lunes, 11 de febrero de 2013

(H.C. 15) REVELACIONES


Los androides acomodadores, le indicaron a Marina su asiento en la lanzadera, que debía llevarla de vuelta a Oceana. Todo le parecía increíblemente irreal y apenas era consciente de lo que pasaba a su alrededor, la confirmación de que Hugo estuviera muerto, cosa de la que seguía sin dar crédito. A su alrededor, algunos pasajeros terminaban de acomodarse en sus asientos, otros se aislaban del mundo exterior con sus gafas virtuales y Marina se sentó en su asiento, conteniendo las lágrimas que ya pugnaban por salir nuevamente de sus ojos. Entonces, por un momento, entre la neblina provocada por sus lágrimas, creyó verlo con su inmaculado uniforme azul marino y el petate, buscando su asiento, pero al alzar la vista hacia arriba, se dio cuenta de su error, era otro piloto, más mayor, alto y rubio. Pero a aquel hombre, ya lo había visto antes en alguna otra parte, era otro de los pilotos del Cristóbal Colón, uno de los oficiales de la nave, probablemente el superviviente del que hablaban todos los medios. Por un momento estuvo apunto de pararlo y preguntarle por lo ocurrido en aquel mundo salvaje, tal vez pudiera darle alguna esperanza, aunque temía que se limitara a confirmarle lo que ya le habían dicho en la embajada terrestre y ya había pasado por ese trance. Aún así, Smith se sentó justo delante de ella, al lado de lo que, por el plumaje que sobresalía por encima del respaldo del asiento pudo identificar como un bíraro. Marina decidió que en cuanto el transbordador iniciara el viaje de regreso al planeta le preguntaría.
Una vez todos los pasajeros ocuparon sus asientos y pasado un cuarto de hora, se encendieron los motores de a nave, que salió de la estación espacial en dirección al planeta. La inmensa mayoría de los pasajeros estaban aislados, con las gafas 3D y Marina pensó que había llegado el momento de levantarse y presentarse al piloto, pero en ese momento, para su sorpresa lo escucho como se dirigía a su compañero de asiento hablando el idioma bíraro que ella a pesar de no hablarlo, lo entendía casi a la perfección, como otro de los muchos idiomas que se hablaban en Oceana.     
- Si no encontrasteis a los supervivientes, ¿Cómo estás tan seguro de que están muertos? - Cayeron en el mar y antes de evacuar el planeta, las naves lo rastrearon todo sin encontrar ningún rastro, es evidente que se ahogaron y fueron pasto de las criaturas marinas que pueblan los mares de ese mundo. ¿Cuánto tiempo estarán tus amigos vigilando los alrededores del planeta? Estamos perdiendo mucho tiempo.        
- No lo se, el protocolo dice que un mes o así. Quieren asegurarse de que no hay piratas ni traficantes de ambrosio. ¿A quien habéis dejado al cargo de las minas?          
- A uno de tu especie, al que llamáis Tigre, era la mejor opción.  
Cuando transbordador llegó al espacio puerto de Oceana, tanto el bíraro como el piloto humano, actuaron como si no se conocieran, cogiendo cada uno caminos distintos. Marina quiso seguir al piloto, pero Víctor que la estaba esperando allí, se interpuso en su camino. Ella le contó lo que había oído y que tendrían que avisar a las autoridades.
- Sabes que no te creerán, es tu palabra contra la suya.   
- Por eso he de seguirle. Si se vuelve a poner en contacto con los contrabandistas… - ¡Escúchame! Es una locura, es mejor que lo dejes.    
- Víctor, ellos mataron a Hugo y a toda la tripulación del Cristóbal Colón.            
- Si, y si lo que me dices es cierto, también pueden matarte a ti.  
- Víctor, escúchame, sabes que lo voy ha hacer, tengo que hacerlo, ahora más que nunca… Estoy embarazada de Hugo.                             
 
 
A años luz de allí, mientras Hugo, la capitana Otomo y el robot ahora conocido como Robert, atravesaban el mar, después de las reparaciones que les tuvieron anclados en aquella extraña isla, otro barco cargado de esclavos para las minas de ambrosio, arribaba al puerto de un incipiente imperio gobernado por dioses llegados de las estrellas. A cambio de su libertad, aquellos dioses, ahora representados por el cruel humano llamado Tigre, habían proporcionado a los nativos una tecnología basada en la pólvora y el carbón, lo tan avanzada, como para dominar todo un continente e incluso con el tiempo todo el planeta, pero lo suficientemente primitiva, como para ser todavía ignorados por las razas pensantes que saltaban de estrella en estrella. Uno de los tripulantes de aquel barco esclavista, pidió encontrarse con uno de los gobernantes del puerto. 
- ¿Qué es lo que tienes para ofrecer al imperio de las estrellas?- dijo el gordo nativo, vestido de forma lujosa para los de su especie y rodeado de jóvenes y hermosas hembras que le servían como esclavas en todo lo que deseaba.           
- Necesito hablar con tus dioses.       
El gobernante río estrepitosamente.      
- …pues ves al templo, como todo el mundo, a lo mejor te escuchan. - No quiero rezarles, tengo información para ellos.    
- Ellos poseen todo el conocimiento del universo, solo tienes que mirar a tu alrededor, hay carros que pueden ir sin animales de tiro, armas que disparan fuego y otras cosas que al otro lado del mundo ni siquiera se pueden atrever a imaginar. ¿Qué información crees poseer tú, qué les pueda interesar?          
- La de extraños demonios, que a pesar de ser tremendamente bajos en estatura, pueden poseer mucha rapidez y la fuerza de treinta de nosotros, capaces de lanzar rayos que fulminan a los nuestros sin la necesidad de ser cargados, como esas extrañas armas, pero mejor y con más precisión. El gobernante se lo quedo mirando en silencio, dudando de si la información era cierta, todos habían sido testigos de cómo un gran número de estrellas habían ascendido al cielo desde el interior del continente y habían rumores de que muchos de sus dioses habían abandonado el planeta, para regresar al cielo de donde provenían, sin embargo algunos todavía seguían allí guiando a su pueblo.
El gobernador mandó llamar a una de sus esclavas y le pidió que le trajera el gran libro sagrado de los dioses. Las primeras páginas estaban dedicadas a cada una de las deidades e ilustradas con hermosos grabados, que el líder nativo le enseñó al marino.     
- ¿Tus demonios se parecen a alguno de estos dioses?- preguntó mostrándole los dibujos. El marino pareció palidecer al llegar a la página dedicada a los humanos y el líder reconoció en la reacción del marino, la misma que él mismo había llegado a tener cuando estuvo en presencia de los dioses cinco años atrás.           
- ¿Estás seguro de lo que viste?- le preguntó nuevamente.   
El nativo asintió con la cabeza, e inmediatamente después el gobernante del puerto mandó llamar a su subordinado más próximo y le dijo que le preparara su transporte particular.      
- Iremos a ver a los dioses.       
El transporte era un globo aerostático, impulsado por una hélice, con el que apenas se tardaban dos o tres días en llegar a la fortaleza minera donde gobernaban los dioses.                                        
 
Jotacé.

No hay comentarios:

Publicar un comentario