lunes, 8 de abril de 2013

(M.N. 02) LA VÍCTIMA


Aquella tarde, oscuros nubarrones en el horizonte amenazaban tormenta. Germán paseaba por el parque, viendo como los niños jugaban, casi siempre vigilados por sus madres, atentas a cualquier peligro que pudiera amenazar a sus inocentes cachorros, cosa que le hacía sentir como si fuera un depredador al acecho de su presa, como el lobo feroz del cuento, esperando el menor descuido para hacerse con su victima. En un momento dado, una pelota salió disparada hacia él, que la paró con el pie, viendo tal vez la oportunidad de conseguir su objetivo.      
- ¡Pásela señor! ¡Pásela!- gritaron los niños que hasta ese momento jugaban con la pelota. Germán permaneció impasible, aguantando la pelota con el pie hasta que uno de los niños empezó a acercarse a él, que sonreía esperando a su presa.            
- Señor por favor, ¿puede devolverme la pelota?- dijo el niño con cierta timidez.           
- ¡Roberto! ¡No molestes a ese señor!- gritó una de las madres que hablaba con una amiga por el móvil cuando vio a su hijo acercarse al potencial acosador. Germán sin dejar de sonreír, le pasó la pelota al niño, dio media vuelta y se marchó un tanto decepcionado, captando la mirada de sospecha de las madres que repararon en él, justo en ese momento. Germán se alejo del parque.
Las nubes que cubrían cada vez más el cielo, adelantando la llegada de una noche sin estrellas. Todos los niños regresarían a sus casas y él también, pero solo, sin nadie que le hiciera compañía y le permitiera experimentar sus más secretos deseos.    
Una niña, que iba con una bolsa llena de chucherías, tropezó con el y las golosinas se esparcieron por el suelo.       
- Perdone señor, no le había visto- dijo la pequeña.    
- No, perdóname tú a mí, te ayudaré a recoger tus caramelos.   
- Gracias.           
- ¿Te gustan los caramelos verdad? Yo en mi casa tengo muchos. Si me acompañas te daré una bolsa llena.        
La niña enrojeció ante la propuesta de Germán.    
- Anda dame la mano, vivo muy cerca de aquí- dijo Germán sonriendo amablemente.          
Pero la niña, alerta y desconfiada, le dio una fuerte patada en la espinilla y salió corriendo, agarrando su bolsa de caramelos mientras llamaba a gritos a su madre. Germán se frotó un momento la espinilla tratando inútilmente de aliviar su dolor y luego se alejó cojeando, lo más rápido que pudo hasta su coche. Un lejano relámpago hizo evidente la oscuridad que ya prevalecía en el ambiente y gruesos goterones empezaron a caer del cielo mojándolo todo. Germán entró en el coche y se frotó una vez más su dolorida espinilla.          
- Maldita cría- se quejo entre dientes- ¡Ya te agarrare un día de estos, maldita putita!          
Finalmente puso el coche en marcha, encendió los faros y el parabrisas.
Germán condujo con la intención de regresar a su casa, malhumorado y sin dejar de maldecir, pero algo le hizo detenerse casi de un frenazo. Por suerte, en aquella parte de la ciudad apenas había tráfico. Lo que le hizo parar de golpe era un niño de ropa cada vez más empapada y rostro que parecía deformado por la lluvia. El niño mantenía la mirada fija en él.   
- ¡Eh, chico! ¡¿Qué haces ahí?! ¡Te estás empapando! ¡Vamos sube al coche, te llevaré a tu casa!- dijo abriendo la puerta de al lado del conductor.  
El niño obedeció sin pronunciar palabra alguna, en el momento en que subió al vehículo se mantuvo silencioso y cabizbajo, como si quisiera ocultar su rostro, para Germán la actitud del chico le traía sin cuidado, parecía que finalmente se salía con la suya.       
- Seguro que tu madre te regañará si llegas así a tu casa, que te parece si te llevo a la mía, secamos esa ropa empapada y si quieres te doy un poco de chocolate caliente con galletas. ¿Te parece bien, eh?    
