lunes, 10 de junio de 2013

(H.C. 23) LOS DIOSES LIBERTADORES

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El convoy que llevaba a los esclavos hasta las minas de los dioses, estaba formado por veinticinco soldados a los que había que sumar su jefe y dos subalternos. Era un secreto a voces que a lo largo del viaje desde la costa a las minas, algunos soldados se aprovechaban de los esclavos durante sus guardias, o con la complicidad de sus compañeros, sobretodo de las mujeres, a pesar de la prohibición de tocarlos, los mismos jefes hacían la vista gorda o participaban ellos mismos de aquella superioridad. ¿De todas maneras, quién creería a un esclavo? Eso era lo que parecía que había ocurrido en un principio con la desaparición de aquellos dos soldados y la esclava, pero cuando los encontraron muertos en el bosque y sin ningún rastro de la hembra, enseguida supo que la esclava había sido liberada con la ayuda de algún cómplice, probablemente y a pesar de que las huellas se perdían en el bosque, el o los atacantes debía ser gente del pueblo descontenta con la dictadura impuesta por aquellos dioses. Mandó enviar a uno de sus subalternos a seguir las huellas con otros cuatro hombres y puso patas arriba el poblado, colocó vigilantes en las dos entradas, más para evitar que escapara alguien que para vigilar el exterior. Sacó a todos los lugareños de sus casas y los encerró en el templo que presidía el poblado, fuertemente vigilados mientras el resto de sus hombres lo registraban casa por casa. Poco importaba si para esclarecer la verdad tenía que incendiar el pueblo entero. Al atardecer, empezó a inquietarle la tardanza de los soldados que habían abandonado el pueblo. La gran estrella que alumbraba a aquel mundo, estaba ya apunto de llegar a las copas de los árboles del bosque próximo al poblado, cuando de allí aparecieron dos monturas que se acercaron a la entrada. Manteniéndose lo suficientemente alejados mandaron llamar al jefe de la escuadra. 
- ¡¿Quiénes sois y qué queréis?!- grito el jefe 
 - ¡Mi nombre no importa! ¡Vengo con la esclava que dos de vuestros soldados querían violar en el bosque!- dijo Fizo desde su montura. 
 - ¡¿Acaso debo agradecerte que la traigas de vuelta?! ¡¿Sabes quien mato a mis hombres?! - ¡Yo maté a tus hombres, los dioses me protegieron cuando enviaste a los otros cinco que también están muertos! ¡Pero los dioses quieren daros una oportunidad si soltáis al resto de los esclavos y dejáis tranquilos a los habitantes del pueblo! 
- ¿Los dioses? Ese pobre idiota debe estar loco- dijo el subordinado. 
 - tal vez, pero creo que las monturas que lleva son las de los cinco hombres que enviamos. No me fío un pelo, me huele a una trampa. 
 - ¿Y qué sugieres que hagamos? 
- Envía a cinco hombres más a que los capturen y manda llamar a los demás, que estén alerta. Poco después, cinco monturas salieron en persecución de los dos fugitivos, pero estos se mantuvieron en su puesto hasta que los perseguidores estuvieron lo suficientemente cerca, entonces dieron media vuelta a sus monturas y se dirigieron nuevamente al bosque. Todavía los cinco soldados no se habían acercado a los árboles cuando de sus copas, aparecieron cinco relámpagos que abatieron a los cinco jinetes. 
- ¡No pueden ser los dioses! ¡Ellos están de nuestro lado!- dijo el subordinado asustado. 
Casi todos los soldados acudieron a las murallas al ver lo que había pasado. Fizo y Kina volvieron a aparecer. 
 - ¡Ya os había dicho que los dioses están de nuestro lado! ¡¿Qué decís ahora!? ¡¿Os rendís?!- Grito nuevamente Fizo. 
