Aquella tarde, oscuros
nubarrones en el horizonte amenazaban tormenta. Germán paseaba por
el parque, viendo como los niños jugaban, casi siempre vigilados por
sus madres, atentas a cualquier peligro que pudiera amenazar a sus
inocentes cachorros, cosa que le hacía sentir como si fuera un
depredador al acecho de su presa, como el lobo feroz del cuento,
esperando el menor descuido para hacerse con su victima. En un
momento dado, una pelota salió disparada hacia él, que la paró con
el pie, viendo tal vez la oportunidad de conseguir su
objetivo.
- ¡Pásela señor! ¡Pásela!- gritaron los niños
que hasta ese momento jugaban con la pelota. Germán
permaneció impasible, aguantando la pelota con el pie hasta que uno
de los niños empezó a acercarse a él, que sonreía esperando a su
presa.
- Señor por favor, ¿puede devolverme la pelota?-
dijo el niño con cierta timidez.
- ¡Roberto! ¡No
molestes a ese señor!- gritó una de las madres que hablaba con una
amiga por el móvil cuando vio a su hijo acercarse al potencial
acosador. Germán sin dejar de sonreír, le pasó la
pelota al niño, dio media vuelta y se marchó un tanto decepcionado,
captando la mirada de sospecha de las madres que repararon en él,
justo en ese momento. Germán se alejo del parque.
Las nubes que
cubrían cada vez más el cielo, adelantando la llegada de una noche
sin estrellas. Todos los niños regresarían a sus casas y él
también, pero solo, sin nadie que le hiciera compañía y le
permitiera experimentar sus más secretos deseos.
Una niña, que
iba con una bolsa llena de chucherías, tropezó con el y las
golosinas se esparcieron por el suelo.
- Perdone señor, no le
había visto- dijo la pequeña.
- No, perdóname tú a mí, te
ayudaré a recoger tus caramelos.
- Gracias.
- ¿Te
gustan los caramelos verdad? Yo en mi casa tengo muchos. Si me
acompañas te daré una bolsa llena.
La niña enrojeció ante
la propuesta de Germán.
- Anda dame la mano, vivo muy cerca de
aquí- dijo Germán sonriendo amablemente.
Pero la niña,
alerta y desconfiada, le dio una fuerte patada en la espinilla y
salió corriendo, agarrando su bolsa de caramelos mientras llamaba a
gritos a su madre. Germán se frotó un momento la espinilla tratando
inútilmente de aliviar su dolor y luego se alejó cojeando, lo más
rápido que pudo hasta su coche. Un lejano relámpago hizo evidente
la oscuridad que ya prevalecía en el ambiente y gruesos goterones
empezaron a caer del cielo mojándolo todo. Germán entró en el
coche y se frotó una vez más su dolorida espinilla.
-
Maldita cría- se quejo entre dientes- ¡Ya te agarrare un día de
estos, maldita putita!
Finalmente puso el coche en marcha,
encendió los faros y el parabrisas.
Germán condujo con la intención
de regresar a su casa, malhumorado y sin dejar de maldecir, pero algo
le hizo detenerse casi de un frenazo. Por suerte, en aquella parte de
la ciudad apenas había tráfico. Lo que le hizo parar de golpe era
un niño de ropa cada vez más empapada y rostro que parecía
deformado por la lluvia. El niño mantenía la mirada fija en
él.
- ¡Eh, chico! ¡¿Qué haces ahí?! ¡Te estás empapando!
¡Vamos sube al coche, te llevaré a tu casa!- dijo abriendo la
puerta de al lado del conductor.
El niño obedeció sin pronunciar
palabra alguna, en el momento en que subió al vehículo se mantuvo
silencioso y cabizbajo, como si quisiera ocultar su rostro, para
Germán la actitud del chico le traía sin cuidado, parecía que
finalmente se salía con la suya.
- Seguro que tu madre te
regañará si llegas así a tu casa, que te parece si te llevo a la
mía, secamos esa ropa empapada y si quieres te doy un poco de
chocolate caliente con galletas. ¿Te parece bien, eh?