El niño asintió con la cabeza, sin mostrar en ningún momento el rostro en penumbra. A Germán le parecía increíble la suerte que acababa de tener. 
- ¿Te gustan los caramelos? Ahí tienes caramelos- dijo Germán abriendo la guantera.           
El niño cogió un caramelo le quitó pausadamente el envoltorio y se lo metió en la boca.          
- Te gusta, ¿eh? ¿Cómo te llamas chaval?- el niño permaneció en silenció- ¿No me lo quieres decir? Bueno, como quieras.    
Germán paró por fin el coche y salió rápidamente para meterse en el portal de su edificio mientras un rayo lejano alumbraba por un momento la calle. El niño que también había salido del coche, permaneció sin embargo a la intemperie, cabizbajo como siempre, sin mostrar su rostro.   
- ¿Qué haces todavía ahí? ¿A qué esperas? ¡Vamos entra que te estás empapando!- le apremió Germán.       
El niño entro a toda velocidad en el portal del edificio, manteniéndose ahora de espaldas a Germán, que se dirigió al ascensor, ambos entraron. Germán miró al crío que permanecía como siempre cabizbajo, mostrándole tan solo la coronilla. Germán le dio la mano, lo condujo al interior de su piso y encendió la luz, que dando un chispazo volvió a apagarse.   
-¡Vaya hombre!- dijo Germán malhumorado.- Espera aquí que miraré los plomos. Oye, ¿No le tendrás miedo a la oscuridad verdad?- dijo encendiendo la pantalla de su móvil.       
El niño negó con la cabeza, siempre cabizbaja.
Germán fue a mirar el interruptor de los plomos, pero estos permanecían hacia arriba y por mucho que lo intentara, las luces permanecieron apagadas.    
- Para una vez que tengo suerte con un crío. Bueno es igual, con velas, así es más… romántico- se dijo a si mismo mientras se reía.   
Regresó al salón de la casa, con un par de velas encendidas. El niño se había sentado en el filo del sofá mientras esperaba. Algo que le extrañó era que a través de la ventana se podían ver las luces de los otros edificios y de la calle, encendidas, aquello le extrañó, pero sin darle más importancia, lo prioritario para él era aquella criatura, que había conseguido atraer hasta su casa. Las velas parecían ensombrecer más la cara del chaval.   
- Estás empapado, será mejor que te quites esa ropa- el niño negó con la cabeza-¿Prefieres que te la quite yo?      
Para su asombro el niño asintió, como si quisiera someterse a sus oscuros deseos. Germán se arrodillo ante su víctima, poniéndose a su altura, con la intención de desnudarlo, en ese momento un rayo, seguido de un potente trueno, alumbró por fin la cara del misterioso niño, Germán al ver aquella cara que parecía la de un hombre de cincuenta años, cayó al suelo de culo y el niño, enano o lo que fuera aquel extraño ser, se abalanzó sobre el cuello de Germán y empezó a absorber la sangre del hombre, que cayó inconsciente en el suelo, mientras el pequeño vampiro parecía rejuvenecer algunos años, incluso sus mejillas enrojecieron levemente, pero sin llegar a la niñez que le vio morir y transformarse en el extraño ser en el que se había convertido.            
Las luces del piso se encendieron y el cuerpo del niño se transfiguró en una especie de niebla, que salio por las rendijas de la ventana como un fantasma, como si nunca hubiera estado allí, dejando solo el cuerpo, aparentemente inerte de Germán. Llegó a la calle donde la lluvia estaba amainando y se mezclo con el vapor de agua que salía de las alcantarillas. Unas manzanas más lejos la niebla volvió a transfigurarse y el pequeño vampiro, que fijó su vista en una mujer mayor que hablaba a gritos por el móvil. Aquella anciana carecía del aura de vida que poseen la mayoría de los humanos y supo que se avecinaba una tormenta, peor que la que había caído hacía un rato.                             
Jotacé.

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