Los androides
acomodadores, le indicaron a Marina su asiento en la lanzadera, que
debía llevarla de vuelta a Oceana. Todo le parecía increíblemente
irreal y apenas era consciente de lo que pasaba a su alrededor, la
confirmación de que Hugo estuviera muerto, cosa de la que seguía
sin dar crédito. A su alrededor, algunos pasajeros terminaban de
acomodarse en sus asientos, otros se aislaban del mundo exterior con
sus gafas virtuales y Marina se sentó en su asiento, conteniendo las
lágrimas que ya pugnaban por salir nuevamente de sus ojos. Entonces,
por un momento, entre la neblina provocada por sus lágrimas, creyó
verlo con su inmaculado uniforme azul marino y el petate, buscando su
asiento, pero al alzar la vista hacia arriba, se dio cuenta de su
error, era otro piloto, más mayor, alto y rubio. Pero a aquel
hombre, ya lo había visto antes en alguna otra parte, era otro de
los pilotos del Cristóbal Colón, uno de los oficiales de la nave,
probablemente el superviviente del que hablaban todos los medios. Por
un momento estuvo apunto de pararlo y preguntarle por lo ocurrido en
aquel mundo salvaje, tal vez pudiera darle alguna esperanza, aunque
temía que se limitara a confirmarle lo que ya le habían dicho en la
embajada terrestre y ya había pasado por ese trance. Aún así,
Smith se sentó justo delante de ella, al lado de lo que, por el
plumaje que sobresalía por encima del respaldo del asiento pudo
identificar como un bíraro. Marina decidió que en cuanto el
transbordador iniciara el viaje de regreso al planeta le preguntaría.
Una vez todos los pasajeros ocuparon sus asientos y pasado un cuarto
de hora, se encendieron los motores de a nave, que salió de la
estación espacial en dirección al planeta. La inmensa mayoría de
los pasajeros estaban aislados, con las gafas 3D y Marina pensó que
había llegado el momento de levantarse y presentarse al piloto, pero
en ese momento, para su sorpresa lo escucho como se dirigía a su
compañero de asiento hablando el idioma bíraro que ella a pesar de
no hablarlo, lo entendía casi a la perfección, como otro de los
muchos idiomas que se hablaban en Oceana.
- Si no encontrasteis
a los supervivientes, ¿Cómo estás tan seguro de que están
muertos? - Cayeron en el mar y antes de evacuar el planeta,
las naves lo rastrearon todo sin encontrar ningún rastro, es
evidente que se ahogaron y fueron pasto de las criaturas marinas que
pueblan los mares de ese mundo. ¿Cuánto tiempo estarán tus amigos
vigilando los alrededores del planeta? Estamos perdiendo mucho
tiempo.
- No lo se, el protocolo dice que un mes o así.
Quieren asegurarse de que no hay piratas ni traficantes de ambrosio.
¿A quien habéis dejado al cargo de las minas?
- A uno de
tu especie, al que llamáis Tigre, era la mejor opción.
Cuando
transbordador llegó al espacio puerto de Oceana, tanto el bíraro
como el piloto humano, actuaron como si no se conocieran, cogiendo
cada uno caminos distintos. Marina quiso seguir al piloto, pero
Víctor que la estaba esperando allí, se interpuso en su camino.
Ella le contó lo que había oído y que tendrían que avisar a
las autoridades.
- Sabes que no te creerán, es tu palabra
contra la suya.
- Por eso he de seguirle. Si se vuelve a poner en
contacto con los contrabandistas… - ¡Escúchame! Es una
locura, es mejor que lo dejes.
- Víctor, ellos mataron a Hugo y
a toda la tripulación del Cristóbal Colón.
- Si, y si
lo que me dices es cierto, también pueden matarte a ti.
- Víctor,
escúchame, sabes que lo voy ha hacer, tengo que hacerlo, ahora más
que nunca… Estoy embarazada de Hugo.
A
años luz de allí, mientras Hugo, la capitana Otomo y el robot ahora
conocido como Robert, atravesaban el mar, después de las
reparaciones que les tuvieron anclados en aquella extraña isla, otro
barco cargado de esclavos para las minas de ambrosio, arribaba al
puerto de un incipiente imperio gobernado por dioses llegados de las
estrellas. A cambio de su libertad, aquellos dioses, ahora
representados por el cruel humano llamado Tigre, habían
proporcionado a los nativos una tecnología basada en la pólvora y
el carbón, lo tan avanzada, como para dominar todo un continente e
incluso con el tiempo todo el planeta, pero lo suficientemente
primitiva, como para ser todavía ignorados por las razas pensantes
que saltaban de estrella en estrella. Uno de los tripulantes de aquel
barco esclavista, pidió encontrarse con uno de los gobernantes del
puerto.
- ¿Qué es lo que tienes para ofrecer al imperio de las
estrellas?- dijo el gordo nativo, vestido de forma lujosa para los de
su especie y rodeado de jóvenes y hermosas hembras que le servían
como esclavas en todo lo que deseaba.
- Necesito hablar
con tus dioses.
El gobernante río estrepitosamente.
-
…pues ves al templo, como todo el mundo, a lo mejor te escuchan. -
No quiero rezarles, tengo información para ellos.
- Ellos poseen
todo el conocimiento del universo, solo tienes que mirar a tu
alrededor, hay carros que pueden ir sin animales de tiro, armas que
disparan fuego y otras cosas que al otro lado del mundo ni siquiera
se pueden atrever a imaginar. ¿Qué información crees poseer tú,
qué les pueda interesar?
- La de extraños demonios, que a
pesar de ser tremendamente bajos en estatura, pueden poseer mucha
rapidez y la fuerza de treinta de nosotros, capaces de lanzar rayos
que fulminan a los nuestros sin la necesidad de ser cargados, como
esas extrañas armas, pero mejor y con más precisión. El
gobernante se lo quedo mirando en silencio, dudando de si la
información era cierta, todos habían sido testigos de cómo un gran
número de estrellas habían ascendido al cielo desde el interior del
continente y habían rumores de que muchos de sus dioses habían
abandonado el planeta, para regresar al cielo de donde provenían,
sin embargo algunos todavía seguían allí guiando a su pueblo.
El
gobernador mandó llamar a una de sus esclavas y le pidió que le
trajera el gran libro sagrado de los dioses. Las primeras páginas
estaban dedicadas a cada una de las deidades e ilustradas con
hermosos grabados, que el líder nativo le enseñó al marino.
-
¿Tus demonios se parecen a alguno de estos dioses?- preguntó
mostrándole los dibujos. El marino pareció palidecer al
llegar a la página dedicada a los humanos y el líder reconoció en
la reacción del marino, la misma que él mismo había llegado a
tener cuando estuvo en presencia de los dioses cinco años
atrás.
- ¿Estás seguro de lo que viste?- le preguntó
nuevamente.
El nativo asintió con la cabeza, e inmediatamente
después el gobernante del puerto mandó llamar a su subordinado más
próximo y le dijo que le preparara su transporte particular.
-
Iremos a ver a los dioses.
El transporte era un globo
aerostático, impulsado por una hélice, con el que apenas se
tardaban dos o tres días en llegar a la fortaleza minera donde
gobernaban los
dioses.
Jotacé.
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