 - ¡No se quien os ampara, pero yo he estado ante los verdaderos dioses! ¡Son ellos los que nos mandaron coger esclavos para las minas!- gritó el jefe de los soldados. 
- ¡¿Qué clase de dios manda matar y esclavizar a otros nativos?! ¡¿Son dioses o demonios los que os envían a vosotros?!- volvió a gritar Fizo. 
- ¡¿Si los que te envían a ti son tan poderosos, por que no han venido personalmente a liberar a los esclavos?! 
En ese momento como contestación a su pregunta, se escucho un gran estruendo de voces y pisadas acercándose desde el interior del pueblo, eran sus habitantes y los esclavos. Apenas cinco hombres se habían quedado guardándolos y solo diez soldados quedaban guardando las murallas, todos ellos se sentían rodeados y derrotados. 
 - ¿Pero quien…? 
Habitantes y esclavos abrieron un pasillo por el que dejaron pasar a uno de aquellos pequeños dioses, era Robert, al parecer había conseguido penetrar en el pueblo por la parte de atrás, a pesar de su estatura, con su fuerza y rapidez le fue sumamente fácil poner fuera de combate a los vigilantes. El subordinado disparó su pequeño mosquete, pero el pequeño proyectil apenas hizo retroceder al androide, que aparte de su inmunidad como robot, tenía la de la ropa, casi indestructible ante armas tan primitivas. El jefe de los soldados le cogió el mosquete y lo tiró junto al suyo y el subordinado se derrumbó pidiendo perdón por su pecado ante el dios que acababa de aparecer. Poco después Fizo, Kina, Hugo y Yumi, fueron también asta el pueblo y sus habitantes se inclinaron ante ellos. 
 - ¿Por qué estáis aquí? ¿Qué pecado hemos cometido?- dijo el jefe de los soldados. 
 - ¿Pecado? El pecado o mejor dicho el delito no es vuestro, sino de aquellos que no deberían estar entre vosotros y os están manipulando, obligándoos a esclavizar a los de vuestra misma especie- dijo Yumi. 
 - ¿Nuestra misma especie? Fíjate bien estimada diosa, su color de piel y hasta el lenguaje que hablan es distinto al nuestro, que somos el pueblo elegido, ellos apenas habían oído rumores de la llegada de los dioses- dijo el subordinado. 
 - ¡A mi me parecéis todos iguales!- dijo Hugo 
- ¡Vuestras diferencias no están en el color de piel, en el idioma o la religión que podáis profesar! ¡Vuestras diferencias están en pensar que eso os hace diferentes! ¡Superiores o inferiores al resto! 
 - Pero los que nos enviaron…- intentó decir el jefe de los soldados. 
- ¡Como ya he dicho! ¡Ellos no deberían estar aquí! ¡Y nosotros tampoco! ¡Pero vinimos en su busca para devolverlos al lugar al que pertenecen! ¡Por desgracia fracasamos! ¡Ahora debemos regresar a ese lugar en las estrellas para pedir ayuda! ¡Y eso solo lo conseguiremos con uno de esos pájaros voladores en los que ellos llegaron! 
 - ¿Y nosotros que tenemos que hacer?- dijo el sacerdote del pueblo.
 -¡De vosotros depende si queréis dejaros someter y esperar a que llegue la ayuda o rebelaros ante unas leyes injustas por muy divina que parezca su procedencia!- dijo ahora Robert. 
Esa noche, aldeanos, soldados y esclavos organizaron una fiesta en honor de sus libertadores. Hugo y Yumi pudieron volver a pasar juntos la noche, como lo hacíeron durante su viaje marítimo, también Fizo parecía haber encontrado en Kina una compañera fiel e inseparable. 
Para la mayoría de los soldados, poco importaban ya, que aquellos dioses se hubieran visto obligados a matar a algunos de sus compañeros para abrirles los ojos, sin embargo, el subordinado logró convencer a tres de ellos para huir durante la fiesta en el vehículo motorizado y advertir a los que seguía considerando sus auténticos dioses, de lo ocurrido en aquel pueblo. 


Jotacé.

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