Desde
la posición donde estaba escondido, podía ver sin ser visto a sus
presuntos secuestradores. Marina tomaba el sol, vestida tan solo con
un pareo, también el individuo desconocido, de aspecto moreno, por
los vientos de Oceana, tenía el torso descubierto y vestía tan solo
unos pantalones, muy cortos y ajustados.
- ¿Cómo has
conocido al piloto y por que os persiguen esos individuos?- preguntó
el desconocido.
- Me hice pasar por uno de esos androides
camareros, que tiene mi padre en el local…- contestó Marina,
bajando la cabeza.- les oí decir que querían lavarle le mente y que
espiara para ellos en la nave en la que está destinado.
-
¡Creía que habías dejado de hacer ese tipo de cosas! Si tu padre
se entera.
- Si tu no se lo cuentas, no tiene por que
saberlo…
- Ya claro… Eso explica por que lo persiguen a él,
pero… ¿y a ti? Marina, le contó al desconocido como había
ocurrido todo, incluyendo la persecución por los barrios portuarios
de la isla. - Y por eso desconfía de ti. ¿Qué piensas hacer
ahora? Él no se fía de ti y tú por muy buenas intenciones que
tengas no puedes retenerlo en contra de su voluntad.
- Si
tenéis tan buenas intenciones como aseguráis, tal vez no me quede
más remedio que confiar en vosotros.- dijo Hugo, que en ese punto de
la conversación, ya había escuchado suficiente y decidió salir de
su escondite.
- ¡Vaya, estabas ahí!- dijo Marina irguiéndose,
mientras se hacía sombra en los ojos con las manos.- Me alegra que
por fin hayas entrado en razón.
En realidad Hugo seguía
desconfiando, pero decidió seguirles el juego. Si estaban dentro de
aquella extraña conspiración, tal vez podría conseguir información
y darle la vuelta a lo que fuera que estaban intentando.
- Hola
amigo, soy Víctor Vargas. Siento haber tenido que dejarte inconsciente.
-
Tranquilo, probablemente yo habría hecho los mismo. Soy Hugo Cortes,
piloto en la nave estelar Cristóbal Colón- los dos hombres se
estrecharon las manos.- El Colón no llegará a Oceana hasta dentro
de cuatro días, necesito permanecer oculto hasta entonces, luego
intentaré ponerme en contacto con ellos para que vengan a
recogerme.
- Siento que no podamos ayudarte Hugo, pero tu
presencia nos pone en peligro y más con ese uniforme. Además tengo
negocios que atender…
- ¡Víctor! No pluralices, nos puedes
dejar en la isla Utópica, allí no nos encontrarán y nos recoges
dentro de cuatro días.
- ¿Estás loca? Además, ¿qué pasa
con tus padres?
- Ahora mismo me pondré en contacto con ellos y
les contaré cualquier cosa para que no se preocupen, además olvidas
que nuestros perseguidores también me vieron a mí y que también
necesito desaparecer.
- Está bien cabezota, haré lo que me
pides. Entretanto será mejor que tú piloto se quite el uniforme…
llama demasiado la atención.
Víctor y Marina fueron a la cabina
de control del yate, ella para hablar con sus padres y el para poner
rumbo a la isla de Utópica.
X X X
Dos años más tarde,
desde la proa del barco nativo, Hugo miraba las estrellas recordando
todo aquello. Dos océanos en dos mundos separados por años luz de
distancia y Hugo seguía con el rostro de Marina grabado a fuego en
su memoria, la esperanza de volverla a ver era la única razón por
la que seguía a la capitana Yumi Otomo en su misión suicida. Dos
semanas atrás el barco, había tenido que salir de puerto
precipitadamente, después de que unos aborígenes que les habían
atacado con oscuros propósitos, vieran sus rostros humanos, debajo
de los harapos con los que se habían aventurado a bajar a puerto y
el capitán se vio obligado a recorrer la costa, haciendo escala en
los diversos puertos, para mal vender su mercancía, en todo ese
tiempo, por precaución, ellos habían permanecido abordo y más
teniendo en cuenta que en su tercera escala, el capitán les informó
de que se estaban extendiendo los rumores de extraños seres vistos
en el lugar donde habían sufrido el ataque. Aquello preocupaba a la
capitana, ya que si dichos rumores conseguían atravesar el océano y
llegar a las tierras donde estaban refugiados los piratas espaciales,
las cosas podrían ponerse muy difícil para ellos. Hugo vio como
oscuros nubarrones de tormenta empezaban a tapar el manto de
estrellas que solía cubrir el cielo de aquél mundo por las
noches.
- ¿Todavía piensas en esa chica de Oceana?- dijo Robert
poniendo la mano en el hombro de Hugo.
- Si… No… En fin
supongo que pienso un poco en todo.
- La capitana te espera en su
camarote, será mejor que vayas.
Hugo se dirigió al camarote que
los aborígenes les habían asignado para que se sintieran más
cómodos. Desde que la auténtica naturaleza robótica de Robert,
había quedado al descubierto, la capitana prefería compartir su
lecho con Hugo, después de todo, ellos eran probablemente los únicos
humanos, en aquel planeta, o al menos en aquella parte. Aunque
ninguno de los dos estuviera enamorado, sus mutuas y casi silenciosas
caricias durante el coito les hacían recordar a sus amantes
perdidos. Era imposible saber si para la capitana era un consuelo, el
tener la certeza de que nunca más vería al verdadero Robert Rico,
en vez de al androide médico que había tomado prestada su imagen,
Hugo en cambio, sentía estar traicionando a Marina a la cual tenía
una pequeña e intensa esperanza de volverla a ver, si alguna vez
lograban salir de aquel planeta con vida.
Un rayo lejano,
convirtió por un segundo la noche en día, la tormenta se estaba
acercando. El capitán nativo, tomo personalmente el mando del navío
intentando evitar una tormenta, que ya se les echaba encima y que ni
siquiera la presencia de aquellos tres dioses parecía favorecerles.
Hugo y Yumi, salieron del camarote para ayudar al resto de la
tripulación. Mientras se arriaban las velas, grandes holas hacían
tambalearse al barco de un lado a otro, dificultando la labor de
todos, tanto fue así, que la fuerza del mar y del viento terminaron
partiendo uno de los palos mayores, dos de los nativos quedaron
heridos y el joven Fizo cayó al mar, Robert saltó al rescate, pero
las aguas estaban demasiado enfurecidas y a pesar de la fuerza
sobrehumana del androide, fue imposible hacer algo por ellos, que
desaparecieron entre las turbulentas aguas.
Cuando amainó la
tormenta, Hugo y Yumi pudieron retirarse a su camarote, exhaustos y
con el temor de que la desaparición de Robert hiciera evidente para
sus anfitriones nativos que su presencia en aquel planeta, tuviera
poco que ver con lo divino.
A la mañana siguiente, cuando se
atrevieron a salir del camarote, los nativos los miraban con más
reverencia y admiración que antes. Por lo que pudieron entender, les
daban las gracias a ellos, de que la tormenta respetara al navío,
con tan solo un par de bajas leves. En cuanto a la desaparición de
Robert y Fizo, creían que ahora estaban en el reino mágico del que
ellos como dioses procedían. Para colmo el navío había amanecido
junto a las costas de una isla desconocida, incluso para el capitán,
alejada del continente y probablemente desierta, en la que podrían
tomarse un par de días o tres para reparar el
barco.
Jotacé.
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