lunes, 12 de agosto de 2013

(M.N. 11) EL ALIENTO DE LA MUERTE

El piso estaba a oscuras y lo más probable era que siendo sábado noche, las compañeras de Esther estuvieran fuera, aún así ella prefirió entrar con cuidado por si acaso, silenciosamente, con las luces apagadas y llevando Dani cogido de la mano. Aún así fue inevitable que él se diera en la espinilla con una silla, causando el lógico estruendo.
 -¡Ay! - Sssssshhh… ji ji ji ji… Finalmente llegaron al cuarto, donde Esther pudo encender la luz, después de cerrar la puerta de la habitación. 
 - Bueno ¿y ahora qué?- preguntó Dani, que era la primera vez que se encontraba en aquella situación.
 - Tonto, ¿tú que crees?- dijo ella cogiéndole de la camisa y besándolo en los labios.
 - Me gusta- dijo Dani sonriendo.
 Esther empezó a desabrocharle la camisa, despacio, besándolo en el cuello y en el pecho, lanzó la prenda lejos y de un empujón tumbó a Daniel en la cama, se desprendió de la camiseta de tirantes, que la arrojó junto con la camisa a los que se les unió el sujetador, se echó encima de Daniel con las piernas abiertas.
 - ¿Llevas condones?- preguntó Esther después de mordisquearle la oreja.
 - No… digo si, si, en el bolsillo de los pantalones- dijo Daniel acordándose de los preservativos que le dio Jota, antes de salir del bar. 
 Esther le desabrocho los pantalones a Daniel y se los bajó mientras buscaba los preservativos en los bolsillos. Bajo los slips, Daniel tenía una prominente erección, que Esther dejó al descubierto quitándole la única prenda que le quedaba, le puso uno de los preservativos, se terminó de desnudar y se le volvió a subir encima, moviéndose convulsivamente, ambos gimieron de placer. 
 A través de la persiana entreabierta, los ojos de un ave nocturna observaba toda la escena, tras esos ojos la mente de la que una vez fue la abuela de Daniel se daba cuenta que su nieto estaba cambiando, convirtiéndose en la persona que tenía que haber sido desde siempre, si ella se lo hubiera permitido. Ahora ya daba igual, pronto todos los del piso le pertenecerían y él si regresaba como tenía planeado también volvería a caer en su red. La lechuza dio media vuelta y salió volando del alféizar de la ventana, donde había estado posada.
 - ¿As oído algo en la ventana?- preguntó Daniel.
 - No. Anda echemos otro polvo, que te has corrido muy rápido.
 En el cielo, la vieja cazadora nocturna, sobrevolaba la ciudad, para regresar nuevamente a su hogar, donde todavía tenía asuntos pendientes que atender.


