La señal del
exoesqueleto era demasiado baja como para ser detectada en el espacio
y más teniendo en cuenta que la sala del trono estaba situada bojo
tierra, así aunque los humanos fueran más bajos que los aborígenes
que habitaban aquel planeta, la presencia de Tigre, era imponente
para aquellos seres primitivos, que habían insistido de forma tan
insolente en verle. Sin embargo las noticias que traía aquel ser
que Tigre consideraba inferior, un traficante de esclavos conocido
con el nombre Grob, eran prometedoras, después de tantos días de
desidia. Al parecer hacía cosa de un mes, en un puerto de otro de
los continentes, más al norte del planeta, había tenido un
encuentro con lo que parecían humanos y eso solo podía significar
una cosa, había supervivientes del Cristóbal Colón pululando por
la superficie de aquel primitivo mundo. Tres por lo que le había
parecido entender, viajaban en un barco, ayudados por marineros
aborígenes y era muy probable que buscaran aquella base, con la
intención de robar una nave y buscar ayuda en un planeta civilizado,
al menos tecnológicamente hablando. Una misión suicida y
desesperada, pero tal vez la última esperanza de aquellos
supervivientes de regresar a la civilización. Tigre mandó llamar al
rey de los aborígenes.
- Dile a los tuyos que hay tres demonios,
que se parecen a mi- dijo saliendo de su exoesqueleto- pero no son
dioses, de todas maneras quiero que los capturen vivos y que los
traigan a nuestra presencia. ¡A cualquier precio!
Tigre sabía la
conveniencia de que los terrícolas fueran llevados vivos, para que
los aborígenes siguieran ignorando su propia mortalidad y la de los
que como él llegaron del
espacio.
Tres días más tarde, Grob
estaba nuevamente en la ciudad portuaria donde había desembarcado
hacía ya una semana y para su sorpresa, vio en el puerto un barco,
que aunque solo había visto una vez anteriormente, sabía
exactamente donde había sido, la misma tarde, antes de encontrarse
con los misteriosos demonios, aquello era más que una casualidad y
lo sabía, pero antes, tenía que asegurarse hablando con la
tripulación, para sonsacarles la información, con tal propósito,
estuvo vigilando el navío. En principio, todo parecía normal, eran
comerciantes, que recorrían el planeta de un continente a otro, les
habló de los dioses que allí habitaban y de la recompensa por los
demonios, venidos de nadie sabía donde. Aquellos individuos
empezaron a mirarlo con cierto recelo a comportarse de un modo que le
pareció sospechoso y al final, optaron por regresar a su navío
dando una falsa excusa. Para Grob estaba claro, aquel era el barco en
el que viajaban los demonios, ahora tendría que convencer al
gobernante para que le prestara unos cuantos hombres y asaltar esa
misma noche el barco. Pero cuando se presentaron en el puerto con los
soldados pertinentes, el barco ya había
zarpado.
En la
cabina del capitán, este junto con los principales miembros de la
tripulación y los tres terrícolas, estudiaban los mapas.
- Aquí
es donde los piratas tienen su base y saben que estamos en el
planeta- dijo Yumi
- Habrá que buscar un lugar tranquilo y
solitario donde desembarcar sin despertar sospechas- dijo
Hugo.
- Si lo que han dicho mis hombres es cierto, habrá que
darse prisa, ese marinero con el que han hablado parecía saber
demasiado y sospechar de nosotros- dijo el capitán
-
¿Entonces que hacemos? No podemos volver hacia atrás y la costa no
tardará en estar totalmente vigilada- dijo Fizo que no se separaba
de sus amigos humanos.
- El mejor sitio es aquí, en los
arrecifes- dijo Robert señalando un punto en el mapa.- Será muy
fácil para mi subir por los acantilados y arrojaros una
cuerda.
- Desde luego, nadie se esperará que hagamos por
ahí el desembarco- dijo
Yumi.
Pasaba ya más de la media
noche, el barco, se acercó lo justo para evitar chocar contra los
arrecifes y fue una pequeña balsa la que llevó a los náufragos
estelares hasta el empinado acantilado. Como muy bien había dicho
Robert, para él fue muy fácil subir aquella montaña y lanzar una
cuerda al resto del grupo. En principio solo iban a ser los tres
terrícolas, pero Fizo se empeñó en acompañarles, un nativo podría
acercarse a las aldeas y ciudades que se encontraran por el camino
sin levantar sospechas, mientras ellos aguardaban escondidos en
bosques y cuevas. Cuando empezaron la ascensión, todavía
quedaban algunas horas para el amanecer, pero por suerte para los
terrícolas, de entre las cosas que habían podido rescatar del
Cristóbal Colón, aparte de algunas armas y provisiones también
había potentes linternas que les servirían a Hugo, Yumi y Fizo, ya
que una de las ventajas de Robert era el echo de poder ver en una
oscuridad casi absoluta, como si fuera de día. La ascensión para
los tres seres biológicos fue dura en especial para los dos humanos,
el primero en subir fue Robert, evidentemente, luego Fizo, Yumi y
Hugo que nada más empezar la escalada, vio como la barca que les
había llevado asta allí, comenzó el camino de regreso hacia el
barco.
Lo que ellos no sospechaban era que sus enemigos, capitaneados
por el gobernador y por el propio Grob, habían ordenado ya vigilar
la costa, por tierra mar y aire, gracias a sus naves aerostáticas,
desde las que vieron las extrañas luces ascender por el acantilado,
desde kilómetros de distancia y a trabes de señales lumínicas
alertaron, tanto a las tropas de tierra como marítimas.
Amanecía ya cuando Hugo llegó por fin a la cima y pudieron
ver como poco después de llegar la balsa al barco, aparecieron tres
embarcaciones voladoras y dos barcos de guerra que acorralaron al
barco, que hasta entonces había sido su hogar y lo abordaron sin
contemplaciones. Tras el exhaustivo registro del barco, este fue
nuevamente conducido a puerto, donde tanto el capitán como la
tripulación serían sometidos a un feroz interrogatorio, por suerte,
previniendo que tal cosa pudiera ocurrir, la tripulación ya tenía
preparadas las respuestas y el gobernador de la ciudad portuaria se
vería obligado a dejarlos nuevamente en libertad. En cuanto a
al grupo de supervivientes al que se le había sumado el nativo del
barco Fizo, en cuanto vieron aparecer a todas aquellas embarcaciones
y sabiendo que les era imposible hacer nada por sus amigos, se
apresuraron a esconderse en el interior del bosque. Los soldados
aborígenes de aquella parte del planeta, registraron el bosque en
busca de los demonios, pero solo encontraron a Fizo, haciendo pasarse
por un cazador. A la noche siguiente, el joven aborigen, regresó al
bosque, con agua y alimentos y desenterró a los terrícolas que
habían permanecido ocultos bajo tierra, con la ayuda de unas ramas
huecas que les habían ayudado a respirar, al menos a los dos
humanos. Ya con el camino despejado y después de recuperar fuerzas,
comenzaron el viaje. Una etapa se cerraba en sus aventuras en aquel
lejano planeta y otra nueva daba comienzo, ahora tierra
adentro.
Jotacé.
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