El monstruo apareció de
repente y con la fuerza de un proyectil, abrió su inmensa boca e
embistió la pequeña e insumergible balsa, que enseguida reapareció
otra vez en la superficie. Los proyectiles que le lanzaron aquellas
criaturas desde su primitiva embarcación, fallaron en su objetivo,
enfureciendo todavía más a la bestia, que viendo la inutilidad de
atacar la pequeña balsa, se lanzó hacia ellos.
- Cuando os
diga, quitáis el techo protector- dijo Hugo cogiendo un arma de
largo alcance y apuntando a la imagen holográfica del monstruo.-
¡Ahora!
Robert apretó los mandos y una gran ola entró en
la pequeña embarcación, aún así, Hugo acostumbrado a las agitadas
batallas espaciales, siguió apuntando al blanco sin perderlo de
vista y disparó. El monstruo se giró todavía más enfurecido pero
esta vez, Hugo consiguió darle en el ojo derecho de la bestia, que
dando un gran espasmo se paralizó, tiñendo el mar de un rojo
intenso. Los extraños humanoides de más de dos metros de altura y
de un verde oscuro y aceitunado empezaron a gritar, alzando los
brazos y lanzando garfios atados a cabos para acercar la balsa e
invitar a sus ocupantes a subir a la primitiva pero estable
embarcación.
- No se como deberíamos tomarnos esto – dijo
Robert
- En cualquier caso, si nos buscan los piratas, será mejor
deshacernos de la balsa – dijo la capitán Otomo.- Pon la
autodestrucción de la balsa para dentro de diez minutos.
Algunos minutos más tarde, la pequeña embarcación
salvavidas, desaparecía en el mar sin dejar rastro.
Aquellas
criaturas que habían atado a la bestia en el barco, ahora se
dedicaban a despedazarla en trozos para poder subirlos a bordo.
- Será mejor que nos pongamos a cubierto- dijo Robert,
alzando la vista al cielo.
Aunque ni Hugo ni Yumy,
vieron nada en un primer momento, el ruido de los motores de alguna
nave no tardó en irrumpir en las alturas. Los marinos nativos del
barco detuvieron su trabajo y miraron al cielo para ver a la extraña
criatura voladora que sobrevolaba ruidosamente la embarcación.
Enseguida pasó el peligro y el jefe de los nativos tomó aquello
como una buena señal, adoptando a los extraños por dioses o
enviados de los dioses a los que les ofrecieron el corazón de la
bestia marina. Los tres supervivientes miraron aquella ofrenda con
cierta repugnancia, fue Robert el que tomó la iniciativa, Hugo y
Yumy, tuvieron que seguir su ejemplo, para no ofender a sus
anfitriones. Otras dos naves piratas volvieron a sobrevolar la
embarcación, durante aquel día.
A kilómetros de allí, una
inmensa muralla rodeaba un pequeño poblado nativo, que estaba a los
pies de una montaña, coronada por un castillo. En el interior de la
montaña se encuentra un enorme hangar secreto donde se esconden las
naves piratas y contrabandistas y más abajo las minas de “ambrosío”,
el mineral más valioso de la galaxia. Los piratas espaciales, ahora
tomados por dioses, habían convertido a los habitantes nativos de
aquel lugar, en esclavos a los que obligaban a extraer el mineral de
la montaña, pero el poder de los piratas se extiende más allá de
las murallas que rodean las minas y otros esclavos, se afanan en
cultivar y criar ganado para los trabajadores mineros.
Las primeras estrellas surgen en el cielo, los pocos robots que
hay en las minas, ayudados por algunos esclavos, se afanan en recoger
todo rastro de tecnología que pueda ser detectada por algún crucero
de la alianza planetaria y meterlo todo en las naves. Solo las
pequeñas armas de los guardias, indetectables desde el espacio se
quedaran para preservar las minas de una posible rebelión de los
nativos, aprovechando la ausencia de sus amos. Desde una de las
almenas más altas del castillo, Dios contempla sus dominios.
Evidentemente “Dios” era el apodo que los piratas le habían
puesto a su jefe, ya que para muchos de ellos les era imposible
pronunciar su auténtico nombre. Dios era un bíraro, de piel pálida
con sus plumas de colores en vez de pelo, esas aterradoras garras en
vez de manos y su afilado y dentado pico que inspiraba terror, tanto
a sus subordinados, como a sus “esclavos” nativos. Se paseaba de
un lado a otro observando la frenética actividad que se desarrollaba
a su alrededor, con los preparativos para la evacuación temporal de
la base terrestre. Solo se quedaría un pequeño grupo, para vigilar
a los nativos. En su ausencia Dios, había tenido que elegir a
alguien que le sustituyera y aunque prefería elegir a uno de su
propia especie, para dicha tarea, sabía que eso abría ocasionado
las protestas del resto de invasores pirata que poblaban la colonia,
aunque por miedo y superstición, habían nativos que le eran más
fieles que sus propios subordinados, poner a uno al mando, era como
quitarle la divinidad al resto de invasores, así que quedaban
descartados. Los moutones que apenas medían poco más de un metro,
eran demasiado bajos para imponer el suficiente respeto. Los
“cubiertos”, que casi siempre estaban en la zona que habitaban en
el interior de la mina o en sus naves y las pocas veces que se les
podía ver, estaban cubiertos por sus trajes protectores, que
ocultaban incluso su rostro, aún sin dar motivos para ello, causaban
un temor en los nativos, mayor del que podía imponer el propio Dios.
Por desgracia la población en la colonia de aquellos misteriosos
seres era muy pequeña y ninguno permanecería en el planeta. El
elegido para sustituir a Dios en su ausencia, sería un humano al que
los suyos llamaban Tigre. Todos los humanos se parecían entre ellos,
para el resto de razas, habiendo pequeños matices que apenas podían
diferenciarlos, como pasaba con el resto de razas alienígenas,
matices como el tamaño y quizá el color de la piel, si eras de una
especie capaz de distinguir los colores. Tigre tenía un cuerpo
estilizado, más alto y fibroso que la mayoría de los suyos y su
piel era de un color marrón oscuro casi negro, imponía respeto
incluso en los que eran de otras especies más altos que los humanos
y si se lo proponía, su crueldad podía rivalizar incluso con la del
propio Dios.
- ¿Han vuelto las naves de reconocimiento? ¿Hay
algún rastro de supervivientes? – preguntó Dios a su
subordinado.
- Las naves han vuelto ya y no, no hay rastro de
supervivientes, aunque eso no significa nada. De todas maneras aunque
los hubiera dudo mucho que pudieran hacer algo contra nosotros -
respondió Tigre.
- Está bien, partiremos a media noche. En
nuestra ausencia, mantén los ojos bien abiertos. Tigre se
inclino, saludando a su subordinado y luego se marchó para seguir
supervisando los preparativos.
Desde el lugar donde
Hansel esperaba el rescate de la alianza planetaria, pudo ver a lo
lejos, como las naves piratas evacuaban el planeta, hacia un nuevo
escondite en el espacio hasta que pasara el peligro de ser
descubiertos.
También desde el
barco, donde se encontraban los supervivientes del Cristóbal Colón,
a kilómetros de distancia y donde la noche, apenas estaba empezando,
todos divisaron en el lejano horizonte, la extraña lluvia de
estrellas que parecía ascender hacia el cielo.
- Si vamos
hacia allí puede que nos espere una muerte segura, pero también, la
única esperanza de salir de este planeta- dijo la capitán Otomo.
Jotacé
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