Los negros nubarrones
que aparecieron en el horizonte, obligó al capitán del navío
nativo a amarrar en tierra antes de lo que tenía previsto.
Aunque
por razones de seguridad los supervivientes del Cristóbal Colón,
permanecieron ocultos en la bodega del barco, pudieron salir allí
antes de lo que esperaban, ya que las negras nubes y la lluvia les
protegían de miradas indiscretas, ya que los nativos del lugar
estaban más pendientes de resguardarse del mal tiempo que de unos
individuos, vestidos como acólitos de una religión de lejanas
tierras, que les cubría prácticamente todo el cuerpo, para
disimular su baja estatura, tres miembros de la tripulación del
barco les acompañaban, entre ellos estaban, el capitán, que les
servía personalmente de guía y el joven nativo Fizo, que los seguía
a todas partes.
A pesar de las extrañas construcciones en las que
se cobijaban los nativos, el ambiente, era muy parecido al de muchas
ciudades portuarias de la Tierra siglos atrás.
- ¡Es una
lastima que este tiempo no nos deje ver todo esto!- dijo la capitana
Otomo.
- El capitán dijo, que estaríamos aquí varios
días. Hasta que vendan la mercancía que llevan abordo. Todavía
tendremos la oportunidad de salir alguna otra noche más.- contestó
Robert
El capitán del barco, habló dirigiéndose a los tres
extraños náufragos, Otomo y Hugo, miraron con interrogación a
Robert.
- Dice que tal vez podamos ir a una taberna que
frecuenta, cada vez que viene a este puerto, allí podremos coger una
mesa donde degustar la comida y la bebida local sin llamar
excesivamente la atención.
- Por mi vale, tengo algo de hambre.-
dijo Hugo.
- Está bien, que nos lleve ya a ese sitio, antes de
que pillemos una pulmonía.
El lugar, apenas iluminado
por una especie de bombillas que daban una débil luz parecida a la
eléctrica, aunque tal vez a causa de la tormenta estaban
continuamente parpadeando. El capitán fue directo hacia otro nativo,
algo más bajo pero tal vez más corpulento que él, se abrazaron
efusivamente.
- ¿Quién es? ¿Un pariente de nuestro anfitrión?-
dijo Otomo.
- No creo que sean parientes, al menos no en ese
sentido. Es una hembra nativa.- contestó Robert.
- Parece que
te has vuelto un experto.
- Mi naturaleza robótica me hacer
ver a todos los seres vivos, con una objetividad que para vosotros,
pobres seres de carne es imposible que lleguéis a alcanzar aunque
viváis un millón de años.
La hembra nativa, les señaló un
rincón oscuro y discreto al fondo del local. Pero su presencia en
aquel sitio, llamo la atención, al menos de un par o tres de los
parroquianos de aquel lugar, en seguida empezaron a cuchichear entre
ellos y a conspirar contra los tres extraños enanos, que permanecían
ocultos cubiertos totalmente tras aquellos atuendos de lejanas
tierras.
La propietaria del establecimiento, se acercó a ellos,
acompañada por varias hembras, Robert rechazó la compañía
femenina alegando razones religiosas, pero animó a sus amigos
nativos para que la aceptaran, si querían.
- Extraña religión la
vuestra que rechaza la compañía de las “mujeres” pero anima a
otros para que la acepten.- dijo la mesonera nativa.
- ¡Calla
Mujer! No ofendas a mis invitados.- la regañó el capitán.
-
Nuestra religión es voluntaria y no prohíbe la libertad individual
del prójimo.- dijo Robert, que era el único de los tres terrícolas
capaz de seguir el hilo de la conversación.
Se acercó a sus
compañeros y les explicó lo que ocurría, la capitana Otomo, le
contestó igualmente en susurros.
- ¿Qué les pasa a esos dos,
es que no saben hablar?- preguntó la mesonera intrigada.
-
Son de tierras lejanas, hablan un dialecto distinto, tú que regentas
un establecimiento portuario, deberías saberlo.- contestó el
capitán.
- Capitán, parece que la tormenta ha amainado. Por favor
complazcan si les place a estas encantadoras damas. Nosotros,
aprovecharemos la tranquilidad de la noche para pasear por el pueblo
y luego iremos al barco a descansar.
- No os lo aconsejo.
La noche no es buena compañera ni para los extranjeros ni para la
gente de bien.- dijo otra de las mujeres nativas.
- Agradecemos el
consejo, pero sabremos cuidarnos.- le contestó Robert.
-
Yo voy con ellos, para asegurarme de que llegan bien al barco
capitán.- dijo el joven Fizo.
Apenas se habían alejado del
local, cuando Robert detectó extrañas y acechantes presencias a la
escasa luz de las estrellas.
-¡¡¡Cuidado!!!- exclamó
apartando de allí a la capitana otomo.
Una red gigante, calló
sobre los desprevenidos Hugo y Fizo, unos diez nativos aparecieron
blandiendo enormes garrotes y mientras la mayoría fue hacia Robert y
Otomo, tres de ellos se acercaron a los dos cautivos. La lucha fue
corta, la capitana sacó una pistola láser, que guardaba entre sus
ropajes y empezó a disparar a los que pudo, Robert empezó a moverse
y a neutralizarlos con su velocidad y fuerza robóticas, en un
momento dado, se le calló la capucha que le cubría la cabeza,
también se vio con el rostro descubierto Hugo, mientras trataba
junto a Fizo de desembarazarse de la red en la que estaban atrapados.
Un pánico supersticioso hizo que los nativos atacantes que seguían
en pie, huyeran despavoridos. Uno de los atacantes, era
comerciante de esclavos y vio en sus victimas a los terribles dioses
que veneraban y temían en las lejanas tierras del suroeste y de los
que solo unos pocos habían visto. Su barco, partía al amanecer,
cargado de esclavos, precisamente hacia aquellas
tierras.
A años luz
de allí, en el planeta Oceana, había llegado la noticia del ataque
y la caída de la nave Cristóbal Colón y de la llegada al planeta
del único superviviente del que se desconocía la
identidad. Había pasado poco más de un mes desde que Marina
viera a Hugo por última vez y un nudo se le hizo en la garganta.
Sin
decirle nada a nadie fue hasta el espacio puerto y cogió la primera
lanzadera que la llevara a la estación embajada terrestre. Su
corazón se negaba a creer que Hugo Cortes estuviera realmente muerto
y tenía que averiguar la identidad del superviviente. Los
soldados se negaron a permitirle la entrada en los complejos
militares y solo cuando le dijo a un oficial la situación que había
entre ella y el piloto Hugo Cortes, este accedió a hablar con
ella.
- Mis superiores no me dejan revelarte la identidad del
superviviente, pero si que puedo decirte quien “no” es. Lo siento
mucho, el piloto Hugo Cortes, murió valientemente defendiendo a sus
compañeros, a bordo de su caza.
Al confirmarse sus
peores presentimientos, Marina perdió el
conocimiento.
Jotacé.
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