lunes, 6 de agosto de 2012

(L.P. 15) DEPREDADOR AL ACECHO

Vicente trabajó todo el fin de semana sin parar, a base de estimulantes y con la única compañía de las visiones de su padre muerto, que aunque intentara ignorarlo, seguía sintiendo su presencia, hablándole y diciéndole en todo momento todos los fallos que cometía y como tenía que hacer las cosas, lo peor era que no podía matarlo, ya lo había echo una vez, aunque su intención era más la de hacerlo callar dándole un trágico empujón, el hombre habría podido sobrevivir, si él hubiera llamado en ese momento a una ambulancia, en vez de quedarse mirando como desangraba y agonizaba en el suelo hasta varios minutos después de su muerte. Todos creyeron que fue un accidente y nadie sospechó lo contrario.
Cuando se hizo a la idea de que estaba totalmente muerto, entró en el despacho de la chatarrería y comenzó a marcar el número de urgencias, ahí fue donde se le apareció por primera vez.
- Ahora llamas ¿No? ¡Cuando ya me he muerto!
Vicente se giró asustado, con el teléfono en la mano para ver al espectro de su padre, igual que siempre, al lado suyo y recriminándolo por hacer mal las cosas. Vicente corrió hasta el cadáver y lo miró, allí tendido en el suelo y el espectro a su lado, riéndose de él.
 - No creas que te vas a librar de mí, tan fácilmente – le dijo
 - ¡Ya veo que no!- dijo tentado de pegarle una patada al cadáver.
- ¡Vamos hazlo! ¡Pega a mi cuerpo muerto si te atreves! Total a mi ya no me afecta y así la policía verá que no ha sido un accidente! ¡Hijo de la gran puta!
 - ¡¡¡AAAAAAhhh!!! ¡Cállate ya!- gritó Vicente corriendo hacia el despacho de la chatarrería.
Todos creyeron que estaba afectado por la muerte de su padre, pero por lo único que le afectaba realmente, era que desde que estaba muerto lo incordiaba incluso más que antes y su único consuelo era que solo le podía atacar con palabras y no pegándole como había hecho en vida. Además desde entonces sintió una extraña atracción por la muerte ajena, era como si hubiera encontrado algo que se le daba bien y cada vez se lo montaba mejor. Pero necesitaba poder ver el dolor de la gente desde un punto de vista más cercano, por eso había fabricado aquel zulo, donde podrá continuar su trabajo tranquilamente. Aquel domingo se acostó agotado y durmió profundamente, hasta que al día siguiente le llamaron por teléfono, eran ya las diez de la mañana y se había quedado profundamente dormido. Nada más colgar el teléfono, ya estaba allí su padre.
- ¡Vamos Gandul! ¡Todavía nos arruinaras el negocio de toda la vida!
- ¿Y a ti qué te importa? Estás muerto.
Aquel lunes abrió tarde la chatarrería y cerró pronto el negocio a pesar de las reticencias del difunto al que había aprendido a ignorar. Estaba impaciente por estrenar el zulo. Durante las horas que la chatarrería había permanecido abierta, él colocó un aparato de radio a toda potencia en su interior, para comprobar que estaba totalmente insonorizado y ningún sonido escapaba de su escondite, al igual que tampoco escaparían sus víctimas. Desde que Elena, lo visito en la chatarrería, investigando la muerte de su novio, Vicente estaba obsesionado con aquella chica. Ella, sin saberlo lo estaba buscando a él, pero era él quien la encontró a ella. Si tanto echaba de menos a su novio muerto, haría que volvieran a reunirse en el otro barrio. Pero claro, eso tenía un precio, una muerte lenta y dolorosa. Ya tenía ganas de oír sus gritos. El día que Elena lo visitó con el otro tipo, el los siguió y apuntó bien la dirección del lugar donde vivían, ahora que lo tenía todo preparado, debía regresar a aquel lugar y seguir todos los pasos de aquella chica hasta encontrar el momento adecuado para secuestrarla.
 Cogió el coche más anónimo de los que tenía en la chatarrería y se fue de caza. Estuvo dando vueltas por la calle donde vivía la chica hasta que quedó un sitio libre. Tenía hambre y aunque los días eran cada vez más largos, pronto sería de noche, tampoco quería dejar su privilegiado puesto de vigilancia, pero tal vez por los mismos nervios, le estaban entrando ganas de orinar, podía esperar y aguantaría todo el tiempo que fuera necesario. Para colmo su padre empezó a taladrarle la cabeza.
- Vamos hombre, ¿no la has visto aparecer en las dos horas que llevas aquí plantado y te crees que va a aparecer en esta media hora?
 - Vaaaaaale. - ¿Qué quieres, qué te explote la vejiga?
- Que te caaaaalles.
- Ya intentaste callarme una vez, ya no puedes matarme y si te pones a discutir conmigo la gente sabrá lo loco que estás. Así que yo de ti iría a mear y ya de paso comería algo, que tus tripas hablan más que yo. Finalmente, Vicente se dio por vencido y salió del coche.
 - ¡Seguro que ahora aparece! Je, je, je… Es como si estuviera esperando a que te vayas para aparecer.
- Ignóralo, ignóralo, ignóralo…- se decía así mismo en susurros, cerrando fuertemente los puños.
Fue a un bar cercano, pidió un bocadillo para llevar, una cerveza y preguntó por los servicios. Hizo sus necesidades, en aquél pequeño lavabo, se lavó concienzudamente las manos y salió esperando que estuviera listo su bocadillo, cosa que todavía tardó entre cinco y diez eternos minutos. Durante ese tiempo, Vicente salió cuatro veces a la calle, entre dos de esas veces, le preguntó al barman aquello de “¿Falta mucho?” Finalmente, cuando el hombre le puso el bocadillo en el mostrador, Vicente busco el dinero justo en su cartera, pero le faltaban algunas monedas, así que le tuvo quedar un billete de cinco, marchándose sin esperar el cambio.
Durante todo aquel proceso, su padre al que se había esforzado todo lo que podía en ignorar, lo había estado incordiando, dándole prisa y recordándole lo inútil que era. Subió al coche y miró la hora, las nueve menos cuarto de la noche. Empezó a engullir su bocadillo vorazmente, pero antes de terminarlo, vio aparecer a Elena por el espejo retrovisor, por suerte para él iba sola. Sacó de la guantera el trapo con formol para dormirla y poderla meter en el coche sin que ofreciera resistencia, pero cuando pasó más cerca y pudo verla mejor, vio para su sorpresa que era otra persona de asombroso parecido, su difunto padre se rió de él por haber estado apunto de secuestrar a la persona equivocada. La chica cruzó la calle, pero antes de que pudiera llegar a su portal, el mismo que él estaba vigilando, otra chica, vestida de negro, apareció casi de la nada, con un cuchillo en la mano y se lo clavó a aquella chica, ante la estupefacción de Vicente y de los pocos transeúntes que pasaban por la calle, que fueron hacia la misteriosa chica para intentar detenerla.
- ¡¿Qué te parece?! ¡Te ha salido una competidora!- Dijo su padre sin poder dejar de reírse.

Jotacé

No hay comentarios:

Publicar un comentario