El niño
asintió con la cabeza, sin mostrar en ningún momento el rostro en
penumbra. A Germán le parecía increíble la suerte que acababa de
tener.
- ¿Te gustan los caramelos? Ahí tienes caramelos- dijo
Germán abriendo la guantera.
El niño cogió un caramelo
le quitó pausadamente el envoltorio y se lo metió en la
boca.
- Te gusta, ¿eh? ¿Cómo te llamas chaval?- el niño
permaneció en silenció- ¿No me lo quieres decir? Bueno, como
quieras.
Germán paró por fin el coche y salió rápidamente
para meterse en el portal de su edificio mientras un rayo lejano
alumbraba por un momento la calle. El niño que también había
salido del coche, permaneció sin embargo a la intemperie, cabizbajo
como siempre, sin mostrar su rostro.
- ¿Qué haces todavía ahí?
¿A qué esperas? ¡Vamos entra que te estás empapando!- le apremió
Germán.
El niño entro a toda velocidad en el portal del
edificio, manteniéndose ahora de espaldas a Germán, que se dirigió
al ascensor, ambos entraron. Germán miró al crío que permanecía
como siempre cabizbajo, mostrándole tan solo la coronilla. Germán
le dio la mano, lo condujo al interior de su piso y encendió la luz,
que dando un chispazo volvió a apagarse.
-¡Vaya hombre!- dijo
Germán malhumorado.- Espera aquí que miraré los plomos. Oye, ¿No
le tendrás miedo a la oscuridad verdad?- dijo encendiendo la
pantalla de su móvil.
El niño negó con la cabeza, siempre
cabizbaja.
Germán fue a mirar el interruptor de los plomos, pero
estos permanecían hacia arriba y por mucho que lo intentara, las
luces permanecieron apagadas.
- Para una vez que tengo suerte con
un crío. Bueno es igual, con velas, así es más… romántico- se
dijo a si mismo mientras se reía.
Regresó al salón de la casa,
con un par de velas encendidas. El niño se había sentado en el filo
del sofá mientras esperaba. Algo que le extrañó era que a través
de la ventana se podían ver las luces de los otros edificios y de la
calle, encendidas, aquello le extrañó, pero sin darle más
importancia, lo prioritario para él era aquella criatura, que había
conseguido atraer hasta su casa. Las velas parecían ensombrecer más
la cara del chaval.
- Estás empapado, será mejor que te quites
esa ropa- el niño negó con la cabeza-¿Prefieres que te la quite
yo?
Para su asombro el niño asintió, como si quisiera
someterse a sus oscuros deseos. Germán se arrodillo ante su víctima,
poniéndose a su altura, con la intención de desnudarlo, en ese
momento un rayo, seguido de un potente trueno, alumbró por fin la
cara del misterioso niño, Germán al ver aquella cara que parecía
la de un hombre de cincuenta años, cayó al suelo de culo y el niño,
enano o lo que fuera aquel extraño ser, se abalanzó sobre el cuello
de Germán y empezó a absorber la sangre del hombre, que cayó
inconsciente en el suelo, mientras el pequeño vampiro parecía
rejuvenecer algunos años, incluso sus mejillas enrojecieron
levemente, pero sin llegar a la niñez que le vio morir y
transformarse en el extraño ser en el que se había convertido.
Las luces del piso se encendieron y el cuerpo del niño
se transfiguró en una especie de niebla, que salio por las rendijas
de la ventana como un fantasma, como si nunca hubiera estado allí,
dejando solo el cuerpo, aparentemente inerte de Germán. Llegó a la
calle donde la lluvia estaba amainando y se mezclo con el vapor de
agua que salía de las alcantarillas. Unas manzanas más lejos la
niebla volvió a transfigurarse y el pequeño vampiro, que fijó su
vista en una mujer mayor que hablaba a gritos por el móvil. Aquella
anciana carecía del aura de vida que poseen la mayoría de los
humanos y supo que se avecinaba una tormenta, peor que la que había
caído hacía un rato.
Jotacé.
Chulo, muy al estilo de: http://elsotanoencantado.blogspot.com.es/
ResponderEliminarYa lo miraré
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