 Como solía ocurrir muchos fines de semana, Víctor y Sofía, habían ido a cenar con amigos y compañeros del trabajo, pero el estado de cansancio en el que parecía encontrarse Sofía, desde hacía unos días, les hizo regresar esa noche temprano a casa.
 - Estoy agotada, me boy a acostar y a ver como me levanto mañana- dijo Sofía.
 - Muy bien cariño, yo veré la tele un rato si no te importa, que descanses bien. 
 Se besaron en los labios y luego ella se fue al cuarto de baño y de allí al dormitorio, se puso el pijama corto de verano y se metió en la cama, donde cayó rendida, al menos durante unas horas, ya que pronto unas voces la despertaron, eran las voces de Víctor y de una mujer mayor. 
 - ¿Qué hace usted aquí? ¿Cómo ha entrado?- oyó que preguntaba Víctor.
 - Vivo aquí y todo lo que hay aquí me pertenece, incluido tú…
 Un escalofrío recorrió la espalda de Sofía, que se levantó y entreabrió la puerta del dormitorio para ver una escena que le heló la sangre. Una anciana de pelo blanco y vestida de riguroso luto, se hacía una herida en la muñeca con la alargada y negruzca uña del dedo pulgar, que enseguida empezó a sangrar.
- ¡Ven aquí y bebe!- ordenó la anciana.
 Víctor, fue obediente hacia ella, como si de un sonámbulo se tratara y empezó a beber la negruzca sangre que salía de la muñeca de la anciana. Pero lo que más aterrorizó a Sofía fue que la vieja mujer la mirara directamente, sabiéndola testigo de lo que estaba pasando y en el rostro de la mujer vio más, que a la responsable de sus últimas pesadillas a la que por fin reconocía, como a una de las ancianas del edificio, concretamente la que murió hacía poco más de una semana. Sofía se desvaneció allí mismo, cayendo al suelo, pero aún así, con los ojos cerrados seguía siendo consciente de lo que pasaba a su alrededor. Noto un leve peso encima de su cuerpo y olió el pestilente aliento de la muerte posándose en su cuello, como si de un beso se tratara, notando como la vida se le escapaba, por todos los poros de su piel. La sensación fue realmente aterradora, hasta que finalmente perdió totalmente la consciencia.
Cuando, por fin despertó Sofía estaba atada a la cama de un hospital, con el típico camisón abierto por detrás y lo había olvidado todo. Víctor estaba con ella, le contó que los médicos ignoraban lo que le pasaba aunque podía deberse a una anemia. Había estado casi todo el día inconsciente, sufriendo pesadillas, razón por la cual se habían visto obligados a atarla en la cama.
 - ¿Anemia? ¿Pesadillas? Algo me suena pero… es todo tan confuso.
 - Bueno pero ahora estas mejor, ¿verdad?- dijo Víctor acariciándola cariñosamente- Si te pasara algo… yo…
 - No seas tonto ¿Qué quieres que me pase?- contestó ella cogiéndole la mano sonriéndole.
 - Ahora tengo que irme, pero regresaré pronto. 
 Cuando Víctor volvió horas más tarde, ya de noche, le acompañaba una anciana. 
 - Mira quién ha venido a verte, Sofía. Nuestra vecina, doña Carmen ¿te acuerdas de ella? El recuerdo de las pesadillas de las últimas noches, volvió a ella de golpe y palidecio, quedándose paralizada por él miedo.
 - ¡¿Sofía te pasa algo?!- dijo Víctor agarrándola por los hombros y zarandeándola.
 - ¡Es ella! ¡Es esa horrible mujer! ¡Dile que se valla por favor!
 - ¿De qué estás hablando? ¡Por favor tranquilízate! Doña Carmen solo ha venido a verte. - ¡Que se valla! Y tú con ella, anoche vi lo que te hizo. ¡Iros! 
 - ¡Vítor! Será mejor que la dejemos descansar, ya volveremos cuando esté más calmada- dijo doña Carmen autoritaria. 
 Viendo el ataque de nervios en el que Sofía había caído, las enfermeras le dieron un calmante, para que durmiera esa noche, pero Sofía estaba aterrorizada, sabía que doña Carmen, a la que consideraba la reencarnación de la muerte regresaría para llevársela, se metió las pastillas debajo de la lengua, guardándolas después en el cajón de la mesita de noche. Poco después de que se llevaran la cena y terminara el turno de visitas en el hospital, cuando las luces de todas las habitaciones se apagaron, una sombra se formó en la cabecera de la cama de Sofía, doña Carmen posó una mano en el hombro de Sofía, que saltó de la cama, aterrorizada.
 - Vete… vete de aquí Satanás- dijo retrocediendo y dirigiéndose lentamente a la puerta
- ¡Enfermera! ¡Enfermeraaaa!- gritó Nadie acudió en su ayuda, incluso su compañera de habitación, dormía profúndamente. 
Las luces del pasillo parpadearon y Sofía se fue al descansillo llamando al botón de los ascensores, pero las puertas permanecieron cerradas. Doña Carmen avanzaba hacia ella cada vez más rápido, sin tan siquiera mover las piernas, como si flotara en el aire cual fantasma. Sofía abrió las puertas que daban a las escaleras y empezó a bajar todo lo rápido que podía, pero parecía imposible escapar de la terrorífica anciana, finalmente tropezó cayendo escaleras abajo y fracturándose varios huesos. Todavía estaba con vida para notar nuevamente el aliento del vampiro, posándose sobre ella para quedarse con su último aliento.

Jotace.

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