en un rincón a reflexionar y hablar de los viejos tiempos, pasando totalmente desapercibidos para el resto de la gente, y llegamos a la conclusión de que no valía la pena seguir con aquella farsa que habíamos mantenido durante tanto tiempo. Al amanecer nos disolvimos como el humo de los cigarrillos que habían estado fumando durante toda la noche.

J.C.

No hay comentarios:

Publicar un comentario