lunes, 5 de noviembre de 2012

(H.C. 09) UNA VISITA A PUERTO


Los negros nubarrones que aparecieron en el horizonte, obligó al capitán del navío nativo a amarrar en tierra antes de lo que tenía previsto.
Aunque por razones de seguridad los supervivientes del Cristóbal Colón, permanecieron ocultos en la bodega del barco, pudieron salir allí antes de lo que esperaban, ya que las negras nubes y la lluvia les protegían de miradas indiscretas, ya que los nativos del lugar estaban más pendientes de resguardarse del mal tiempo que de unos individuos, vestidos como acólitos de una religión de lejanas tierras, que les cubría prácticamente todo el cuerpo, para disimular su baja estatura, tres miembros de la tripulación del barco les acompañaban, entre ellos estaban, el capitán, que les servía personalmente de guía y el joven nativo Fizo, que los seguía a todas partes.  
A pesar de las extrañas construcciones en las que se cobijaban los nativos, el ambiente, era muy parecido al de muchas ciudades portuarias de la Tierra siglos atrás.        
- ¡Es una lastima que este tiempo no nos deje ver todo esto!- dijo la capitana Otomo.          
- El capitán dijo, que estaríamos aquí varios días. Hasta que vendan la mercancía que llevan abordo. Todavía tendremos la oportunidad de salir alguna otra noche más.- contestó Robert      
El capitán del barco, habló dirigiéndose a los tres extraños náufragos, Otomo y Hugo, miraron con interrogación a Robert.     
- Dice que tal vez podamos ir a una taberna que frecuenta, cada vez que viene a este puerto, allí podremos coger una mesa donde degustar la comida y la bebida local sin llamar excesivamente la atención.   
- Por mi vale, tengo algo de hambre.- dijo Hugo.    
- Está bien, que nos lleve ya a ese sitio, antes de que pillemos una pulmonía.            
El lugar, apenas iluminado por una especie de bombillas que daban una débil luz parecida a la eléctrica, aunque tal vez a causa de la tormenta estaban continuamente parpadeando. El capitán fue directo hacia otro nativo, algo más bajo pero tal vez más corpulento que él, se abrazaron efusivamente. 
- ¿Quién es? ¿Un pariente de nuestro anfitrión?- dijo Otomo.  
- No creo que sean parientes, al menos no en ese sentido. Es una hembra nativa.- contestó Robert.       
- Parece que te has vuelto un experto.      
- Mi naturaleza robótica me hacer ver a todos los seres vivos, con una objetividad que para vosotros, pobres seres de carne es imposible que lleguéis a alcanzar aunque viváis un millón de años.      
La hembra nativa, les señaló un rincón oscuro y discreto al fondo del local. Pero su presencia en aquel sitio, llamo la atención, al menos de un par o tres de los parroquianos de aquel lugar, en seguida empezaron a cuchichear entre ellos y a conspirar contra los tres extraños enanos, que permanecían ocultos cubiertos totalmente tras aquellos atuendos de lejanas tierras.  
La propietaria del establecimiento, se acercó a ellos, acompañada por varias hembras, Robert rechazó la compañía femenina alegando razones religiosas, pero animó a sus amigos nativos para que la aceptaran, si querían. 
- Extraña religión la vuestra que rechaza la compañía de las “mujeres” pero anima a otros para que la acepten.- dijo la mesonera nativa.   
- ¡Calla Mujer! No ofendas a mis invitados.- la regañó el capitán.  
- Nuestra religión es voluntaria y no prohíbe la libertad individual del prójimo.- dijo Robert, que era el único de los tres terrícolas capaz de seguir el hilo de la conversación.        
Se acercó a sus compañeros y les explicó lo que ocurría, la capitana Otomo, le contestó igualmente en susurros.
- ¿Qué les pasa a esos dos, es que no saben hablar?- preguntó la mesonera intrigada.         
- Son de tierras lejanas, hablan un dialecto distinto, tú que regentas un establecimiento portuario, deberías saberlo.- contestó el capitán. 
- Capitán, parece que la tormenta ha amainado. Por favor complazcan si les place a estas encantadoras damas. Nosotros, aprovecharemos la tranquilidad de la noche para pasear por el pueblo y luego iremos al barco a descansar.           
- No os lo aconsejo. La noche no es buena compañera ni para los extranjeros ni para la gente de bien.- dijo otra de las mujeres nativas.  
- Agradecemos el consejo, pero sabremos cuidarnos.- le contestó Robert.           
- Yo voy con ellos, para asegurarme de que llegan bien al barco capitán.- dijo el joven Fizo.       
Apenas se habían alejado del local, cuando Robert detectó extrañas y acechantes presencias a la escasa luz de las estrellas.     
-¡¡¡Cuidado!!!- exclamó apartando de allí a la capitana otomo.     
Una red gigante, calló sobre los desprevenidos Hugo y Fizo, unos diez nativos aparecieron blandiendo enormes garrotes y mientras la mayoría fue hacia Robert y Otomo, tres de ellos se acercaron a los dos cautivos. La lucha fue corta, la capitana sacó una pistola láser, que guardaba entre sus ropajes y empezó a disparar a los que pudo, Robert empezó a moverse y a neutralizarlos con su velocidad y fuerza robóticas, en un momento dado, se le calló la capucha que le cubría la cabeza, también se vio con el rostro descubierto Hugo, mientras trataba junto a Fizo de desembarazarse de la red en la que estaban atrapados. Un pánico supersticioso hizo que los nativos atacantes que seguían en pie, huyeran despavoridos. Uno de los atacantes, era comerciante de esclavos y vio en sus victimas a los terribles dioses que veneraban y temían en las lejanas tierras del suroeste y de los que solo unos pocos habían visto. Su barco, partía al amanecer, cargado de esclavos, precisamente hacia aquellas tierras.                                                 
A años luz de allí, en el planeta Oceana, había llegado la noticia del ataque y la caída de la nave Cristóbal Colón y de la llegada al planeta del único superviviente del que se desconocía la identidad. Había pasado poco más de un mes desde que Marina viera a Hugo por última vez y un nudo se le hizo en la garganta.
Sin decirle nada a nadie fue hasta el espacio puerto y cogió la primera lanzadera que la llevara a la estación embajada terrestre. Su corazón se negaba a creer que Hugo Cortes estuviera realmente muerto y tenía que averiguar la identidad del superviviente. Los soldados se negaron a permitirle la entrada en los complejos militares y solo cuando le dijo a un oficial la situación que había entre ella y el piloto Hugo Cortes, este accedió a hablar con ella.    
- Mis superiores no me dejan revelarte la identidad del superviviente, pero si que puedo decirte quien “no” es. Lo siento mucho, el piloto Hugo Cortes, murió valientemente defendiendo a sus compañeros, a bordo de su caza.            
Al confirmarse sus peores presentimientos, Marina perdió el conocimiento.                                         
Jotacé.

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