lunes, 17 de diciembre de 2012

(H.C. 12) PELIGRO EN EL PARAISO


En la isla de Utópica, en el planeta Oceana, se encontraba un extenso muestrario de todas las razas que habitaban en el planeta, pero al contrario que en el resto de las islas y archipiélagos de aquel mundo, se esforzaban por vivir en paz y armonía entre todos. La norma principal era clara, vive, deja vivir y trabaja por el bien de la comunidad. Allí habían prescindido por completo de los robots, pero en vez de ser un impedimento, favorecía la convivencia de los habitantes de la isla. Los trabajos y los horarios laborales eran rotatorios, solo se trabajaban cinco horas diarias obligatorias, el resto del tiempo, lo podías ocupar como buenamente quisieras. El dinero allí carecía de sentido, todo era de todos, menos la individualidad personal de los habitantes, a los que se animaba a pensar si mismos y a tener iniciativa propia ya que esa era la mejor forma de que todos pudieran aportar ideas nuevas a la comunidad, todo el que se empeñara en romper las reglas y la armonía del lugar en más de cinco ocasiones diferentes durante un periodo inferior a un año, sería expulsado de la comunidad.        
En un principio, los diez representantes de Utópica, dos por cada especie inteligente que allí habitaba, fueron muy reticentes a recibir a Hugo y Marina en la isla, ya que desaprobaban el turismo, pero finalmente Iván que frecuentaba la isla, comerciando con ellos en un intercambio de objetos, intercedió por ellos, los isleños les proporcionaron un alojamiento a cambio de cosas que Vítor les dio de su barco. Les dio a Hugo y Marina las provisiones para los cinco días que permanecerían allí. El deseo de pasar desapercibidos y el trato afable y cordial de los habitantes, les hizo colaborar como si de dos nuevos habitantes se tratara, trabajaron sus cinco horas, aprendiendo los distintos trabajos que se les asignó y en el tiempo que tenían de libre, se dedicaban a aprender más de la isla y de sus habitantes, pero también a conocerse mejor el uno al otro y ver que tenían más en común de lo que creían, también la atracción mutua que sentían se hizo más evidente, al menos para ellos, ya que para el resto de sus vecinos, siempre lo habían dado por hecho. Al cuarto día de estar allí, ya se estaban planteando el quedarse a vivir para siempre, claro que Marina tenía a su familia relativamente cerca de allí, mientras que Hugo los tenía a años luz, en la lejana Tierra, eso sin contar con el hecho de ser considerado un desertor por sus superiores, poco imaginaban que habían otras circunstancias que les harían regresar a la realidad, fueron los representantes humanos de la comunidad, dos ancianos, hombre y mujer, los que aquella mañana les mandaron llamar, para llevarles a una torre, parecida a un faro y señalarles la aparición aquella misma mañana de un barco sumergible en las costas de la isla.      
- ¿Es posible que os busquen a vosotros? Siempre nos pareció bastante evidente, que os estabais escondiendo. - dijo el hombre    
- Hay muchas probabilidades de que así sea.- reconoció Hugo, Marina le apretó la mano visiblemente preocupada.      
- En estos días os habéis recorrido la isla de un lado a otro.- dijo ahora la mujer.- Llevaros un intercomunicador y os llamaremos cuando pase el peligro.           
Apenas les dio tiempo a recoger algunas provisiones e internarse en la espesa vegetación, de la isla, mientras los oscuros visitantes desembarcaban. Efectivamente, eran caza recompensas, enviados por los piratas espaciales buscándoles a ellos. Por supuesto los habitantes de la isla dijeron desconocer la existencia de los protagonistas.       
- De todas maneras, nos quedaremos más tranquilos echando un ojo para asegurarnos. Si es cierto que no saben nada, no tendrán nada de que temer- dijo el líder de los mercenarios, un imponente bíraro con muy malas pulgas.           
- En nuestra isla no se permiten turistas ni curiosos de ningún tipo y menos si van armados.- dijo uno de los representantes, un anciano bíraro, como su interlocutor.         
El mercenario envió una señal que hizo salir del barco sumergible a barios guerreros que rodearon y apuntaron con sus armas a los representantes de la isla.           
- Si todo va bien, no tardaremos mucho en irnos. Espero que por su bien, no escondan a nadie. No nos gustaría estropear este hermoso lugar- advirtió el mercenario.         
Pronto un pequeño ejército, compuesto por seres de todas las especies, se desplegó por las calles de la pacífica ciudad de Utópica y varios comandos se internaron en la selvática jungla que imperaba en toda la isla, tal y como hacía algunas horas habían hecho los protagonistas, pero al contrario que ellos, los mercenarios iban fuertemente armados además de llevar consigo pequeños robots rastreadores. Otros habitantes de la isla, se habían internado en los agrestes parajes del interior, al igual que Hugo y Marina, así que a los pequeños robots les costó un rato dar con un rastro que se pudiera identificar con el de los fugitivos.          
- Los robots han detectado algo- informo por fin el líder de uno de los comandos.           
- ¿Qué decís ahora viejos?- preguntó el líder mercenario.   
- Aquí no le obligamos a nadie de la isla a permanecer en la ciudad, todos tienen derecho a ir a cualquier parte de la isla- respondió el anciano bíraro, que representaba a dicha especie en la isla. Por desgracia, nadie en la isla tenía armas y menos como las que tenía el pequeño ejercito invasor, o al menos eso es lo que todo el mundo creía. Por suerte para los fugitivos, los mercenarios los querían vivos, al menos a Hugo, que en cuanto vio a sus perseguidores, ya pisándoles los talones, instó a Marina a seguir con su huida, haciéndoles él frente, armado tan solo con una gruesa rama recogida del suelo. Gracias a su entrenamiento en el servicio militar, les puso las cosas difíciles a sus perseguidores, Marina viéndolo ya casi atrapado, dio media vuelta, para ayudarlo, pero ella carecía del mismo entrenamiento que Hugo y enseguida la cogieron.     
- ¡Soldado, solo te queremos a ti! Así que deja de resistirte o la matamos a ella- dijo uno de los mercenarios apuntando a Marina a la cabeza. 
Hugo se rindió sin ofrecer más resistencia y el jefe del comando informó a sus superiores. Luego regresaron por donde habían venido hasta llegar al pueblo, el cual estaba particularmente desierto.    
- No os preocupéis, probablemente tienen a toda la gente reunida en la plaza principal- les informó el mercenario.      
Pero al llegar a la plaza se vieron rodeados por los habitantes del lugar, que les apuntaban con armas de las que ellos mismos carecían. Los Utopicanos estaban mejor preparados de lo que parecía y habían tomado por sorpresa a los invasores, empezando por su jefe. Los despojaron de todo el armamento que llevaban consigo, obligándoles a soltar a sus presas para salir de la isla con el rabo entre las piernas.        
A la mañana siguiente de la partida de los mercenarios, llegó Víctor, con nuevas noticias.        
- El Cristóbal Colón ha llegado al sistema. Sería conveniente que te pusieras en contacto con tus superiores- le informó a Hugo    
- Supongo que si- respondió Hugo suspirando mientras miraba a Marina-, aunque creo que ya donde quiero venir cuando termine el servicio.  
- Si, te entiendo y no eres el único que echarás de menos Utópica- dijo Marina agarrándole la mano con fuerza mientras le devolvía la mirada con una leve sonrisa algo marcada por la tristeza.      
Víctor percibió aquel gesto con algo de celos, aunque sabía que el piloto no tardaría mucho en irse y que pronto se olvidarían, él uno del otro. Pero antes de que el Cristóbal Colón, partiera en una nueva misión, Marina recibió un mensaje de Hugo, en el que le decía que su nave patrullaría en los próximos años por aquel sector de la galaxia y que esperaba poderla visitar próximamente.                                         


Jotacé.

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